Por. John Montilla
La indigente quien iba vestida simplemente con unas gastadas sandalias, una pantaloneta negra y una sucia y vieja camiseta estaba terminando de hurgar en las bolsas de la basura, que habían en frente de la panadería; mientras tanto su mascota, un perrito lanudo e igual de desgreñado como su dueña la contemplaba con una paciente mirada atenta, pero con un ansioso batir de su cola.
Por simple curiosidad me había puesto a observarla por unos segundos; mientras ella seguía introduciendo su mano y revolviendo el contenido de las bolsas; imaginé por un instante las cosas que podría ella encontrar en esos paquetes de desechos y eso me produjo una desagradable sensación de malestar; con ese pensamiento me adentré en la panadería con la decisión de comprar y obsequiarle algo de comida. Luego justo cuando estaba pagando por el producto, escuché al unísono los gritos y el estrépito de un vehículo al estrellarse contra el pavimento: Acababa de ocurrir un accidente de una motocicleta al otro lado de la avenida.
En un primer instante los arbustos sembrados en el separador de la avenida únicamente me permitieron observar a dos damas que se levantaban adoloridas del suelo y algunos transeúntes que corrían a auxiliarlas, en pocos segundos se formó un corrillo de gente curiosa alrededor del lugar del suceso, alguien que pasó junto a mi lado digo en voz alta: “Parece que no hay heridos”, sin embargo la gente seguía aglomerándose, eso despertó mi curiosidad y me llevó a cruzar la calle , cuando lo hice descubrí tirada en el piso a la pobre mujer que minutos antes yo había estado contemplando.
La mujer estaba completamente inmóvil; en un primer instante creí que estaba muerta, pero la gente corroboró que estaba aún con vida. Las primeras personas que llegaron solidariamente se pararon en frente para desviar el tráfico y evitar que la atropellaran los vehículos que iban pasando. De manera prudente nadie intento moverla, luego apareció por fortuna una patrulla de la policía que se hizo cargo del manejo del tránsito y el orden en el lugar de los hechos.
La escena de la mujer tirada cuan larga era, junto a sus miserables pertenencias desparramadas por el piso era patética. Luego me percaté que había un elemento más de vida en ese triste cuadro: Su fiel mascota estaba echada junto a los pies de su dueña en actitud de vigilancia y ladrándole a aquellos que intentaban acercársele mucho a la accidentada.
Fue en ese instante que reparé que casi todos los curiosos estaban muy atentos no tanto de la pobre mujer, si no del noble gesto del perrito ante la calamidad de su dueña. Podría apostar que todos los ojos allí presentes estaban mirando al animalito y no a su dueña.
Por fortuna, esta vez llegó en menos de cinco minutos una ambulancia a auxiliar a la infortunada. El personal de rescate de manera profesional procedió con los protocolos para inmovilizar y subir a la camilla a la lesionada y en ese momento la mascota se puso a ladrar histéricamente pero sin atreverse a atacar a nadie, y en un momento saltó sobre el vientre de la indefensa mujer para desde allí seguir con sus lastimeros ladridos en defensa de su ama.
Los curiosos estaban conmovidos ante la escena. Un par de damas tenían los ojos aguados por lo que estaban presenciando. Cuando iban a levantar a la herida para subirla a la ambulancia una señora muy emocionada les preguntó a los rescatistas: “¿Qué van a hacer con el perrito? miren que ella es su dueña, no lo pueden dejar aquí.”Entonces en un gesto muy humano el personal de rescate introdujo a la accidentada junto con su mascota en el vehículo ante la aprobación general de los espectadores. El cierre de la puerta de la ambulancia fue como el correr del telón al finalizar el drama en el que se había representado por un breve instante la vida, la muerte y la fidelidad de un animalito pese a la “perra vida que llevaba con su dueña. La gente se desparramó por todos lados, aún comentando emocionada el suceso. Todos hablaban de la mascota; nadie hablaba de la pobre mujer herida.
Me pregunté también como irían a hacer en el hospital para manejar esa situación que antes nunca había visto. Me imaginé la cara de sorpresa que pondría el personal médico de urgencias al ver llegar una ambulancia con su sirena ululando y ver que bajaban un herido en la camilla con un perro encima. Igualmente me imagino la cara de estupor de los demás pacientes y familiares al ver cruzar esa escena por los pasillos del centro médico.
Esa curiosidad me llevo una hora más tarde al hospital a indagar como terminó el asunto; iba decidido a conseguir una fotografía de ese animalito allá. Una persona conocida me dijo: “A esa paciente la tienen en la sala de suturas”, llegué allí, la puerta estaba cerrada. De manera prudente pregunte. Me dijeron que ya la habían atendido. A otra persona conocida le pedí permiso para verla y me autorizó entrar y pude verla: Ella en la camilla y su noble compañero echado en el piso cuidando de su reposo.
Me atrevo a conjeturar que le hicieron el procedimiento médico bajo la vigilancia de ese perrito, así lo pude constatar, ya que el momento de cambio de turno, el enfermero que recibía, con algo de asombro vio en el suelo al animal, y su compañera que le entregaba le dijo: “No vayas a sacar ese perrito, ella nos pidió que se lo dejemos aquí.”
Al día siguiente aprovechando una diligencia volví a ingresar al hospital. Pregunté por la paciente, al no tener el nombre nadie me daba razón de ella. Continuando con las pesquisas corroboré que por protocolos médicos no se permite ingresar mascotas en los centros médicos. ¿Qué había pasado con la paciente y qué había pasado con su mascota? Indagué hasta llegar a saber que la mujer estaba en la cama numero 32, de manera discreta fui a verla, estaba dormida. No hubo forma de preguntarle a la dueña. Mi curiosidad por el noble perrito era enorme, pero nadie supo darme ninguna noticia. Lo que sí sé es que este episodio fue un claro ejemplo de prueba de lealtad y que los amigos son aquellos que están en las malas, pero también en las difíciles.
John Montilla: Texto y fotografías.