Una cita con “El viejo” Pacheco

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Por Guillermo Romero Salamanca

Este 13 de septiembre Fernando González-Pacheco Castro, el más popular y admirado presentador de la televisión colombiana, cumpliría 87 años.

Fue el rey. Nadie lo podrá igualar.

Los consejos de redacción de Colprensa en 1981 eran ágiles. No duraban más de 20 minutos. Cada uno de los periodistas informaba de su tarea diaria. A la cabeza estaba don Orlando Cadavid Correa, quien, con libreta en mano, anotaba las próximas gestiones. Eran los primeros días de la agencia y en una de esas inolvidables sesiones me dijo sencillamente: “joven, hágale una entrevista a Pacheco”.


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El presentador, animador, actor, cantante, locutor, boxeador, torero, paracaidista, publicista, empresario, estaba en la cúspide. Era el protagonista del seriado “El Viejo”. Gracias a Luz Mery Garavito, su secretaria, se logró una cita en su oficina de la avenida 19 con carrera quinta en Bogotá.

La entrevista tuvo gran acogida en El Colombiano –que lo publicó en la revista Ventana–, Vanguardia Liberal, El Universal, El Heraldo, Occidente, La Patria y El Derecho.

Ese día dijo que era tímido, odiaba que se metieran en su vida, que había nacido un martes 13 y que ese hecho acreditaba su “feura”.

Esta fue la entrevista:


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UNA CITA CON EL VIEJO PACHECO

Fernando González Pacheco es el hombre más popular de Colombia. En su oficina de dos metros con cincuenta por cuatro, detrás de su escritorio con dos agendas, una papelera, una ruleta, una bola de cristal y un bolígrafo, habló casi dos horas para Colprensa.

A un lado de su escritorio, sobre una mesa, reposan trece trofeos. A la espalda de Pacheco hay 11 cuadros que muestran algunas de las actividades que ha desempeñado: payaso, animador, torero, futbolista…Al frente cuelgan 14 caricaturas de Pacheco sobre una pared habana.

Y Pacheco no es como lo pintan, ni mucho menos como se ve en la televisión. Cuando responde más parece un padre dando consejos que un maestro de la pantalla chica. Es inquieto. No deja las manos en un solo lugar. Traza líneas. Juega con la ruletica. Parece que le sobraran las manos. Cuando contesta, casi nunca levanta la cara, permanece agachado observando detenidamente el movimiento de sus dedos y dejando ver su inmensa nariz.

EXTREMADAMENTE TÍMIDO

–Fernando, ¿usted es como aparece en la televisión?

–Eso no me lo habían preguntado nunca. Yo vivo de Pacheco. De lo contrario no tendría para comer. Pero el Pacheco que aparece no es en realidad así. No es que el Fernando sea malo, ni mucho menos, pero la gente cree que soy un hombre extrovertido, alegre. Soy extremadamente tímido, nunca asisto a reuniones… Soy muy solitario. Soy muy egoísta. Soy…De las cosas que más odio es que se metan en mi vida…

–Pero, Pacheco, con perdón, usted hace justamente eso con las demás personas, ¿o no?

–Sí. Paradójicamente entro a la vida de todo el mundo. Debería ofrecer disculpas por meterme en las casas. Los niños desde muy pequeños, y eso me lo cuentan muchos padres de familia, cuando me ven se alegran y dicen “eco”. Y realmente se siente que uno se va metiendo en la vida de la gente.

DE BUENA FAMILIA

Y el hombre que aparece en “Uno más uno tres”, “Compre la Orquesta”, “Cita con Pacheco”, “Animalandia”, El viejo” y en cuenta animación se presente tuvo una infancia y una juventud muy particulares. “Yo fui un niño muy acomodado, de la jai. Mi madre era sobrina del presidente Santos (Eduardo). Estudié en el Gimnasio Moderno y de allí me votaron por indisciplinado”. Se frota la cara con las manos como queriendo traer a la cabeza los recuerdos y de su espesa “chivera” brotan las palabras: “Pasé a un colegio para los indisciplinados, allí comencé a vivir, y descubrí que había pobres y negros. Y me di cuenta de que ser niño bueno no servía. Y a trancazos terminé el bachillerato”.

Luego se iniciaron las mil y una profesiones de Fernando González. Hizo dos años de Medicina, luego estuvo una semana en Derecho, más tarde tres meses en Economía. Se aburrió del estudio y empezó a instalar radio en los carros, pero al poco tiempo se embarcó en la Flota Mercante y se desempeñó como camarero y mayordomo. “Esto siempre he extrañado porque el mar tiene la comodidad de hacer ver todo pequeño. Cuando estaba en el barco no me importaban las tonterías que ocurrían en mi país, me olvidaba de mi familia. Cuando me emborrachaba tiraba la plata al mar…”.

HOMBRE DE POCOS AMIGOS

Una salida en medio de la entrevista permite observar mejor su corpulencia. No en vano fue campeón de boxeo y, por contraste, surge una pregunta:

–¿Cuándo fue la última vez lloró?

–Eso tampoco me lo habían preguntado. Sí he llorado. La última vez fue el 31 de diciembre, y lo hice porque había dejado de hacer muchas cosas y porque hice muchas que no he debido hacer. Por ejemplo, trabajar más de la cuenta. Por estar de Pacheco no me ocupo de la familia. Por eso lloro, de tristeza, de rabia. Y quien no ha llorado no sabe que es uno de los placeres de la vida.

Y el hombre más popular de Colombia solo tiene unos diez amigos, con ellos comparte los únicos momentos de descanso. Entre ellos están Bernardo Romero Pereiro. “Él, por ejemplo, me conoce muy bien, por eso me río cuando leo los libreros de “El viejo” y veo que hay allí mucho de mi vida; representar ese hombre medio bonachón y medio pendejo me acuerda mucho de mí”.

¿SUPERSTICIOSO?

Del cuello de Pacheco prende un pesado amuleto, “que no es de oro”, con una cantidad de figurillas: dos bicicletas, un colmillo –“que lo traje de África”–, un signo Virgo, un caballito, una placa con su tipo sanguíneo, dos guantes de boxeo, un ancla, un dado –“que me lo regaló Judy Henríquez”–, una araña, dos cruces, una mano con el dedo índice indicando, una raqueta de tenis, dos “P”, un balón de fútbol, un revólver y dos número “13”. “Fue que yo nací un martes 13 y por eso creo que soy tan horrrrrosamente feo”.

–De los programas que realiza, ¿cuál es el que más le gusta?

–Me gusta sacarle sabor a cada uno. Todos los hago con entusiasmo. Pero me llaman la atención “Compre la Orquesta” y “Animalandia”. Y este último es el más importante. Porque sin los niños estoy perdido. El niño es el mejor crítico. Él dice “si” o “nooo”. Y si pierdo a los niños, pierdo a las madres, a los padres…

“El hombre que no quiere a los animales no es un ser de fiar”, comenta Pacheco. “En mi casa tengo un perro, un gato, dos canarios y un loro. En Cali me iban a regalar un tigre, pero no lo acepté”.

–¿Por qué dice siempre que es feo?

–Yo sé que no soy un monstruo, pero no soy tampoco buen mozo.

LA TV ES DESAGRADECIDA

Pacheco se siente triste al pensar que si deja la televisión la gente lo olvidaría al poco tiempo. “Seguro que, si abandono ahora todo mi trabajo y me muero en cinco años, ese día los periódicos tienen que contar quien fue Fernando González Pacheco, porque ya nadie se acordará”.

–¿Alguna vez ha pensado en suicidarse?

Antes de contestar levantó sus enormes ojos castaños y con una mirada indescriptible respondió:

—Ja, ja, ja, ja, ja… Eso tampoco me lo habían preguntado. Pero sí. Sí he pensado en suicidarme, unas tres veces, por depresiones. Antes me deprimía mucho y comenzaba a tomar…a tomar. Pero creo que es muy valiente quien intenta suicidarse porque no es cobardía quitarse la existencia. Cuando murió mi padre quise hacerlo…Tenía como 36 años.

–Usted ha sido futbolista, boxeador, campeón de ping pong, paracaidista, torero, animador, locutor… ¿Qué actividad ha querido desempeñar y no ha podido?

–No he podido tener un hijo.

–¿Por qué no lo adopta?

–jum, jum… No lo hago porque algún día tendría que decirle a ese hijo quienes son sus verdaderos padres y eso sería muy doloroso.

–¿Por qué dicen que usted es un hombre mal vestido?

–Ja, ja, ja…Eso dicen, pero lo que pasa es que entre más caro me visto, más mal quedo. Por eso no doy el nombre de mi sastre. Y además tengo un cuerpo que no me ayuda mucho que digamos.

–Fernando, usted hace comentarios en radio. Aparece en televisión y en el cine, ¿por qué no escribe?

–Soy un pésimo escritor. Me produce un miedo terrible escribir. No me responde la mano a lo que se me viene a la cabeza. No tengo un vocabulario muy grande. Solo utilizo unas 150 palabras. Además, no soy periodista.

NO ME GUSTAN LOS ENLATADOS

–¿Qué programas de la televisión ve?

Se reclinó en su silla negra, cruzó los brazos en la nuca y dijo: “Algunos…Pero no me gustan los enlatados y veo todos los colombianos”.

Recogió las manos sobre el vidrio de la mesa, nuevamente, y comenzó a jugar con el bolígrafo. “Doña Rosalba Atehortúa dice que yo copio sus programas, pero eso no es cierto, me gustaría picar el ojo como lo hace ella, pero no tengo interés en imitar sus programas”.

–¿Por qué siendo tan famoso no se lanza como programador?

–Jummm. No soy animador y no un empresario. No tengo aspiraciones económicas. Las tuve.

–¿Qué hace con tanta plata?

–Gano menos de lo que la gente cree y más de los que los envidiosos se imaginan. Lo que sí tengo es que pago religiosamente mis impuestos. Reto a cualquier colombiano para demostrarle eso.

LA FELICIDAD

–¿Qué es lo que no le han preguntado y que quisiera que le preguntaran?

–Que si soy feliz. Nunca me lo han preguntado.

–Entonces, ¿es feliz?

–Quizá sí (sonríe y sigue jugando con el bolígrafo). Pero …sí. Soy feliz. Aunque la felicidad completa no existe, pero …Tengo que decir que sí. Que soy feliz.

Gustavo Pizarro es un amigo de Pacheco. Penetró en la oficina y Fernando le gritó: “¡venga, venga!”. Luego me lo presentó: “Este es uno de mis mejores amigos”. Pizarro insinuó: “Escriba ahí que este hombre no nos deja descansar, trabaja hasta sábados y domingo, nos tiene fregados… Escriba ¡Escriba!”.

–¿Cuál es el problema que más le impresiona en Colombia y usted un hombre que lo tiene todo ¿qué siente al verlo?

–Esta pregunta daría para una respuesta muy demagógica. Pero lo que más me impresiona es la niñez desamparada. La base de la sociedad son los niños. Se hacen programas para el país, pero nunca se piensa en ellos. (Fue agachando la cabeza lentamente). Soltó el esfero. Dejó de jugar y cruzó los dedos.

Y siguió hablando lentamente de los niños, de sus problemas, no le podía ver la cara a Pacheco, su voz temblaba, estaba muy triste, pensé que lloraría. Ambos, de pronto, guardamos unos segundos de silencio y aunque tenía más preguntes, no pregunté más.

 

 

 

 

 

 

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