Amigo periodista: y usted, ¿a qué más se dedica?

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Carlos Cortés Castillo – Subversión de los hechos
La SillaVacia

¿Qué hace un periodista cuando no está frente al micrófono, cuando termina la jornada y cuelga los guantes de boxeo o cuando finalmente se pone de pie y se zafa las rodilleras? ¿Qué hace cuando termina de escribir un artículo o una columna? ¿Qué hace después de que se apagan las cámaras?

La mayoría de ellos sigue haciendo periodismo. Tienen una lista interminable de llamadas por devolver, los espera una caja de fotocopias de expedientes y van tarde para dos citas en diferentes extremos de la ciudad (con media hora de diferencia). Pero otros periodistas – entre este selecto grupo, varios poderosos – tienen negocios. Son empresarios o asesores o consultores o asesores de consultores (este último caso, sin duda burocrático).

De esto jamás se habla en los medios. Los interrogatorios en radio y los análisis de prensa nunca vienen con notas a pie de página – “soy consultor de esta empresa” o “soy contratista del Estado” –. De los negocios de los periodistas nos enteramos por lo que dicen a cuentagotas secciones como Teléfono Rosa o Alto Turmequé: que Julio Sánchez Cristo promueve artistas, que Alberto Casas es cercano a tal grupo económico, que Mauricio Vargas y otros periodistas son estrategas de comunicaciones. Y estas píldoras vienen siempre en el estilo eufemístico de la crónica del jet-set.

El caso de los columnistas es peor. Por Hora 20 desfilan abogados que suelen presentarse escuetamente como ex embajadores o ex ministros, pero que tienen contratos con las mismas entidades a las que defienden como panelistas. En pleno debate sobre la segunda reelección presidencial, oímos al prestigioso constitucionalista Juan Manuel Charry defender un tercer periodo de Álvaro Uribe. Tan prestigioso que tenía – o tiene – asesorías con ministerios y oficinas de Palacio.


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Esta semana se habló en todos los medios de comunicación de los conflictos de interés de los funcionarios públicos. Pasaron por el paredón Juan Carlos Echeverry, que escribió conceptos para Saludcoop antes de ser Ministro, y el ‘Gordo’ Bautista, que hizo cabildeo a favor de los Nule antes de ser Embajador (bastante flojas ambas asesorías, ¿no?). Todos lo hicieron, claro, cuando esas empresas y esos empresarios eran respetados y salían en las portadas de las revistas por berracos.

¿Y quién habla de los conflictos de interés en los medios? No de los de las empresas, que tienen una lista interminable, sino de los periodistas. No son funcionarios públicos, pero tienen un pacto con nosotros: los leemos y los oímos y los vemos porque se dedican exclusivamente a rondar y exponer a los poderosos, no porque escogen las peleas en función de su portafolio de negocios. Y la subjetividad de los columnistas es valiosa si nos cuentan con qué ingredientes cocinan.

La solución no es callarnos – todos estamos untados, como dice la canción – sino destapar las cartas. Seré el primero en hacerlo: en materia de negocios, voy bastante mal. De hecho, solo he hecho dos en mi vida. Compré en los noventa una mesa de ping-pong cuyo arreglo salió más caro que haber importado una nueva desde China. Y, recientemente, incursioné en el mercado bursátil con un modesto paquete accionario. Los mercados reaccionaron con desconfianza por mi llegada, y desde entonces se desplomaron mis inversiones. Soy lo opuesto a una burbuja financiera.

No tengo contratos con el Estado, aunque pasé por la Defensoría del Pueblo hace años. Con el equipo de comunicaciones hicimos varios intentos para que el defensor Vólmar Pérez respondiera una pregunta sin echar globos como un niño en un parque, pero fracasamos y nos fuimos todos. Lo demás aparece en mi perfil de La Silla Vacía.


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Listo. Amigo panelista, señor columnista, distinguido periodista: queremos saber cuántas tarjetas de presentación tiene y cuántas camisetas se pone al día. Que sea una costumbre de buena educación, como lavarse las manos antes de pasar a la mesa.

@CCortesC en Twitter


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