Triunfo militar, empate diplomático

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El Estado Mayor colombiano posó para esta foto con el presidente Enrique Olaya Herrera el general Alfredo Vásquez Cobo, comandante de la expedición que recuperó a Leticia y el ministro de Guerra Carlos Uribe Gaviria.
Para repeler la invasión peruana en Colombia se debió improvisar en todo, menos en ‘ardor patriótico’. Ochenta años después, Pedro Arciniegas Rueda recuerda la guerra con el Perú.
Sábado 1 Septiembre 2012

En la mañana del primero de septiembre de 1932, hace exactamente 80 años, 250 peruanos, 58 de civil, entraron a Leticia, capital de la comisaría del Amazonas. Un intendente se despertó por los disparos y preguntó si era el alcalde Uribe entrenando policías-colonos. «Qué polígonos, ni qué instrucción de tiro. Se nos entraron los peruanos», le respondieron. La guarnición de 14 policías, 18 funcionarios y dos oficiales del Ejército trató de defenderse, pero su única ametralladora se trabó.

El punto de conflicto era el Trapecio Amazónico. Lima no terminaba de aceptar que su departamento de Loreto hubiera perdido territorio por el tratado Lozano-Salomón, firmado en 1922 entre Fabio Lozano Torrijos (padre de Juan Lozano y Lozano) y su correspondiente peruano. Colombia había ganado a Leticia, pero cedió una gran extensión que llegaba hasta los ríos Cocoa y Napo, que antiguamente separaban a la Nueva Granada del Perú. Pero ni aún sobre sus territorios ubicados al norte del Amazonas Colombia ejercía soberanía.

Perú había incursionado con fuertes intereses económicos en la explotación del caucho, desde Iquitos, llamada la ‘Sodoma del Amazonas’. Brasil, que tenía los mismos afanes, guardó una neutralidad interesada, pues a su vez, ya se había anexado territorio colombiano.

En cuanto a Ecuador, por el tratado de 1916, Colombia perdió 50.000 kilómetros cuadrados y el río Napo, Ecuador cedió en el Caquetá y Putumayo para que la frontera fuera colombo-ecuatoriana. Pero en el tratado Lozano-Salomón Colombia cedió esa frontera, traicionando a Ecuador. Perú ya tenía guarniciones en Caquetá y Putumayo con las empresas caucheras en Colombia, encabezadas por la Casa Arana, dueña de un amplísimo récord de excesos contra los colombianos y los indígenas. Era llamado ‘El Paraíso del Diablo’.


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El incidente de Leticia no era la primera agresión peruana. En 1908, 120 soldados peruanos en dos embarcaciones se tomaron la estación de La Unión, Caquetá, defendida por 17 soldados colombianos y un oficial. Solo en 1911, ante la presión de civiles y militares, inspirados por el general Rafael Uribe Uribe, el gobierno envió 70 hombres sin apoyo logístico, finalmente abandonados en La Pedrera, Putumayo, donde fueron atacados por 480 peruanos en barcos artillados. Aún así resistieron tres jornadas, casi todos enfermos, comandados por el general Gamboa, quien también enfermó. Evacuaron sin víveres, sin municiones y cadavéricos.

Al conocerse que Caquetá estaba ocupada, miles de voluntarios se presentaban cada día, primero en Bogotá, y después en las demás ciudades. En los clubes se practicaba tiro. En ese momento, el canciller era Enrique Olaya Herrera y el arreglo del incidente de La Pedrera fue considerado una vergüenza nacional, porque no exigió reparaciones a Perú. Fue tanta la presión contra su actitud, que se vio obligado a renunciar y el gobierno lo refugió como embajador en Suiza.

Más de 20 años después, la toma de Leticia era casi un hecho anunciado. El gobierno de Bogotá la había abandonado y solo al comenzar los años treinta había creado un programa de colonia militar, con bases y colonos y con el primer puente aéreo del mundo con la empresa colombo-alemana Scadta.

El ministro de Guerra Carlos Arango Vélez, sin embargo, se negó a fortalecer la presencia militar para no provocar al Perú y sacó a los hombres al mando del teniente Virgilio Barco. Cuando este apareció indignado en Bogotá, le pidió al nuevo ministro, Carlos Uribe Gaviria, (hijo de Uribe Uribe), que le diera solo 100 hombres con material y equipo modernos para defenderla. Pero aunque los recibió y estaba preparado para embarcar, el canciller Roberto Urdaneta Arbeláez autorizó solo la presencia de algunos policías en Leticia. Un asalto se arreglaría «con tres notas diplomáticas».


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Curiosamente, en la invasión peruana desempeñó un papel importante un incidente amoroso, de tintes troyanos, como lo bautizó Alfonso López Michelsen. Un colombiano en Leticia raptó una mujer que estaba enamorada de un militar peruano relacionado con la hacienda La Victoria, en territorio limítrofe afectado por el tratado Lozano-Salomón. El hombre entró en busca de la mujer, apoyado por militares de la provincia de Loreto. A su vez, el dictador del Perú, Luis Miguel Sánchez Cerro, encontró una cortina de humo que aliviara su difícil situación interna. En Leticia estaban muy confundidos porque veían civiles bien armados ante los que no sabían si disparar o no. Pero el Ejército peruano venía detrás. Sánchez Cerro no ordenó la invasión pero no la desautorizó, culpó a comunistas de su país y aseguró al ministro Fabio Lozano que era una rebelión local. Solo mucho más adelante reconoció que atendía deseos incontenibles de los loretanos. Olaya Herrera, quien en 1930 había ganado la Presidencia, insistía que el problema de Leticia solo era un asunto interno sin ribetes internacionales.

Los soldados colombianos en la frontera recibieron la noticia de la guerra desprevenidamente. Estaban departiendo unos oficiales colombianos y peruanos cuando oyeron el ruido de un avión. Los colombianos lo creyeron peruano porque ignoraban que Colombia ya tenía fuerza aérea. De repente acuatizó el Cúcuta, un magnífico hidroavión de Scadta adaptado para la guerra. De él se bajaron dos oficiales colombianos y uno alemán. Fue la situación más incómoda de la guerra, porque los visitantes informaron a sus compañeros susurrando: «Estamos en guerra con los peruanos. Se tomaron a Leticia».

El gobierno seguía intentando tapar los hechos, aferrado a la vía diplomática, hasta que semanas después dos barcos cañoneros colombianos no pudieron entrar a Leticia y la opinión pública reaccionó. El periodista Alberto Donadío dice que el país respondió «de una manera tan espontánea, difundida, vehemente y con unanimidad casi perfecta». Los colombianos fueron a la guerra bajo el lema «la fuerza del derecho o el derecho por la fuerza», para rodear al débil Olaya Herrera. Posiblemente esta guerra evitó su caída.

Los colombianos desbordaron ciudades, carreteras y calles. Llovieron los aportes voluntarios. Por un aviso en El Tiempo, se entregaban los anillos matrimoniales de oro por uno de plata que decía ‘Patria’. Los jóvenes universitarios de Bogotá pedían instrucción militar y formaron el pelotón ‘Galanteadores de la muerte’. Uno de ellos, Enrique Caballero Escobar, pregonó «persignarían el cielo con la cruz de acero de los aviones de guerra». En Cali alguien ofreció «mi espada como veterano, mi vida, y mis dos hijos varones». Desde Venezuela clamaban los colombianos «ausentes de esa patria querida». En Estados Unidos hubo voluntarios ante los consulados. En San Andrés y Providencia, los capitanes de corbeta querían adaptar la marina mercante a la guerra. En Pasto formaron el Batallón ‘Boyacá’ y el ‘Colombia’. Para el comité obrero liberal, «la patria demanda». La clínica de Marly ofreció personal. Españoles y alemanes se presentaron como voluntarios. El jefe conservador Laureano Gómez, según El Tiempo, honraba al Senado romano, y decía «paz, paz en el interior, guerra, guerra en el exterior contra el enemigo felón». El único que se opuso fue el Partido Comunista.

Perú era veterano de guerras vecinas y tenía un Ejército de más de 17.000 hombres, fuerza aérea, cruceros, , submarinos y guarniciones hasta el Amazonas. Eran expertos en la guerra de trincheras y técnicos de primer orden en fortificaciones. El Ejército colombiano, con 6.000 soldados y 200 oficiales, estaba influido por Suiza, Alemania y Chile, y su mejor ventaja era el asalto cuerpo a cuerpo. Sirvieron muchos veteranos alemanes, entre ellos un asesor llamado el coronel Hans von Schüller, que dio origen al peluqueado ‘a la Schuller’, y el jefe de pilotos de Scadta, el mayor Herbert Boy, quien casi niño había sobrevivido a la Primera Guerra Mundial.

La respuesta militar de Colombia fue considerada un récord mundial por su rapidez y fuerza. Tras demorar la expedición dos meses, Olaya Herrera eligió para comandarla a su rival conservador en las elecciones de 1930, el prestigioso general Alfredo Vásquez Cobo. A él se le debió la estrategia vencedora, aunque tuvo que vencer la desconfianza de los oficiales, que pensaban que era valiente con el machete, pero no moderno en las tácticas.

Los actos heroicos abundaron, pero el más famoso fue el del soldado Cándido Leguízamo, quien el 30 de enero de 1933, emboscado en la jungla, mantuvo a raya casi 30 peruanos, salvó un compañero y murió con una pierna destrozada y diez impactos, no sin antes causar múltiples bajas al enemigo.

Furia matinal

Vásquez Cobo proponía un ataque combinado para asaltar Leticia y recuperarla con una «rápida y contundente victoria», pero Olaya Herrera, estancado en la Liga de Naciones, se limitó al Putumayo. Antolín Díaz, periodista bogotano, pistola a mano contaba que el frente «nunca avanzaba (…) tercer aplazamiento (…) nueva tregua(…) maldiciones (…) muchos arrojando al suelo sus armas». Finalmente la guerra se definió en dos choques. En Tarapacá, los peruanos huyeron antes de sufrir bajas por la superioridad táctica colombiana, la infantería de desembarco asaltó una posición defendible aun con pocos soldados. Solo en ese momento Olaya Herrera rompió relaciones. El embajador en Lima, Fabio Lozano, casi fue linchado.

En el segundo choque, Olaya Herrera esperaba la mediación de Brasil. Pero para avanzar en las negociaciones diplomáticas estancadas, ordenó capturar sobre el Putumayo a Güepí, Puerto Arturo y Pantoja, aunque seguía demorando las operaciones. Ya habían pasado seis meses y Leticia seguía sin ser rescatada. Desganado había declarado el estado de sitio en Amazonas y ley marcial en Caquetá, Putumayo.

Los peruanos dieron la lucha en Güepí. «Eso fue una guerra», según un veterano pastuso. Pero la excelente fortaleza con su posición inexpugnable, finalmente cayó cuando un sargento clavó en la cima la bandera colombiana y los peruanos huían de «un toro salvaje». Fue entonces cuando terminó la guerra. Olaya Herrera ofreció la paz y a Sánchez Cerro lo asesinó un comunista el 30 de abril de 1933 delante de 25.000 soldados. Su sucesor creía imposible ganar y temía más bien una invasión colombiana.

Colombia ganó la guerra con métodos revolucionarios como bombardeo táctico, aviación naval, desembarco anfibio. Se firmó la Paz de Río. Colombia venció militarmente, pero en la diplomacia fue un empate, pues el país costeó el armisticio, y Perú, que nunca fue castigado por su agresión, hoy día sigue considerando propio el Trapecio Amazónico.

La guerra terminó, extraoficialmente la noche del 26 de mayo de 1933. Boy, héroe nacional, fue ascendido a coronel y terminó casado con la colombiana Isabel Montaña Camacho. Pero un veterano que lamentaba no haber recuperado el Napo, sentenció: «Después de tanta lucha y tanto esfuerzo (…) íbamos a cosechar un triunfo».


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