Por: Mag. J. Alexander Africano M.
La soberanía popular tiene su propia legitimidad y sobre ella se han venido escondiendo los líderes populistas con sus propios intereses, también los autócratas que quieren convertir a Colombia en un régimen de anarquía y caos, incluso hasta capitalistas con fuertes propiedades que cobijados con el discurso se quieren imponer sobre los ciudadanos utilizando y en nombre de la democracia, políticos que han venido desarrollando un desgaste en el tiempo y un planificado deterioro del mismo Estado, para luego salir a decir que son la única salvación o que ha llegado el momento de cambiar lo que con filigrana han orquestado tiempo atrás.
Después del año 2020, ciertos sectores de la izquierda han aumentado sus estrategias para quitarnos o mejor “democratizarnos“ los pilares más justos de cualquier democracia como lo son la igualdad y la autonomía política; han escogido a las nuevas generaciones como sus “soldados” y los han puesto a la vanguardia de la lucha social, tanto así que uno de sus lacayos más sobresaliente como lo es Gustavo Bolívar se da el lujo de ordenar por redes sociales que frente al último escrutinio se haga una espera y en un acto de hostilidad dispone una pausa cuando escribió en su cuenta de twitter que se debe “desactivar la protesta”, en clara señal de que hay ya conformados grupos especializados en atacar al mismo Estado desde el Estado que finalmente somos todos.
Al siguiente día, como algo extraño se realiza una especie de protesta en una iglesia, cometiendo un sacrilegio en uno de los lugares emblemáticos de Colombia como lo es la catedral primada, donde un grupo de personas encapuchadas irrumpió un acto religioso, bajo pretensiones supuestas de “democratizar” la religión. De inmediato, no se hizo esperar el rechazo a estos comportamientos irrespetuosos en sitios que en el tiempo han sido considerados sagrados por la Iglesia Católica; indignación general en los Cristianos, quienes han acudido a las oraciones para que el Dios todopoderoso ilumine y dé sabiduría al Pueblo de Colombia para defender los derechos y libertades, y sobre todo para que no se intente acabar con los principios y creencias como derecho fundamental.
Resulta paradójico que por estos tiempos se pretende sesgar la libre expresión, bajo la imposición de un pacto, no se nos puede olvidar que somos diferentes, es una condicionante del ser humanos y partimos desde el respeto por las diferencias, nadie es más ni menos inteligente que el otro, no podemos opinar por nuestros grandes campesino que vivieron una historia diferente a la de un citadino, por el que le toco empuñar un arma, o por el que nunca tuvo necesidad de alzar una, por el padre que vivió el secuestro de un hijo o por el hijo que vio morir a su padre en un secuestro y las infinidades de historias que cada uno vivió o la realidad que viven en el presente miles de personas.
Cada argumento es válido en la democracia, lo que no resulta válido es dejar de lado y jamás nos podrán “democratizar” la palabra y hacernos olvidar las cerca de 150.000 víctimas del conflicto armado en Putumayo, los cientos de atentados, de afectaciones a la vida e integridad de personas inocentes, incluso los cerca de 200 policías asesinados de forma violenta; cifras que pueden ser escalofriantes como las que ha registrado Carlos Castro (amigo columnista), quien afirma que según los reportes de la Policía Nacional desde el año 2000 a la fecha se han asesinado en el Putumayo un total 4.779 personas, que sería casi como decir que han matado a todo un pueblo más o menos como Colón, Putumayo. No podemos olvidar que entre los años 2000 al 2010 asesinaron a 3.053 personas y que del 2011 al 2022 han asesinado a otras 1.237; claro que no podemos olvidar, pero si podemos seguir viviendo cada uno a su manera su dolor y cada vez más avanzando para que no se afecte la salud física ni mental y mucho menos heredarles a las generaciones tanta tragedia, donde las farc victimizaron a muchos, pero donde el M-19 tuvo mucho que ver en Putumayo, basta con recordar la incursión a Mocoa en el año 1981, donde dejaron muertos, dolor y donde este movimiento a pesar de haber firmado la Paz, no se les ha oído el más mínimo de perdón, tampoco de reparación; en síntesis ningún proceso de justicia restaurativa.
En una de las recientes columnas de la periodista María Isabel denominada Petro del democratizador[1] afirmaba que el señor Petro (exintegrante del M-19) es un experto en decir verdades a medias o mentiras completas que hace pasar como axiomáticas y que sus afirmaciones resultan, en su gran mayoría, falsas; entonces digamos que la señora María Isabel Rueda no respira odio como lo dijeron algunos comentaristas y seguidores del actual senador y candidato, sino que tal vez la columnista respira sensatez y un gran tinte de suspiro de la realidad; contrario a lo que si respira el “democratizador” que es egolatría, revanchismo, odio y rencor, entre otras.
Me uno al argumento de Alejandro Monsiváis Carrillo quien afirma que, por las tendencias en la opinión pública, los indicadores de distinta índole, reflexiones de observadores especializados y evidencia anecdótica convergen en una misma conclusión: las elecciones competitivas no parecen haber traído mejores políticos, mejores partidos ni mejores gobernantes. En tal virtud es importante, el análisis de la trayectoria de cada uno de los aspirantes a la presidencia de la República, su trasegar político y social, y la posibilidad de hacer un verdadero cambio no con imposiciones ni atacando por ejemplo a quienes le han dado la juventud a este país y medianamente tienen una jubilación que tampoco es onerosa, tampoco atacando a la política y mucho menos a la democracia.
No caigamos en ese sesgo inapropiado del espíritu competitivo, egoísta, utilitario y adversarial que suele acompañar a esta visión, en oposición a una comprensión del proceso democrático más de carácter deliberativo, consensual e integrador (Thompson, 2004). Por eso, sigamos lejos del odio en el discurso, la palabra tiene vida propia y es sagrada y por tanto se debe respetar; es prudente mantener la distancia de la operación de instituciones como el sistema electoral, los partidos políticos y la relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo; nos están relegando a un plano secundario en cuanto a las contribuciones a la política, las que podemos hacer mediante las dinámicas asociativas como las juntas de acción comunal JAC, los espacios públicos informales como la cafetería “palo caído” de Mocoa; no podemos perder la construcción de los debates discursivos e ideológicos en la esfera privada y pública, eso sí siempre bajo las condiciones de la autonomía y el respeto.
“La comprensión de la política puede ser más fina si los conceptos empleados están firmemente asentados en una teoría política revitalizada y no populista”
[1] https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/maria-isabel-rueda/petro-el-democratizador-columna-de-maria-isabel-rueda-659662