Por Guillermo Rivera
Circula en las redes un video promovido por personas afectas al uribismo y al gobierno nacional en el que, palabras más palabras menos, se exalta a los ciudadanos que, en lugar de protestar, se dirigen a sus lugares de trabajo en perfecto orden y, además, se destaca de ellos que generan empleo y pagan sus impuestos.
Desde otra orilla, el ex Vicepresidente Germán Vargas Lleras en su columna dominical del Diario el Tiempo critica la marcha porque su motivación es política. Llega al extremo de afirmar que las reivindicaciones que la inspiran son de tan diversa índole que parece más un programa de gobierno opuesto al del Presidente Duque, no obstante a que este fue elegido por la mayoría de los colombianos.
Frente al video, hay que decir que es una manera tan elegante como soterrada para estigmatizar a quienes saldremos a la calle. No lo dice, pero el mensaje implícito es que quienes saldremos a marchar el próximo 21 de noviembre no queremos a Colombia porque el amor a nuestro país solo se expresa trabajando para que la economía crezca y para que se pueda cumplir con las obligaciones tributarias. Si un niño observara la publicación, concluiría que ninguno de los ciudadanos que participaremos en la protesta pagamos impuestos.
En cuanto a la columna de Vargas Lleras, habría que decir que, según él, no es legítimo que una marcha tenga motivaciones políticas. Y, lo que es peor, cuanto más diversas sean las motivaciones menor sería la legitimidad de una protesta. Pero, como si lo anterior fuera poco, el ex Vicepresidente nos dejó claro que, como Duque ganó las elecciones, los ciudadanos no podemos confrontar en la calle el conjunto de sus políticas. Sus tesis parecen convertir la democracia liberal en un mero instrumento electoral a través del cual se selecciona una especie de monarca del siglo XXI que puede ser cuestionado en las calles pero solo parcialmente y en ningún caso por dirigentes políticos. Olvida Vargas Lleras que un artículo del Estatuto de la Oposición exige al Estado garantías para la movilización social de los partidos declarados en oposición.
Lo cierto es que esta protesta ha desnudado al establecimiento político y económico colombiano de corte conservador. Por fortuna para Colombia, también existe un establecimiento empresarial y político más demócrata.
En el pasado lejano y en el reciente, ese mismo establecimiento que hoy cuestiona la protesta del próximo jueves decía que las marchas estaban infiltradas por la subversión y con ese argumento las deslegitimaba. Como esa hipótesis ya no es tan creíble por obvias razones, ahora acuden a otras, como aquellas que responsabilizan al Foro de Sao Paulo y su cruzada comunista o al oportunismo político de los partidos declarados en oposición, como lo sugiere Vargas Lleras en su columna. O, simplemente, sostienen que la gente de bien, la que trabaja, paga impuestos y no protesta, es la que realmente quiere a Colombia.
La fortaleza y la legitimidad de las protestas del 21N está en la diversidad de su agenda. Algunos tienen temores fundados de que se promueva una reforma que modifique el régimen de seguridad social, otros saldremos a la calle para defender el Acuerdo de Paz y su implementación, así como también para reclamar por la falta de eficacia en la protección de líderes sociales y de las comunidades indígenas. Y los estudiantes universitarios tienen todo el derecho a reclamar para que se cumpla en su integridad lo acordado el año anterior con el gobierno nacional.
He oído de varias personas su intención de acudir a la calle porque sienten que el Presidente Duque no ha exhibido el liderazgo que su condición demanda, sobre todo frente al jefe natural del Centro Democrático, con respecto a quien, dicho sea de paso, el país cada día deja ver un creciente agotamiento.
Hace unos años advertimos que, con el fin del conflicto armado los ciudadanos protestarían más. Es apenas lógico: si el Acuerdo de Paz es el punto de partida de la solución de una guerra de más de medio siglo, los colombianos de hoy demandan de sus dirigentes la solución de sus otros problemas y esperan de las instituciones la suficiente apertura para oír sus reclamos. En adelante, la democracia liberal no solo se vivirá en las jornadas electorales y en el funcionamiento de las instituciones de la democracia representativa, también se hará sentir en las redes sociales, como lo hemos observado en la última década, y en las calles, como lo estamos observando en buena parte del planeta.
Eso sí, rechazamos categóricamente cualquier acto de violencia de quienes quieran aprovechar la protesta para ese propósito o de las autoridades que usen desproporcionadamente la fuerza y las armas del Estado.