Por Felipe Alfonso Guzmán Mendoza
Cuando el Salmo 23 habla del valle de sombra de muerte se refiere a esto. Figuras humanas contorsionadas sobre marañas de troncos; pedazos de cuerpos aplastados por enormes rocas; moribundos suplicantes; gritos salidos de la espesa niebla, de almas atrapadas; chillidos de madres buscando a sus hijos; casas sepultadas en el lodo denso y frío.
Milena recordaba el Salmo. “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno; porque tú estarás conmigo”. Dios y Javier estaban con ella, además de una gran linterna y tremenda voz.
– ¡Carlota! ¡Carlota!
Con sus manos haciendo bocina, Milena gritaba hacia la multitud de lucecitas que desde los segundos pisos parecían velar a los muertos de la inmensa necrópolis. Eran los celulares que titilaban como las almas de sus sobrevivientes propietarios, amontonados en los altos de las casas que resistieron la avalancha. En el barrio San Miguel doce casas estuvieron a punto de colapsar por sobrepeso. Benditas las personas que abrieron sus puertas para salvar cientos de vidas, a pesar del riesgo.
Estaba Milena pensando que una de esas casas altas con muchas lucecitas era la torre Eiffel de su sueño, cuando un señor que buscaba a su esposa la trajo de nuevo al barro.
– Aquí hay una señora medio enterrada…
Las piernas flácidas de una mujer brotaban casi verticales del lodo. Milena tomó una canilla, hizo señas a Javier para que enfocara la luz sobre el pie y observó los dedos de la difunta. No era Carlota. Milena acostumbraba a arreglarle las uñas y conocía muy bien sus pies.
Los pies de Carlota estaban a siete cuadras de allí, metidos en el lodo. Sentada sobre la pared, sus manos no soltaban la madera del techo de su casa. Estaba deshidratada y sin voz, de tanto gritar y chillar la muerte de su hijo Ángel. Imaginaba que el tullido había sido tapado por el barro, sin poder siquiera pedir auxilio.
A eso de las 3 de la mañana el ruido de las quebradas se hizo lejano y dejó escuchar el golpeteo del agua en el techo. Carlota deslizó sus dedos entre el techo hasta tocar la lluvia y luego tocó sus labios, una y otra vez, hasta suavizar su garganta y recobrar la voz.
– ¡Hay poder en Jesús!
Iba a continuar “bebiendo” agua cuando escuchó una lejana voz.
– ¡Mamita!
– ¿Angelito?
– ¡Sí, mamita! ¿Dónde estás?
– ¡Gloria a Dios! ¡Aquí, subida en la pared de la cocina!
– ¡Quédate ahí, mamita, ya te voy a salvar!
– ¡Hay poder en Jesús!
¿Cómo sobrevivió Ángel? ¿En realidad existen abejas de 78 años, como Carlota? ¿Milena y Néstor Ramiro pudieron salir del valle de sombra de muerte?
Acompáñenme en el próximo capítulo y reclamen premio a la paciencia.
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