Lo difícil va a ser conseguir interesados. Los presupuestos de inversión están en los rines, incluidos los de Ecopetrol. Se estima que, por no buscar el crudo, en el 2015 solo se descubrió el 10 por ciento de lo que anualmente se había encontrado, en promedio, desde 1960. Este año será peor, quizá 7 por ciento. Los productores, en su lucha por mantener o aumentar su porción, están bombeando a todo lo que da. Impacta, por ahora, el precio, pero ese ritmo es insostenible sin inversión en exploración, que anda en 40 por ciento de lo que era en el 2014, y no se ve reacción antes del 2018. Están reemplazando apenas el 20 por ciento de lo que extraen. Hasta Exxon, campeona mundial del reemplazo de barriles, no logró hacerlo en el 2015, por primera vez en más de 20 años. Tampoco podrá este.
Esas cifras lóbregas son una ventana de oportunidad. Conservadoramente, el mundo va a necesitar 105 millones de barriles diarios en el 2025, o sea 10 millones más que hoy. El tan nombrado fracking no da para tanto. Será necesario recurrir a fuentes convencionales, en su mayoría con grandes retos e inversiones como el Ártico. A pesar de los costos de transporte y la mediocre calidad del crudo, Caguán-Putumayo está en el ranking de lo medianamente atractivo. Mediano, sí en geología y profundidad de los pozos, pero con el termómetro en rojo en cuanto a condiciones para la búsqueda y extracción de crudo.
Pocas regiones de Colombia tienen tantos escollos para la actividad honesta como esa esquina sur selvática del país. Allí reina la ilegalidad y la coerción como norma de conducta. Y para el petróleo, peor. Los que perseveran dan cuenta de chantajes por seudocomunidades, arbitrariedades de ultraecólogos, voracidad de las ‘bacrim’, y ataques y vacunas de grupos armados de diversos pelajes. Detrás de ese indigestible sancocho está la inconsecuencia de las cortes, la miseria que excusa el libertinaje y la permisividad del Gobierno en una región ingobernable.
Hay lujos que el país no se puede dar. En tiempos de don Sancho Jimeno, el defensor de Cartagena en 1697, Colombia solo exportaba un poquitín de oro. Pasados 350 años (1950), exportaba, según la geografía del hermano Justo Ramón, oro, café, petróleo y bananos. Ahora, exporta lo mismo, más carbón, flores y colombianos (US$5.000 millones anuales en remesas). Salvo que al Tibet de Suramérica, donde apenas 50 empresas aportan el 70 por cineto de las exportaciones, se acostumbró a las importaciones con pretensiones de consumidor global, gracias a la bonanza petrolera.
Sin esta, el ajuste es cada vez más doloroso.
Está bien estimular muchas actividades que produzcan divisas –plan de choque–, pero eso, se está viendo, toma tiempo, quizá mucho más del tolerable para satisfacer las apetencias en bienes de las clases medias colombianas. A mediano plazo, y ayudados por la inevitable alza en su precio, sin petróleo no hay paraíso. El edén también requiere plan de choque.
Rodolfo Segovia
Exministro – Historiador
rsegovia@sillar.com.co
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