Cuando a un colombiano medio del centro del país le dicen la palabra Cubará, o Piñuña Negro, o La Guadalupe, o San Felipe, no creo que se le pasen muchas cosas por la cabeza. Incluso cuando le dicen Tumaco o Arauca o Codazzi o Uribia o Puerto Leguízamo. Si la palabra ‘frontera’ aparece en un recóndito rincón del pensamiento, sería todo un acierto porque eso son esos municipios. Fronteras de la patria. Tienen la difícil misión de representarnos en los límites. Nuestra fachada frente a los vecinos está constituida por 13 departamentos, 77 municipios y 13 corregimientos departamentales.
Mientras usted está leyendo esto, es probable que una comisión del Plan Fronteras para la Prosperidad esté rumbo al resguardo de Socorpa de los Yukpas, en una de las cimas de Perijá a la altura de Becerril, en el departamento del Cesar. (No tiene pierde, como dice el comercial radial). Un viaje que pocos harían porque son nueve horas en mula, y nueve horas en mula es algo difícil de entender en estos albores del siglo XXI.
En este caso, debo decir con felicidad, que no es así. Ese dichoso plan funciona de verdad, con una pequeña burocracia muy bien calificada que tiene una capacidad ejecutiva increíble, si la comparamos con lo que estamos acostumbrados a ver.
En Piñuña Negro, corregimiento del Putumayo a tres horas de Puerto Asís, navegando uno de los ríos más bonitos del planeta (no tiene pierde tampoco), a donde incluso los periodistas temían ir en algún momento, llegó el plan en el 2014 en forma de internado para niños y adolescentes de 14 veredas aledañas; a San Felipe, sobre el río Guainía, frente a San Carlos de Río Negro, en Venezuela, a donde se puede llegar en un McDouglas DC3 que sale de Villavo, o recorrer 100 kilómetros en tres días en tractor desde Huesito sobre el río Inírida y luego 6 horas de lancha por el río Guainía (este sí que no tiene pierde), también llegó, en forma de telemedicina, un proyecto que debería estar en todos los municipios apartados del país.
En fin, ese Plan Frontera ha hecho presencia en cada uno de los municipios y corregimientos fronterizos del país. Y aunque parezca lo más lógico y sea de sentido común, en esos lugares solo estaban resignados a que la presencia del Estado era militar, y solo militar. Esta presencia de vocación civil y preocupación social es algo muy novedoso e inusual.
Lo quiero decir en voz alta, aunque parezca una apología (lo es), porque es una felicidad cuando las cosas funcionan bien. Lo quiero decir en voz alta para que de otras dependencias del Estado analicen y ojalá implementen este modelo exitoso de intervención que tiene proyectos en desarrollo económico, gobernabilidad, salud, educación, agua y saneamiento básico, vivienda, energía, cultura, deporte y medioambiente.
Lo quiero decir en voz alta, porque de eso se necesita más. Mucho más. Por las fronteras de Colombia.
CRISTIAN VALENCIA
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