Por : Ramiro Bejarano Guzmán / ElEspectador.
Mientras los viudos de poder del uribismo celebran los resultados de unas encuestas que vaticinan un triunfo arrollador de las listas al Congreso del mal llamado Centro Democrático, el resto de los colombianos, incluidos quienes padecimos ocho años de persecución, vemos con asombro e indignación que esa mala nueva pueda convertirse en realidad.
De ser cierto que más del 50% de los colombianos prefieren a Uribe y sus listas, al menos para Senado, como lo aseguran las más recientes encuestas, resultaría evidente que este país estaría perdido y sin futuro.
El regreso de Uribe y su banda de intolerantes que llegarían al Senado y a la Cámara de Representantes volvería invivible la república. Fácil resulta imaginar lo que sería un Congreso donde Uribe sea la voz cantante, oponiéndose a todo, legislando en nombre del resentimiento y para saciar viejas cuentas de revanchas políticas.
Lo primero que se vendría abajo con 30 senadores del talante dictatorial e incendiario de Uribe, sería el proceso de paz en La Habana. Los esfuerzos y los logros obtenidos hasta ahora quedarían truncados aun cuando fuese reelegido Juan Manuel Santos. Para nadie es un secreto que el universo cuadriculado de Uribe sólo concibe la guerra como la única solución para conseguir la paz. Aniquilar a sangre y fuego a la insurgencia, despilfarrar millones en la guerra, serían las prerrogativas de unos perturbados con ambiciones mesiánicas.
Pero, además, un Congreso uribizado les garantizaría a las fuerzas de la ultraderecha donde conviven indeseables como Alejandro Ordóñez Maldonado, avanzar en ese proyecto retardatario de rescatar el Estado confesional que tanto añoran. Entonces las gracias de la exministra de Educación Cecilia María Vélez, que permitieron establecer la odiosa obligación de impartir educación religiosa en los colegios públicos, sería un juego de niños con lo que se le ocurrirá a ese batallón de envenenados que estaría por sentarse en el desprestigiado parlamento.
Un triunfo de Uribe y su vengativo séquito en las elecciones del próximo domingo sería lo más parecido a un golpe de estado. En efecto, la primera e inevitable consecuencia de ese desastre electoral se traduciría en que todo el gobierno quedaría en vilo, o por lo menos expuesto a tener que conciliar la agenda con el pragmatismo siempre indoctrinario de Juan Manuel Santos. Los ministros uribistas del actual gobierno, que han estado agazapados estos cuatro años, muy pronto estarían dispuestos a olvidar que alguna vez fueron santistas y a encaramarse en el tren de la victoria de esa ultraderecha que sólo aspira a tener poder para reprender a todos aquellos que no han estado del lado de sus siniestros proyectos políticos.
Quienes piensan votar por el Centro Democrático tienen que tener claro que, al día siguiente de producirse una victoria parlamentaria del uribismo, no sería raro que este país desmemoriado se le ocurra la tempestuosa idea de que Óscar Iván, el amanuense del Patrón, en verdad pueda convertirse en presidente. Ese sería el peor escenario. ¿Se imaginan a Uribe gobernando por mano ajena u ocupando en el eventual régimen de Zuluaga la misma privilegiada e irresponsable dignidad que en sus dos nefastos gobiernos ejerció el perverso de José Obdulio? No quiero ni pensar lo que sería de Tomás y Jerónimo en un nuevo cuatrienio orientado por la bilis de su progenitor, o de lo que serían capaces Carlos Náder Simmons, Fernando Londoño, Raúl Grajales, Raúl Montoya, Rito Alejo del Río y otras yerbas del pantano.
Ojalá el próximo domingo los colombianos le digan en las urnas no al pasado tenebroso y tempestuoso al que nos convoca la aventura del Centro Democrático.
Adenda. Sin duda una buena opción para votar para el Senado es Guillermo Rivera. Un liberal de todas las horas, pulcro, ilustrado y aguerrido. Votaré por él, porque lo conozco desde que fue mi alumno en los salones libertarios del Externado, donde brilló por su reciedumbre y competencia. Y para la Cámara, ante la imposibilidad de votar por la lista liberal, lo haré por Germán Navas Talero, un demócrata al servicio del bien común.
Ramiro Bejarano Guzmán | Elespectador.com
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