Hay situaciones, datos, nombres, lugares, fechas y demás que siempre quedan marcadas en la memoria personal por alguna razón, permanecen allí, como durmiendo, y se activan cuando se quiere evocar un recuerdo. Generalmente es información desordenada en esos cubículos de memoria, que requiere ser procesada para darle un orden y un sentido. Así por ejemplo, “colegio, Puerto Asís, Plácido Camilo Crouss, Gabriel Morata, años 1960´s, profesor Silva, campeonatos de fútbol, ping-pong, centro literario, coros musicales, canto, teatro, exámenes, ansiedad, miedo, tareas, bares, tímidos noviazgos, expulsión, sanción, playa, río, castigo, izada de bandera…” son datos, son sólo eso: información desordenada. Cada dato, cada palabra, podría ser explicada en contexto, posiblemente convertirla en toda una historia y así cada palabra desarrollada me daría el insumo suficiente para elaborar una nueva historia y así sucesivamente para nunca acabar. No es mi intención por ahora. Por ello voy a referirme sólo a unas pocas cosas, insignificantes para mucha gente, pero importantes para quienes tuvimos la oportunidad de convertirnos en bachilleres del Colegio Alvernia de Puerto Asís.
Los más felices con la noticia de la fundación de un colegio de bachillerato en Puerto Asís, no me cabe ninguna duda, fueron los padres de familia. Se terminaban los onerosos sacrificios de buscar dónde enviar a sus hijos (ciudades como Pasto por ejemplo), o de pregonar una bien disfrazada vocación sacerdotal de su hijo para que pudiera ser aceptado en el Seminario de Sibundoy como única forma de darle una educación gratuita y aceptable. El Seminario de Sibundoy, el Colegio Pío XII de Mocoa para entonces con 10 años de creado y no muy promocionado en Puerto Asís y la Normal de Señoritas en Sibundoy, se constituían en los únicos establecimientos con educación media en el Putumayo. El Seminario de Sibundoy estaba regentado por capuchinos españoles, aceptaba jóvenes de toda la región con la finalidad de prepararlos para ser sacerdotes misioneros, como ellos. Conozco a muchos amigos que pasaron por ese convento y hoy no son sacerdotes, nunca lo fueron, pero lograron realizar allí parte de su bachillerato. Fundar pues un colegio en un pueblo de gente dedicada más a labores campesinas o comerciales no dejaba de ser curioso, pero repito, un gran alivio para el bolsillo de quienes aspiraban para sus hijos de una educación que a ellos se les negó por cualquier razón.
Motivo de felicidad también representaba esa ocasión para familiares y allegados pues en adelante no habrían razones para sentir ausencias tan prolongadas de sus estudiantes, sentimiento compartido también por los hijos, es decir, por nosotros. Claro ! podríamos seguir frecuentando los mismos lugares de siempre: la playa de arena sobre el río Putumayo, la cancha de fútbol, los intercambios deportivos con los pueblos cercanos, las amigas, la discoteca, el billar, pero sobre todo seguiríamos fieles al “hotel mama”, el que nos aseguraba techo y comida al gusto sin mayor contraprestación.
En la misma Escuela Central de Varones donde hoy sigue funcionando se construyeron dos aulas complementarias en su ala norte y allí funcionó nuestro colegio durante los primeros años hasta que ocurrió su traslado a lo que es hoy el Colegio Santa Teresa. Su nueva ubicación le cambió el nombre al sector que durante mucho tiempo la gente conoció como barrio Alvernia.
Con este cambio de primaria a secundaria, hubo novedades para nosotros. Muchas. Ahora la campana ya no sonaría a las nueve de la mañana para indicarnos que podíamos salir a desayunar a la casa y volver a clases una hora después, como en la primaria. Ahora cada materia tendría un profesor “especializado” en el área y no como en el ciclo anterior donde un solo profesor dictaba todas las materias. Se volvió más visible el papel draconiano del prefecto de disciplina que a su vez se desempeñaba como vicerrector, profesor y no recuerdo qué más funciones. Ahora las decisiones la tomaría un Rector, para nuestro caso el Padre Gabriel Morata, español, catalán de buen genio. La educación física, antes tarde deportiva, ahora se convertía en materia obligatoria y evaluable, y el canto (tormento para muchos que como yo, no teníamos ni las aptitudes ni la menor disposición para aprenderlo) se convirtió en área importante sustentada por un simple argumento: así lo consideraba el prefecto a quien le encantaba el canto y además demostraba grandes habilidades para ello y para el acordeón. Si él cantaba, todos deberíamos saber cantar, propuesta clara, sencilla, indiscutible y perentoria.
Hago un alto y me detengo un momento en nuestro Rector, el Padre Gabriel Morata. De unos 30 años de edad, supongo yo, nos inició en el amor por la lectura con agradables libros que le enviaban de España y enriquecían nuestra famélica biblioteca, hizo que muchos aprendiéramos la delicia de jugar al ping-pong en el cual era experto, y compartía partidos de fútbol con nosotros sus estudiantes. Pragmáticamente se subía la sotana que amarraba a la altura de la rodilla con el cordón y a todos nos sorprendía con la fortaleza de su puntapié.
Hace pocos días me enteré que una vez regresó a Europa, nuestro ex-Rector pidió el retiro de la orden capuchina, se convirtió en seglar, nunca se casó y hoy disfruta de una vida muy ordenada en un pueblo catalán muy cercano a Barcelona. Tenía, que yo recuerde, una cualidad especial nuestro Rector el Padre Morata y para entenderla debo acudir a una analogía con el fútbol. En este deporte se dice que un partido ha sido bueno cuando además del surtido y factura de los goles, el árbitro pasa desapercibido, es decir, se nota más el accionar de los jugadores que el del juez. Eso mismo se puede decir del período rectoral de nuestro personaje. Nos hacía sentir que los alumnos éramos lo más importante y que los problemas y tropiezos siempre se agenciaban a través del diálogo civilizado. Hoy puedo entender que su papel aparentemente invisible era la mejor forma de enviar un mensaje que supongo no ha perdido actualidad, indicador que el objetivo y fin último de un colegio son sus alumnos, son los estudiantes. Ninguna otra cosa puede desviar el verdadero interés y propósito de un colegio. Verdad sencilla pero que no debe dar lugar a confusiones, equivocaciones o interpretaciones diferentes.
Ya lo decía antes, podría empezar a convertir cada dato en una historia, pero resulta que este escrito corresponde a una intervención que yo debería hacer en uno de los actos públicos programados por mi colegio y que la lluvia frustró. El buen profesor Pinilla me había llamado telefónicamente y me hizo una advertencia previa: “su intervención no puede pasar de tres minutos. Diga lo que alcance a decir en tres minutos”. A quienes nos correspondió estudiar en su época ya saben a lo que nos exponemos si su sentencia no se cumple; había cronometrado lo más exacto que me había sido posible esos tres minutos y pensaba robarle unos pocos segundos más para dejar un mensaje de parte de mis compañeros de estudio María Isabel López, Julieta Valencia, José Aux, Euménides Enciso, Rodrigo Martínez, Alvaro Pastrana, Jesús Pabón y José Clímaco Ricaurte para todos el estudiantado alverniano: disfruten al máximo todos los componentes de ésta época estudiantil, cada día vayan delineando y tejiendo su profesión futura y en cualquiera que escojan sean personas útiles a la sociedad y motivo de orgullo para su familia y para la comunidad asisense.
Descanso eterno para quienes fueron nuestros compañeros: Guadalupe Martínez, Guillermo Angulo e Ilián Revelo Calderón.
Es todo… y larga, larga vida para el colegio Alvernia, su colegio, mi colegio, nuestro colegio!
Guido Revelo Calderón
Puerto Asís, Putumayo, Noviembre de 2012