
Por : Hector Verdugo
En Mocoa, el debate público dejó de ser un espacio de ideas y se convirtió en un campo minado donde algunos comunicadores y activistas, especialmente los que se oponen a la presencia de Libero Cobre, han decidido señalar, atacar y deslegitimar a sus propios colegas. Lo que debería ser una discusión seria sobre el territorio terminó degradándose en una pelea personal que no solo divide, sino que pone en riesgo la independencia y seguridad del periodismo local.
La pregunta es inevitable: ¿qué está pasando con el oficio en Mocoa? ¿En qué momento algunos comunicadores decidieron que su causa personal estaba por encima de la ética y del respeto al trabajo de los demás?
Hoy se acusa sin pruebas, se etiqueta sin argumentos y se ha instaurado una narrativa tóxica donde cualquier periodista que informe, verifique o publique contenidos relacionados con la actividad de Libero Cobre es inmediatamente señalado como “cómplice”, “vendido” o “aliado corporativo”. Un señalamiento irresponsable que pretende explicar todo desde la sospecha y nada desde la evidencia.
Más grave aún: quienes atacan omiten deliberadamente una verdad elemental del periodismo —algo que cualquier profesional serio entendería—: los medios viven de la publicidad. Publicar pauta comercial o institucional no convierte a un medio en vocero de una empresa; convierte a un medio en un medio sostenible. Pretender que los medios informen sin recursos, sin ingresos y sin anunciantes es desconocer cómo funciona el periodismo y, de paso, condenarlo a desaparecer.
Los activistas tienen derecho a protestar, a oponerse y a exigir debates ambientales, pero no a destruir el nombre de los comunicadores que no piensan como ellos. El periodismo no está obligado a militar en ninguna causa: su deber es informar, contrastar, investigar y dar contexto. Eso incluye escuchar a empresas, comunidades, expertos, autoridades y a quienes critican los proyectos. La pluralidad no se negocia.
Lo que sí es inaceptable es la guerra interna que algunos han decidido desatar: una guerra mañosa, basada en insinuaciones, desinformación y ataques personales. Una guerra que, paradójicamente, beneficia a quienes quieren ver a la prensa dividida, intimidada y desprestigiada.
Mocoa no puede permitir que el periodismo local sea convertido en rehén de agendas particulares. Este territorio necesita un debate serio, no una pelea de egos. Necesita activistas con argumentos, no con insultos. Necesita comunicadores valientes, no comunicadores señalados por otros comunicadores.
Si seguimos por este camino, no ganará la verdad. Ganará la sospecha, la mentira y el miedo. Y ese no es el Putumayo que la ciudadanía merece.