Politiquería en tiempo electoral

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Carlos Enrique Corredor Saavedra – Columnista

Por: Carlos Enrique Corredor Saavedra

Muchos candidatos son expertos en el manejo de la demagogia y de la retórica, dos elementos necesarios para crear un ambiente de tranquilidad y credibilidad dentro de las reuniones, que así sea paja lo que está diciendo el candidato, todos, y hasta los más reticentes de los asistentes terminan creyendo el cuento, bajo cierto nivel de paroxismo, y per se, el candidato mentiroso termina creyendo sus propias mentiras.

Estos señores, en campaña proselitista, hablan de cambios extraordinarios, exornan su verborragia con lagoterías y expresiones sobredimensionadas, capaces de elevar el ego de los visitados a su máxima expresión, se presentan como el mesías salvador, con discursos grandilocuentes acompañados de diatribas contra sus rivales y, en fin, hasta se autoproclaman héroes defensores de los derechos constitucionales de los ciudadanos. De facto, las personas visitadas terminan viéndolos como líderes indiscutibles, cuando en realidad solo representan una nueva cara de la misma politiquería.

Lo más grave es que muchos de estos aspirantes, además de carecer de preparación e idoneidad para cargos de tan alta responsabilidad, arrastran un pasado turbio: tienen procesos en curso, investigaciones disciplinarias, penales y de responsabilidad fiscal; expedientes abiertos por corrupción y otros delitos no menos importantes. Son cínicos y sinvergüenzas que, a pesar de sus antecedentes, se pavonean en las calles con la frente en alto, pidiendo el voto como si fueran ejemplo de honorabilidad.


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Son verdaderos maestros de la manipulación. Disfrazan las mentiras de tal forma que logran cautivar a su audiencia y encender ilusiones que saben de antemano que no cumplirán. Entre lo que prometen y lo que la Constitución y las leyes permiten hay un abismo que jamás confiesan.

Algunos, en su afán de protagonismo, recurren incluso a ataques personales contra sus rivales, olvidando aquella célebre enseñanza: “Quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra”. Y, por lo general, el más impúdico es el primero en señalar la impudicia.

Ante este panorama de más fracasos que aciertos, de más penas que glorias, es necesario que nuestros conciudadanos, los que de verdad anhelan un cambio, voten con conciencia y entereza por el candidato que demuestre, con pruebas fehacientes, su preparación, experiencia, integridad y compromiso con su pueblo, más allá de colores políticos. Al fin y al cabo, como dijo Deng Xiaoping: “No importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones”.


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