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Por : Rodrigo Botero – LaSillaVacia
Sobrevolando hace un tiempo, desde Tarapacá hasta Puerto Asís, veía yo una enorme anaconda que se engullía, poblados, malocas, bases militares, resguardos, parques nacionales, plataformas petroleras, fincas, “cascos urbanos”, y cuanto hubiera en su camino. Esa anaconda o Güio negro, era una mancha de coca que como nunca, estaba bajando del alto rio Putumayo, hacía la frontera con el Brasil.
Echando una mirada al otro lado del rio, confirmábamos que el asunto era más grave de lo pensado, pues claramente en la frontera con Perú, ya no sólo veíamos extraños “parches” y carpas negras de laboratorios, sino de grandes cultivos. En Ecuador, también se veía movimiento inusual, como anunciando que la gran Boa, estaba tragando por parejo sin distinguir el origen de la presa.
Ya describiéndolo en detalle, debo decir que fue muy sorprendente ver el enjambre de dragas en el trapecio amazónico; al igual que ellos tábanos que acompañan la Boa en su cabeza, las dragas se veían muy activas y felices chupándose la sangre de los territorios indígenas del Trapecio, en los ríos Cothué y Purité -,a escasos kilómetros del gran Comando Unificado del Sur- así como los despreciables garimpeiros en el rio Puré, que aún siguen en frenesí, buscando pepas de oro en el último territorio de Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario en la cuenca Japurá- Issá (Caquetá – Putumayo le dicen los colombianos).
Estos feroces tábanos, con información georeferenciada generada por geólogos en Sao Paulo y Ginebra, usan los servicios de las hordas armadas que se hacen llamar “las verdaderas… no se qué”, para garantizar su operación, así como su participación en el lindo negocio del postcapitalismo en el siglo XXI. De repente, un poco más debajo de Puerto Arica, luego de la bocana del Igará Paraná, empiezo a encontrar lotes grandes, entre 10 y 15 ha, de cultivos de coca, y sus respectivos “voltiaderos”, exactamente ubicados a 4 kilómetros del borde del rio. Cada uno de esos grandes trabajaderos, se encuentran distanciados a 10 km el uno del otro, dentro del Resguardo Predio Putumayo, anunciando una invasión planificada, ordenada, y con acompañamiento armado, como nunca antes se había visto. Pero lo más oscuro, es que al frente en el lado peruano, una enorme mancha de coca, laboratorios y movilización hacía el oriente de la Amazonia, se dibuja claramente. La presencia de los grupos armados brasileros ya no solo se siguiente con sangre en Leticia, sino que está copando la ribera del Putumayo, a la lado y lado, mientras la gente come mierda y las “autoridades” miran para arriba y brindan en el “sambódromo”. De Leticia a Puerto Leguizamo, ya no sólo se oye “La Lambada”, sino que se ajustan cuentas en portugués y todos se vuelven políglotas. Ya no es novedad, que “los colombianos” hagan minería sobre el rio Nanay en la cuenca abastecedora del Acueducto de Iquitos, incluyendo reclutamiento forzado de indígenas peruanos para sus filas en toda la frontera norte de Loreto, y que cuando los funcionarios públicos ven las trazas de Mercurio, tratan de entrar a la zona del rio, siendo recibidos a plomo por el ejército irregular invasor. Tremendo lio internacional el que se está gestando, y la política de paz, ni se asoma por esos confines de la expansión de los grupos armados en las fronteras de nuestro agujereado país, que repite el fenómeno desde Venezuela hasta Ecuador en la amazonia continental.
Subiendo el rio un poco más, la Boa, se engorda, y se va tragando no solo el Resguardo Predio Putumayo, sino el tremendo caso urbano de Puerto Leguizamo, con su flamante Base de la Armada. Los cocales, literalmente, pasan por encima y debajo de Leguizamo, dejando una imagen brutal de como una economía ilegal y sus agentes se comen la simbólica presencia de la institucionalidad Publica. De Leguizamo, parte una via, que va perpendicular al rio Putumayo, y sube hasta el rio Caquetá, en un sitio llamado La Tagua. Claramente se observa como la Boa pretende subir por las bocas del rio Caguan, así como en el Orteguaza, el Mecaya, y todas las cuencas que suben hacía el piedemonte. Me dio profunda tristeza ver la cuenca del Caucayá, en el Parque La Paya, perdiendo los bosques restaurados en los últimos 20 años por los funcionarios de Parques y colonos antiguos, a manos de los neococaleros comandistas. Dos décadas de restauración perdidas ante la debilidad del Estado en los intestinos de la Boa cocalera armada.
Contando el número de minutos que veo cultivos de coca ininterrumpidos desde el aire, caigo en cuenta que nunca antes había presenciado una zona de cultivos continuos tan extensa, con lotes gigantescos, que pasan de resguardos a parques, a reservas forestales, a zonas sustraídas, pasan por pueblos, bases militares, e increíblemente, sobre plataformas petroleras, que parecen adornadas con las líneas de cocales. El uso de los combustibles del tubo petrolero es un terrible incentivo para el desarrollo de cocales como lo demuestra el mismo caso en Catatumbo y Nariño.
Algo pasa, en un país, que no controla sus tubos, ni sus territorios, ni tienen economías alternativas para esas zonas, en décadas enteras de discursos vacíos de cuanto funcionario “imaginativo” llega por esos confines. A pesar de que se ven carreteras, pavimento, y otras curiosidades, es claro que el gran negocio, es el narcotráfico legalizado en oro, que con los socios brasileros y mexicanos, baja boyante hacía Sao Paulo y otras cuencas, ya sea para alimentar el mercado interno de los “brachos”, o para mandar el Antonov hasta la costa Africana, con cualquier bandera humanitaria de fachada. Hace unos años, Raul Reyes, númeero 2 de las FARC, fue bombardeado al otro lado del rio, en Sucumbíos, Ecuador. El que fuera el frente 48, fue visitado por “El Paisa” antes de su deceso, producto de una acción del otrora EMC. Ahora, un grupo denominado “Comandos de La Frontera” ejerce un control asfixiante sobre la población, y por supuesto, sobre el lucrativo negocio del portafolio “coca-oro”, en toda esta gran cuenca. Ahora, La Araña, alias que no quiso pronunciar el Comisionado de Paz, es el interlocutor del doctor Novoa, como representante, de una expresión bizarra de nuestro conflicto. Pobre Putumayo, pobre país.