Las huellas de Shultes en el alto Putumayo (Segunda Parte)

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Por: Jesús Alberto Cabrera

En la nota anterior, relatamos el legado inmortal de Richard Evans Schultes un extraordinario hombre de ciencia estadounidense, que cautivado por la belleza de Colombia y el conocimiento de las comunidades indígenas de la Orinoquía y Amazonía , emprendió un viaje por estas regiones del país y en uno de esos periplos pasó por Pasto (Nariño) y en su camino por La Cocha hacia el Alto Putumayo, descubrió y catalogó una majestuosa especie de frailejón; esta planta de páramo, fue bautizada por el renombrado científico español José Cuatrecasas como Espeletia schultesiana, cómo un tributo al insigne Schultes, su amigo y compañero en la senda del conocimiento. Asimismo, mencionamos que las asombrosas aventuras de este científico están narradas con maestría en el libro El Río, obra del canadiense Wade Davis, quien con su pluma inmortaliza las hazañas de Schultes y su inquebrantable amor por los misterios de la selva.

Este viaje de aventuras, en busca del conocimiento ancestral de nuestras comunidades indígenas, dejó un testimonio indeleble de la confluencia entre la ciencia y la cultura; es un recordatorio eterno de que el saber no reside únicamente en los libros y laboratorios de las más prestigiosas universidades del mundo, sino que también late en los bosques y se transmite a través de las voces de aquellos que durante milenios, han vivido en armonía con la naturaleza. Fue así como Schultes, uno de los más grandes etnobotánicos del siglo XX, emprendió un viaje fascinante e histórico hacia la majestuosa Amazonía colombiana, con especial énfasis en la mística región del Putumayo, en los años 1940 durante su travesía, Schultes no solo recolectó y catalogó una gran variedad de plantas muchas de ellas desconocidas hasta entonces por la ciencia, sino que también penetró en los misterios del uso espiritual de estas por parte de los taitas, chamanes y sabedores, guardianes de la sabiduría ancestral.


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Durante su estancia en el misterioso Putumayo, Richard Evans Schultes convivió con diversas comunidades indígenas, como los ingá, kamzá, cofánes y sionas. En su contacto con estas culturas ancestrales, conoció a los taitas, líderes espirituales y sanadores de estos pueblos. Los “taitas” son más que guías: son los guardianes del saber antiguo, los mediadores entre el mundo espiritual y el terrenal. Portadores de un vasto conocimiento sobre las plantas sagradas, emplean este saber en ceremonias curativas y rituales que han perdurado a través de los tiempos. Este viaje al Alto Putumayo marcó un hito tanto en la historia de la etnobotánica, como en la comprensión de las antiguas tradiciones indígenas del Amazonas; ya que esta remota y enigmática región de Colombia, donde lo andino se encuentra con lo amazónico, es un santuario donde los pueblos indígenas han custodiado con celo reverente, un conocimiento inmenso y profundo, legado de generaciones que se funden con la selva y el espíritu de la tierra.

En 1941, Richard Evans Schultes, era un joven botánico de Harvard, que se adentraba en los umbrales de un mundo desconocido, guiado por una insaciable curiosidad y un respeto profundo hacia las plantas y sus insondables secretos; había penetrado en un territorio que parecía respirar vida en cada hoja, en cada gota de rocío que se aferraba a las plantas bajo la sombra de los colosales árboles de la selva. Sin embargo, este viaje no era meramente físico; era una travesía hacia las profundidades del alma humana, hacia la relación sagrada que los pueblos indígenas habían tejido con el entorno natural a lo largo de los siglos. En el místico Valle de Sibundoy, entre montañas envueltas en el misterio, Schultes encontró un amigo en Pedro Juajibioy, un curandero del pueblo kamsá. Aquel encuentro, entre dos hombres provenientes de mundos tan distantes, fue una confluencia de sabiduría ancestral y curiosidad científica. Era más que un simple intercambio: era un puente tendido entre lo conocido y lo desconocido, entre el saber académico y la sabiduría milenaria de la selva.

Debemos afirmar que Pedro Juajibioy no solo era un taita “sanador”, sino también un guardián de los secretos místicos de la naturaleza. Para los kamsá, las plantas no son meros organismos biológicos, sino espíritus vivientes que encarnaban la esencia misma de la tierra. Para él, cada hoja, cada raíz, era una manifestación del poder ancestral, cargada de una energía curativa y dotada de la capacidad de abrir las puertas de la mente y del alma. Fue bajo su guía que Schultes conoció el yagé, una planta de poder venerada por los pueblos amazónicos y otros pueblos indígenas. En sus ceremonias sagradas, esta bebida mágica no solo es remedio, sino el puente que los conectaba con el vasto y misterioso mundo espiritual. Para Pedro Juajibioy, el yagé no era solo una medicina, sino una senda hacia los ancestros, un canal para comunicarse con los espíritus de la selva y con las fuerzas invisibles que sostienen el equilibrio sagrado de la naturaleza.

Con reverencia y asombro, Schultes contempló la preparación del yagé: una infusión que hervía lentamente en calderos de barro, liberando vapores que parecían contener siglos de sabiduría. Era como si el tiempo mismo se disolviera en aquel aroma ancestral, impregnado de música, historias y misterios antiguos. Al beber el yagé, Schultes fue arrastrado a un viaje interior. En medio de visiones deslumbrantes y colores intensos, comprendió que aquellas plantas no solo albergaban compuestos químicos, sino algo mucho más profundo: contenían una sabiduría que trascendía los límites de la ciencia occidental. Fue en ese instante cuando empezó a vislumbrar un mundo distinto, en el que la botánica no era simplemente el estudio de las plantas, sino una puerta abierta hacia la comprensión de la íntima relación entre los humanos y la naturaleza. Allí, en las entrañas de ese conocimiento milenario, entendió cómo las culturas indígenas, a lo largo de incontables generaciones, habían aprendido a convivir con la naturaleza y a sanar junto a ella, en un delicado equilibrio de respeto y mutua curación.


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Con referencia a este aspecto, Wade Davis en el libro “El Río” explica que, para los “taitas”, el conocimiento sobre las plantas sagradas no es únicamente botánico, sino espiritual y cosmológico:”Los chamanes no sólo conocen el poder curativo de las plantas, sino también sus significados y propósitos dentro de su cosmovisión. Ellos creen que estas plantas están imbuidas de un espíritu que debe ser respetado y que las curaciones sólo pueden ocurrir en un contexto donde la relación con estos seres vegetales sea armoniosa y respetuosa”.

Esta historia aún no termina……..

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