Autor: Carlos Enrique Corredor Saavedra
En la era digital, la explosión de las redes sociales ha dado lugar a una nueva forma de comunicación global, pero lamentablemente, no todo lo que brilla es oro. Las plataformas en línea han visto el surgimiento de una nueva especie: los «influencers», individuos que han convertido sus vidas cotidianas y sus estupideces, en un espectáculo y lucrativo negocio, ganando buen dinero y llamando la atención a través de sus, comportamientos extravagantes, estrafalarios e insulsos y, a menudo, utilizan contenidos triviales y hasta grotescos.
Es innegable que las redes sociales han democratizado la producción de contenido, permitiendo que cualquier persona con un teléfono inteligente pueda compartir sus pensamientos, experiencias y opiniones. Sin embargo, esta libertad también ha desencadenado una ola de lo que podríamos llamar «idioteces digitales». ¿Cómo es posible que la banalidad atraiga tanta atención y, lo que es más alarmante, se convierta en una fuente de ingresos?
Uno de los fenómenos más destacados de esta era es la creación de los llamados «influencers». Estas figuras, que a menudo carecen de talentos excepcionales o habilidades únicas, han encontrado en la exposición de sus vidas privadas y sus opiniones triviales una fuente de ingresos muy apreciada. ¿Qué mensaje envía esta tendencia a las generaciones de jóvenes? ¿Es acaso la banalidad la nueva virtud?
Además, los medios de comunicación y las redes sociales han contribuido significativamente a la promoción y la amplificación de estas «idioteces digitales». Los algoritmos diseñados para maximizar la retención y el tiempo de visualización favorecen el contenido sensacionalista y llamativo, relegando la información valiosa a un segundo plano. Esto plantea una pregunta crucial sobre la responsabilidad de las plataformas digitales y los medios de comunicación en la formación de la opinión pública.
¿Cómo es posible que la sociedad contemporánea dedique tanta atención a la trivialidad mientras ignora asuntos más relevantes? ¿Por qué los medios de comunicación dan tanto espacio a estos influencers y sus idiosincrasias, en lugar de priorizar temas que realmente importan?
La glorificación de las «idioteces digitales» también plantea cuestionamientos éticos sobre el tipo de contenido que se promueve y la influencia que tiene en la percepción pública. ¿Es saludable para una sociedad dar tanta importancia a comportamientos superficiales y estilos de vida irrealistas?
En última instancia, la epidemia de idioteces digitales plantea interrogantes sobre la dirección que está tomando nuestra cultura digital. La atención y el valor que se otorgan a contenido trivial afectan no solo la calidad de la información disponible en línea, sino también la forma en que percibimos y valoramos la realidad.
Es esencial reflexionar sobre estos aspectos y buscar un equilibrio que permita aprovechar los beneficios de la conectividad digital sin sucumbir a la trivialidad y la banalización de la información. La era digital tiene el potencial de ser una herramienta poderosa para la comunicación y la educación, pero depende de nosotros, como usuarios y consumidores, darle forma de manera consciente y responsable. Una era donde el sabio debe callar para que el idiota diga estupideces sin ofenderse.