Por : Arq. Oscar David Gaviria Serna.
Mocoa quedó marcada para siempre por la tragedia del 31 de marzo de 2017 cuando grandes piedras bajaron de la montaña arrasando con todo a su paso. Hoy sobrevive revictimizada cada día por la negligencia gubernamental con la fallida reconstrucción. Hemos pregonado que la opción que nos queda es repensarnos para re-construirnos nosotros mismos y a tiempo, porque lo peor está por venir y es el olvido.
Diversas culturas dieron a las piedras la connotación de aquello que perdura y renace a través de la memoria. En la mezquita del templo en Jerusalén, bajo la cúpula de oro está la roca blanca y desnuda como símbolo de conectividad con lo más sublime, la materia y la fe.
Sobre la piedra en los cementerios y en las plazas públicas se graban los nombres de los héroes y de los seres queridos como tinta indeleble contra todo olvido.
Los más de trescientos muertos de Mocoa y los desaparecidos entre el lodo y las piedras merecen un espacio público en su memoria que les recuerde y que cotidianamente como las campanas repiquen a sus habitantes su vulnerabilidad frente a la naturaleza y el respeto que ella demanda ante los cantos de sirena por explotar la misma montaña que esa noche siniestra arrasó la ciudad.
En el año 1987 recién pavimentada la avenida que como un cordón umbilical nos une al país, de forma espontánea surgieron voces reclamando la arborización del separador y con el esfuerzo de diversas organizaciones como la defensa civil, bomberos y ciudadanos del común, lideramos la selección de semillas y pequeños árboles que hoy 36 años después engalanan la ciudad producto de esta construcción colectiva.
Convoco a que imaginemos colectivamente en el eje de la avenida Colombia las extraordinarias piedras que surgen cada día de las excavaciones de las obras del nuevo alcantarillado instaladas como imponentes esculturas que presiden la ciudad. Así como tantas ciudades hicieron grandes esfuerzos para exponer en sus avenidas y parques las extraordinarias esculturas del hoy desaparecido maestro Fernando Botero, instalemos las piedras de la memoria como testimonio indeleble de nuestro dolor y nuestra esperanza.
Este destino es mejor que la implosión a las que son sometidas antes de descartarlas.
Para los mocoanos que tenemos una relación estrecha con los ríos nos es fácil imaginar las enormes piedras limpias exponiendo sus diversas texturas como la piel desnuda de todos los que poblamos la región. Piedras que en un lenguaje secreto contarían a la ciudad y a sus visitantes, historias milenarias acontecidas en las entrañas de la cordillera de los Andes, en sus ríos y en los caminos rodados por estas tierras, antes de llegar al corazón de Mocoa.
En contraste a esa presencia perenne, rodeandolas serpenteantes, imaginemos también el estallido colorido de las flores amazónicas con su belleza efímera -como la vida-, completando la escena de esta obra urbana y cotidiana.
Esta idea convertiría a la avenida Colombia en un paseo de la memoria de la avalancha que conmovió a Colombia, y dotaría a Mocoa de mejores atributos y nuevas simbologías.
Cada primero de abril por ejemplo, la ciudad debería volcarse sobre toda esta avenida en un acto profundo y solemne para conmemorar la muerte y así mismo ratificar el compromiso con la vida, esa vida que se nos va talando la selva, contaminando los ríos, ahuyentando los pájaros y la inmensa biodiversidad que nos circunda.
Estamos en mora de empezar ya mismo la instalación de éstas piedras de la memoria, todos perdimos a alguien conocido, a un ser querido.
Que no nos sorprenda un nuevo aniversario con las manos atadas. Es hora de repensar y actuar para re-construirnos sin embadurnar de promesas vacías la ciudad.
La acción colectiva es la medida contundente y efectiva contra el olvido.
Mocoa, septiembre de 2023