Autor: Carlos Enrique Corredor Saavedra
Vivimos en un mundo de utopías, de fantasías alimentadas por las falacias de los dueños del poder político y económico, de mentiras que algunos medios de comunicación publican con mucha frecuencia, donde gran parte de las supuestas “verdades” son acomodadas conforme a las conveniencias de los dueños del cuarto poder; donde se muestra lo que el denominador común del pueblo colombiano quiere saber, ver o escuchar. Donde las realidades que puede beneficiar a los sectores marginales, premeditadamente son ocultadas, como ignoradas son, las que pueden perjudicar o comprometer a los personajes influyentes del país.
Un mundo donde se ha perdido casi todos los valores y principios, las sanas costumbres y el respeto mutuo. Donde el sabio debe callar para que el ignorante pueda rebuznar sin que se ofenda. Donde el terco, consecuente con su postura recalcitrante, dice tener la razón, y se sostiene a capa y espada, así, se le venga el mundo encima, o se le demuestre lo contrario.
Un mundo sórdido donde las mentiras de los perversos, son tan perfectas y verosímiles, que no solamente la creen los engañados, sino también los mismos engañadores, porque entre otras cosas somos muy crédulos y damos por cierto lo que nos dicen los mitómanos y rechazamos, inclusive, con vehemencia, a los que nos hablan con la verdad.
Vivimos en una sociedad, donde los delincuentes tienen protección y prerrogativas por parte del estado, como si gozaran de impunidad perpetua. Las leyes, parece que estuvieran inclinadas a favorecer al delincuente, más que a su víctima. Los bandidos que azotan la sociedad, tienen el derecho a la presunción de inocencia, mientras no se le demuestre su culpabilidad. Muchos de los malhechores, aunque sean cogidos en flagrancia son absueltos, porque según la autoridad, no existió mérito para detenerlo, ni mucho menos pruebas para juzgarlo y condenarlo, y lo curioso, es que fue cogido con las manos en la masa, como dice el dicho popular.
Una sociedad, donde, con los mismos elementos de juicio con que se puede condenar a un inocente, con estos mismos elementos de juicio, se puede absolver a un culpable. A propósito, “no siempre el que está privado de la libertad es culpable, como mucho de los que están gozando de su libertad, son inocentes”.
El sufrimiento y marginamiento de los sectores vulnerables, donde está asentado el mayor índice de pauperismo del país, hace ver luces de esperanza en las falsas promesas que hacen algunos inescrupulosos, que están haciendo proselitismo y metiéndose en la cola para tratar de llegar al poder. No siempre es la razón la que los impulsa a actuar de determinada manera, sino el cansancio de su espíritu batallador, la pérdida de la fe y las esperanzas que despertó x o y candidato, el marginamiento, discriminación y abandono total o parcial por parte del estado a través de sus entidades territoriales. Sencillamente, esa es la triste realidad.
Podrán existir personas nobles, con sanos propósitos, con importante y suficiente conocimiento de la situación social y económica del sector al que pretende representar, con ganas de hacer bien las cosas, al amparo de la Constitución y las Leyes, pero, seguro y difícilmente encontrará quien lo escuche y menos, quien lo aplauda y apoye, cuando la rampante corrupción ha permeado casi todos los rincones de las instancias gubernamentales de nuestro país y la voz, del valiente adalid reclamando igualdad de derechos y justicia social, será como una gota de agua derramada en la inmensidad del desierto.