Así ganamos el Reinado del Churumbelo (Crónica)

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Imagen generada por IA

Por : John Montilla

Un diciembre de hace unos años, junto con un artesano del carnaval, nos propusimos a última hora (en ese evento casi siempre se improvisa) participar con una “candidata” al Reinado del Churumbelo. Para ello, en primer lugar, necesitábamos el participante. La suerte estuvo de nuestro lado desde el principio, porque lo vimos sentado en una esquina del barrio, bajo un árbol de almendro, recochando con un grupo de amigos. Fuimos hasta allá y, entre chanza y seriedad, le hicimos la propuesta.

El hombre al principio se puso serio y nos dijo que a eso no le jalaba, pero le argumentamos que había un buen premio y le poníamos como garantía que nosotros siempre participábamos en los carnavales con disfraces y carrozas, y que casi nunca nos iba mal.

Para convencerlo, eché mano de mi frase de batalla para esos eventos:


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“No son las personas las que ganan, son las ideas.”

Le dijimos que ya teníamos en mente el diseño de la carroza y el libreto que íbamos a manejar, que con eso derrotaríamos a cualquier rival que se nos enfrente.

Mi amigo, como artesano, es bueno para diseñar carrozas, y yo no me le quedo atrás en ese tipo de trabajos. Otro punto a favor es que yo podía redactar un discurso, escribir y dirigir un libreto. El asunto parecía resuelto; solo faltaba el sí de nuestro seleccionado. Ante nuestras razones, la insistencia de la demás gente que dijo que nos acompañaría con la barra y el visto bueno de su pareja, el hombre terminó por aceptar y decidió ser nuestra “candidata”.

Como nuestro candidato se tomaba toda la sopita y tenía su barriguita de camionero cervecero, lo bautizamos ahí mismo como “Miss Inflación”. El nombre tenía una carga de humor, de risa contra sí mismo, y un elemento de economía que nos serviría para una sátira política.


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Entonces, en el carro que conseguimos, diseñamos y elaboramos una gran canasta remesera y la decoramos alrededor con elementos vacíos de diversos productos comestibles y de uso diario de nuestros hogares. Le dimos el toque festivo y alegre y, en el centro de ella, con unos buenos tragos de aguardiente para que se animara, metimos a la “candidata”.

El libreto que escribí lo hice en términos de economía, salario, mercado y canasta familiar, con sus toques y aliños de humor, sátira, sarcasmo y crítica, e hicimos que la candidata en todo momento siguiera el discurso preparado. Como en el teatro, le pusimos a alguien que estuviera atento, soplándole al oído lo que tenía que decir. La idea fue siempre que fuera coherente, gracioso y bien estructurado, y que en ningún momento hiciera gestos groseros, ordinarios o grotescos en su presentación.

Con mi colega, frente a la tarima en el parque, atentos a los acontecimientos, ya habíamos concluido que, en lo que a carroza se refería, nadie podría derrotarnos ese día. Veíamos que las otras candidatas improvisaban su presentación y decían lo que se les ocurría en el momento y, por supuesto, algunos detalles ordinarios, más que a su favor, corrían en su contra. El asunto pintaba bien para nosotros.

Solo faltaba un detalle: el baile con el edecán. Ese fue un obstáculo que tocó vencer y que resolvimos a la hora de elaborar la carroza. Entre los voluntarios que nos ayudaban estaba “el loquito del barrio”, sin camisa, y le dijimos que si quería acompañar a la “reina”. De una dijo que sí y preguntó qué tenía que hacer. Le dijimos que nada, tan solo ir junto a “ella”, darle la mano y echar una bailada. Salió al desfile como estaba: en pantalón y sin camisa, pero alguien le colgó una corbata en el cuello. Un par de veces estuvo a punto de mandar al traste todo el plan cuando estaban en la tarima, pero nuestro apoyo estuvo en la jugada y se resolvió bien.

Cuando el jurado dio el veredicto, el asunto salió como lo planeamos. Daba gusto ver la algarabía de nuestra barra, que era mucha en el parque. Con mi colega nos dimos tremendo abrazo y de todos lados nos llegaban más abrazos, agua y cerveza. Y, por supuesto, nos alegramos y reímos de ver a nuestra “reina” en la tarima, abrazándose y saltando con su edecán. Le dieron el primer puesto, un buen premio en efectivo y una singular corona de malla y hojalata pintada de color dorado. Por alguna razón eso fue a parar a mi casa; la tuve un buen tiempo, pero un semestre que me fui a la universidad, mi madre creo que la echó al reciclaje.

“Ese concurso está en nuestro palmarés. Nadie nos quita lo bailado.”

***

John Montilla (27-XII-2025)

Relatos de mis memorias

Imagen: AI generated.

jmontideas.blogspot.com


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