
Por: *Alexander Africano
Esta semana Putumayo no vivió una coyuntura electoral; vivió un terremoto. Una tormenta perfecta donde se mezclaron avales negados, venganzas políticas, alianzas de bolsillo y la eterna pelea por el control del poder. Nada nuevo, pero esta vez con un nivel de crudeza que dejó a más de uno sin aliento.
El primer rayo cayó sobre 𝙈𝙖𝙧𝙞𝙤 𝙅𝙖𝙢𝙞𝙤𝙮. Un liderazgo emergente, respaldado por el senador Ariel Ávila, al que le pasaron factura por razones que nadie admite en público pero todos comentan en privado: su cercanía con sectores conservadores y la disputa interna del Partido Verde en Putumayo. En el ajedrez verde, Diego Figueroa y Yule Anzueta movieron las fichas con precisión quirúrgica. Yule, cuestionado incluso dentro de su propia colectividad, terminó quedándose con el aval. El mensaje fue claro: la meritocracia no existe cuando el poder ya tiene dueño. Mario seguirá en la carrera, pero ahora tendrá que encontrar techo político en otro lugar. Y lo hallará, porque respaldo social sí tiene.
El segundo temblor cayó sobre 𝙂𝙚𝙧𝙢á𝙣 𝙊𝙧𝙩𝙞𝙯.El conservatismo decidió negarle el aval, y la novela empezó. La renuncia del diputado Diego Zambrano quien movía parte de la estructura azul reconfiguró todo el tablero. A eso se suman voces que dicen que Ortiz no tenía los recursos suficientes para sostener una campaña fuerte; otros apuntan a que la senadora Liliana Benavides no lo respaldó. Lo cierto es que Ortiz quedó en el aire, pero no está vencido. Putumayo es tierra de resiliencia, y él buscará dónde aterrizar. Lo hará, porque esto apenas está empezando.
Pero el golpe más fuerte un verdadero misil político fue el que cayó sobre 𝘾𝙖𝙧𝙡𝙤𝙨 𝘼𝙧𝙙𝙞𝙡𝙖, actual representante a la Cámara. El Partido Liberal, o mejor dicho, su propietario, 𝘾é𝙨𝙖𝙧 𝙂𝙖𝙫𝙞𝙧𝙞𝙖, decidió dejarlo por fuera. Y aquí sí no hubo sutilezas. Ardila fue castigado por decir lo que muchos piensan y pocos se atreven a pronunciar: que el liberalismo de hoy es un partido secuestrado por un cacique que no entiende, no escucha y no representa a la Colombia del siglo XXI.
Un internauta lo resumió con precisión quirúrgica: “𝙐𝙣 𝙘𝙤𝙣𝙜𝙧𝙚𝙨𝙞𝙨𝙩𝙖 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙘𝙖𝙡𝙞𝙙𝙖𝙙 𝙙𝙚𝙡 𝘿𝙧 𝘼𝙧𝙙𝙞𝙡𝙖 𝙝𝙖𝙘𝙚 𝙧𝙖𝙩𝙤 𝙙𝙚𝙗𝙞ó 𝙨𝙚𝙣𝙩𝙞𝙧𝙨𝙚 𝙞𝙣𝙘ó𝙢𝙤𝙙𝙤 𝙚𝙣 𝙪𝙣 𝙥𝙖𝙧𝙩𝙞𝙙𝙤 𝙦𝙪𝙚 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙙𝙪𝙚ñ𝙤, 𝙦𝙪𝙚 𝙥𝙧𝙤𝙥𝙤𝙣𝙚 𝙖𝙡𝙞𝙖𝙣𝙯𝙖𝙨 𝙘𝙤𝙣 𝙡𝙖 𝙪𝙡𝙩𝙧𝙖𝙙𝙚𝙧𝙚𝙘𝙝𝙖, 𝙦𝙪𝙚 𝙡𝙚 𝙙𝙖 𝙡𝙖 𝙚𝙨𝙥𝙖𝙡𝙙𝙖 𝙖 𝙡𝙖𝙨 𝙧𝙚𝙛𝙤𝙧𝙢𝙖𝙨 𝙨𝙤𝙘𝙞𝙖𝙡𝙚𝙨 𝙮 𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙤 𝙨𝙞𝙣𝙩𝙤𝙣𝙞𝙯𝙖 𝙘𝙤𝙣 𝙡𝙤𝙨 𝙘𝙖𝙢𝙗𝙞𝙤𝙨 𝙙𝙚𝙡 𝙥𝙖í𝙨.”
Esa frase es una radiografía política. Ardila no fue un congresista del montón. Lo que dijo, lo dijo con altura y con argumentos. Pero la democracia interna del liberalismo no soporta la discrepancia; el partido se ha convertido en una franquicia electoral donde quien levanta la voz paga las consecuencias. Y Ardila pagó.
La verdad es que esa camisa roja hace rato le quedó pequeña. Políticamente tiene más proyección que el partido que lo expulsó de facto. Y eso lo sabe todo Putumayo.
𝙇𝙖 𝙩𝙤𝙧𝙢𝙚𝙣𝙩𝙖 𝙥𝙚𝙧𝙛𝙚𝙘𝙩𝙖: ¿𝙘𝙧𝙞𝙨𝙞𝙨 𝙤 𝙙𝙚𝙨𝙚𝙣𝙢𝙖𝙨𝙘𝙖𝙧𝙖𝙢𝙞𝙚𝙣𝙩𝙤?
Lo ocurrido esta semana no fue casualidad. Fue un síntoma. El síntoma de un sistema político que funciona como una maquinaria, no como un espacio democrático. Los avales se han convertido en un mecanismo de disciplina interna, castigo político y control territorial. En varios casos no se evalúan capacidades, trayectorias ni servicio público: se miden lealtades, billeteras y silencios.
Putumayo quedó en evidencia: las colectividades nacionales siguen usando al departamento como un laboratorio de pactos internos y favores cruzados. Y mientras las cúpulas juegan a los reyes y vasallos, la gente sigue esperando soluciones a lo verdaderamente urgente: seguridad, empleo, salud, paz territorial.
𝙇𝙖 𝙡𝙚𝙘𝙘𝙞ó𝙣 𝙙𝙚 𝙛𝙤𝙣𝙙𝙤
Si algo nos deja esta tormenta perfecta es un mensaje claro:
𝙋𝙪𝙩𝙪𝙢𝙖𝙮𝙤 𝙚𝙨𝙩á 𝙢𝙖𝙙𝙪𝙧𝙖𝙣𝙙𝙤 𝙥𝙤𝙡í𝙩𝙞𝙘𝙖𝙢𝙚𝙣𝙩𝙚 𝙢á𝙨 𝙧á𝙥𝙞𝙙𝙤 𝙦𝙪𝙚 𝙡𝙤𝙨 𝙥𝙖𝙧𝙩𝙞𝙙𝙤𝙨 𝙦𝙪𝙚 𝙙𝙞𝙘𝙚𝙣 𝙧𝙚𝙥𝙧𝙚𝙨𝙚𝙣𝙩𝙖𝙧𝙡𝙤.
La gente ya no compra discursos vacíos. No fuma ideologías prestadas. No se arrodilla ante avales que se negocian en Bogotá. Cada vez más ciudadanos entienden que el poder político debe construirse desde abajo, no desde los escritorios de dirigentes que nunca han pisado el territorio.
Vienen semanas intensas, decisiones estratégicas y movimientos inesperados. Pero algo es seguro: 𝙡𝙤𝙨 𝙖𝙫𝙖𝙡𝙚𝙨 𝙥𝙤𝙙𝙧á𝙣 𝙣𝙚𝙜𝙖𝙧 𝙘𝙖𝙣𝙙𝙞𝙙𝙖𝙩𝙪𝙧𝙖𝙨, 𝙥𝙚𝙧𝙤 𝙣𝙤 𝙥𝙤𝙙𝙧á𝙣 𝙛𝙧𝙚𝙣𝙖𝙧 𝙡𝙖 𝙩𝙧𝙖𝙣𝙨𝙛𝙤𝙧𝙢𝙖𝙘𝙞ó𝙣 𝙥𝙤𝙡í𝙩𝙞𝙘𝙖 𝙦𝙪𝙚 𝙨𝙚 𝙫𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙜𝙚𝙨𝙩𝙖𝙣𝙙𝙤 𝙙𝙚𝙨𝙙𝙚 𝙡𝙖𝙨 𝙗𝙖𝙨𝙚𝙨.𝙀𝙣 𝙋𝙪𝙩𝙪𝙢𝙖𝙮𝙤 𝙡𝙖 𝙩𝙤𝙧𝙢𝙚𝙣𝙩𝙖 𝙥𝙖𝙨ó… 𝙮 𝙙𝙚𝙟ó 𝙚𝙡 𝙩𝙚𝙧𝙧𝙚𝙣𝙤 𝙡𝙞𝙨𝙩𝙤 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙪𝙣 𝙣𝙪𝙚𝙫𝙤 𝙤𝙧𝙙𝙚𝙣 𝙥𝙤𝙡í𝙩𝙞𝙘𝙤.
Y eso, para quienes temen el cambio, es lo verdaderamente inquietante……¡amanecerá y veremos!