
Por : Hector VErdugo –
En cada temporada electoral se repite el mismo libreto: comienza la campaña y con ella el juego sucio. En medio de este panorama surge una reflexión urgente sobre el poder que tienen los medios en la política y sobre cómo algunos “comunicadores” han decidido cruzar líneas que comprometen la credibilidad del oficio.
Hoy, más que nunca, es evidente que las campañas sucias, los montajes y la manipulación informativa se han convertido en herramientas de sectores que se resisten a perder influencia sobre la opinión pública. La desinformación no es solo un problema ético: es un riesgo para la democracia y para la confianza ciudadana.
En este contexto, también queda al descubierto el papel que ciertos comunicadores están jugando dentro del tablero político regional,
Y la discusión no es —ni debe ser— sobre la libertad de prensa, un derecho fundamental e intocable.
La discusión es sobre el tipo de periodismo que algunos han elegido practicar: uno que deja de informar para dedicarse a apuntalar agendas políticas, sin asumir la responsabilidad ética que implica hablarle a una comunidad.