Historias de Mocoa : Un modisto de Milán que vistió a Mocoa

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Cuando se habla de la historia de los pueblos del Putumayo, hay un tema que poco o nunca ha merecido importancia, pero que en Mocoa la tuvo durante una época. Por increíble que parezca, en los años sesenta la gente notable de la capital tuvo la fortuna de ser vestida por un maestro italiano de alta costura —de Milán, para más señas— que, de joven, había estudiado en el Colegio de Moda de Londres. Su nombre era Senserico Bonacorsi.

Fotografía de álbum familiar de Mocoa

¿Cómo llegó Senserico al Putumayo y, en particular, a Mocoa?

Para entenderlo, aunque sea al vuelo, hay que decir que hacia finales de los años cincuenta e inicios de los sesenta existió, en las cercanías de Mocoa, una zona de minería artesanal de donde se extraía oro de aluvión, conocida comúnmente como Monte Carmelo. Allí laboró mucha gente mocoana, pero los verdaderos dueños del negocio eran alemanes e italianos.

La actividad tuvo su época floreciente y, hasta hace unas tres décadas, todavía se escuchaban historias de labios de algunos ancianos sobre lo que fue Monte Carmelo y lo que allí se movía en términos de oro. Al respecto, me cuenta la señora Carmen Castro, mocoana de nacimiento y sentimiento:

“…Mi padre fue trabajador de los alemanes que minaban oro en Monte Carmelo. Él nos contaba lo estrictos que eran al final de la jornada: les esculcaban minuciosamente hasta el último bolsillo del pantalón. Con lo que no contaban era con la picardía de nuestra gente, que superaba la rigidez de su requisa. Con anticipación a la hora de salida, los trabajadores arrojaban baldados de agua con barro a una pequeña quebrada que, metros más abajo, podían minar tranquilamente. De allí que en la casa nunca nos faltaran aretes, candongas o anillos de buen oro.

Nuestro padre decía que se trabajaba duro, pero que también se ganaba muy bien. Puedo afirmar que allí hizo su capital, que luego invirtió en la compra de terrenos en Mocoa.”

Los extranjeros se proveían de lo necesario en Pasto o en Cali. Precisamente en esta última ciudad, uno de ellos conoció en una cafetería a don Senserico. Nuestro maestro de alta costura había emigrado antes a Argentina, donde en Buenos Aires se ganó un renombre y fama en su oficio, y por lo que se decía, le iba muy bien en tierras bonaerenses. Tal vez su parentesco y paisanaje italiano contribuyeron a una rápida amistad con aquel minero.

Cabe anotar que, con anterioridad, estando Senserico aún en Argentina, recibió la invitación de un amigo de infancia —también colega de la escuela de Londres— para que viajara a Nueva York y estudiaran la posibilidad de trabajar en sociedad, dado que el mercado neoyorquino ofrecía una mayor proyección para su oficio.

En esas andaba nuestro refinado modisto cuando el barco que zarpó desde Chile tuvo una falla en Buenaventura, lo que implicó una demora mayor a la prevista. Al daño del barco se sumó, contaba tiempo después Senserico, una epidemia viral en Buenaventura que obligó a la mayoría de pasajeros a hospedarse en Cali. La administración del barco les dio licencia y viáticos a los viajeros para que permanecieran allí mientras se solucionaba la avería y se esperaba a que la epidemia cediera un poco.


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Fotografía de álbum familiar de Mocoa

Las razones y argumentos que su nuevo amigo y paisano utilizó para convencerlo de acompañarlo al Putumayo quizá nunca se sepan, pero lo cierto es que lo que empezó con un café en Cali terminó con don Senserico Bonacorsi viviendo en Mocoa el resto de su vida.

No corrió la misma suerte su paisano minero, como recuerda Álvaro Quiroz:

“…El destino del amigo de don Senserico fue otro. Cuando el oro de Monte Carmelo se vino a menos, hizo maletas, convenció a algunos mocoanos de sumarse a su nueva aventura del caucho hacia los Llanos, y junto a Marcos Guerrero, Telésforo Gaviria y un señor de apellido Perafán, emprendieron el viaje. Mucho tiempo después se supo que a quien mejor le fue fue a Perafán, que se convirtió en un acaudalado y renombrado ganadero en los Llanos. Nunca regresó a Mocoa.”

El sastre, en cambio, se quedó en Mocoa. En un garaje bien acondicionado instaló don Senserico su taller de costura. La casa era de doña Socorro Guerrero.

Yo, siendo niño, lo recuerdo como un señor alto, muy alto, y delgado; para mí ya era un hombre viejo. Mientras trabajaba nunca se quitaba la visera, y las mangas de su camisa estaban siempre a medio arremangar. Su mesa de trabajo era bastante grande y estaba llena de reglas de madera de todos los tamaños y formas, muchas de ellas se me antojan torcidas. La tiza de sastre, para señalar los cortes, era parte del día a día, y para nosotros, un tesoro que sustraíamos subrepticiamente.

Sus mejores clientes eran los comisarios y sus esposas. Los comisarios que venían a ejercer en el Putumayo solían ser gente de Pasto o Popayán, con gustos distintos en su ropa. Se recuerda mucho a la esposa del comisario Braulio Erazo, doña Consuelo Annecy, española, pianista y de buen gusto para vestir. Don Senserico era su sastre.

Hasta mi padre —dice Álvaro, mi interlocutor— tenía un par de trajes cuyos paños el señor Senserico recibía desde la famosa tienda bogotana El Corte Inglés. En suma, toda la clase política, dirigente y renombrada de Mocoa fue cliente de don Bonacorsi —que, como él mismo solía recordar, significa “buena suerte” en italiano.”


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Fotografía de álbum familiar de Mocoa

De aquella época a hoy mucha agua ha corrido bajo el puente. Nunca me contaron si Senserico dejó familia en Mocoa, ni si su gente en Milán supo de sus andanzas por el Putumayo. Mucho menos si dejó “escuela” de moda entre los sastres locales.

Lo que sí no es aventurado decir es que la estancia de Senserico en Mocoa quizá haya dejado un legado en la mujer mocoana: la gracia y exquisitez para lucir su ropa tal vez sean, todavía hoy, una herencia suya.

Guido Revelo Calderón

Mocoa, Septiembre 26/ 2025


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