Todo lo que necesita saber sobre el poder, la deforestación y la biodiversidad en la región amazónica está en la Silla Amazonía.
En Putumayo, los más recientes combates entre las disidencias de las Farc al mando de Calarcá y los Comandos de Frontera, que se disputan el control de las rutas del narcotráfico, han despertado la sensación de que el motor del conflicto se encendió nuevamente, y es cierto: después de meses de crisis, la coca volvió a comprarse y a irrigar las economías dependientes de este cultivo en plena temporada decembrina.
Putumayo es uno de los seis departamentos cien por ciento amazónicos. En los últimos diez años ha tenido la tasa promedio más alta de deforestación ligada principalmente a los cultivos de uso ilícito en el Bajo Putumayo. La caída en la demanda de la coca era una oportunidad para salir de ese círculo.
La Silla Vacía viajó por una de las principales arterias de la región: el río Putumayo, que conecta a Puerto Asís con Puerto Leguízamo, marcando una frontera de más de 200 kilómetros con Ecuador y Perú, así como el tránsito del piedemonte amazónico al centro de la selva. La navidad ahí se vive entre una nueva bonanza cocalera, un reavivamiento del conflicto y las alternativas a las economías ilícitas y a la guerra.
Puerto Asís: la coca vuelve a reanimar la economía
A ciudades como Puerto Asís han llegado desde hace 20 años oleadas de paisas que han ocupado renglones importantes de la economía: manejan droguerías, dominan el negocio de las mototaxis, de las barberías, entre otros. El peso de esa identidad se hizo evidente con el triunfo del Atlético Nacional en la liga de fútbol colombiano, que llenó las calles de la ciudad con banderas del equipo vencedor y caravanas altivas.
Uno de los hinchas paisas que celebró el triunfo fue Arturo Álvarez, de 53 años. Lleva 14 años en Puerto Asís, a donde llegó desde Pereira para hacer plata como mototaxista. Con su trabajo compró un lote a las afueras del pueblo.
“Se hace buena plata mientras uno no se meta con nadie. Todo el tiempo se escuchan asesinatos, dos o tres, pero para el que ya conoce es normal porque son muertes asociadas a torcidos o a gente que se mete en problemas con la guerrilla”, dice.
Álvarez percibe que la economía viene mejorando desde hace cinco meses porque los Comandos de Frontera, al mando de Giovanny Andrés Rojas, conocido como “Araña”, están comprando nuevamente la base de coca, luego de meses de no hacerlo, y eso tiene motivados a los campesinos a sembrar otra vez una o dos hectáreas en sus fincas.
Los Comandos son uno de los grupos guerrilleros que se disputan el control de las rutas de la droga en el Bajo Putumayo. En noviembre se separó de la Segunda Marquetalia, la disidencia fundada por Iván Márquez, luego que Márquez desautorizara a Walter Mendoza como jefe de la delegación que negocia con el gobierno Petro.
Desde finales de 2022 la plata para comprarle la producción a los campesinos había menguado significativamente, lo que fue explicado por expertos como una baja en la demanda y el precio del producto debido a una sobreoferta de cultivos. Y también por la concentración del negocio en centros de producción a escala dominados directamente por los grupos armados.
Al menos en Puerto Asís hoy es otro el panorama. Nuevamente los campesinos están obligados a venderles la pasta de coca a los Comandos de Frontera o se enfrentan a sanciones que van desde pagar 10 millones de pesos hasta perder la vida. El kilo lo compran alrededor de los 3 millones de pesos.
La bonanza ha irrigado la economía del pueblo de 73 mil habitantes, el más poblado de Putumayo, donde abundan las ventas de imitaciones de relojes lujosos y los locales de apuestas llenos de clientes.
Apenas a 20 minutos saliendo del casco urbano es fácil encontrar pequeñas fincas con cultivos de coca en medio de matas de plátano. Algunos de sus propietarios venden directamente la hoja en bultos y otros la guadañan, le riegan gasolina y la machacan para de ahí sacar la pasta de coca que les compran directamente en su predio.
Puerto Asís fue en 2023 el tercer municipio del país con más hectáreas de coca sembrada, cerca de 23 mil, sólo detrás de Tumaco, en Nariño, y Tibú, en Norte de Santander.
Una mujer que pidió reserva por seguridad y que le vende la hoja de coca a los Comandos de Frontera, “los que mandan aquí”, nos mostró su pequeño cultivo. Saca de su parcela cuatro arrobas al mes, unos cincuenta kilos, entre cientos de finqueros vecinos que al lado de sus otros cultivos siembran sus matas de coca.
En Puerto Asís el negocio se ve como una agregación de miles de pequeños cultivadores que entregan el producido a un único oferente y este incrementa su valor procesándolo y pasándolo por la frontera ecuatoriana, al otro lado del río Putumayo, donde aumenta su valor por la economía dolarizada de ese país.
Aunque cada uno no requiera grandes extensiones de tierra para sembrar, en el agregado, la coca ha venido empujando desde hace años la deforestación en Putumayo, que en 2022 aportó el 6 por ciento del total del país. Ese mismo año, la Unodc reportó que ese departamento tuvo el mayor incremento en el cultivo de la coca, sumó 20 mil hectáreas con respecto al año anterior, para un total de 48 mil.
La crisis en la demanda, además de que coincidió con una reducción de la deforestación en el departamento, había abierto una ventana de oportunidad para fortalecer la economía del bosque, que en medio de la dinámica de la coca también ha existido en Putumayo. Este año esa era parte de la apuesta del exgobernador Carlos Marroquín, cuya elección fue recientemente anulada por doble militancia y ahora hay un gobernador encargado.
Aunque la incipiente bonanza cocalera no cierra del todo esa posibilidad, sí torna más difíciles las condiciones para que se de una transformación económica y social más extendida.
Las alternativas económicas que resisten a la coca y a la guerra
Jani Silva es una de las líderes ambientalistas con más autoridad en Putumayo. También una de las más perseguidas. Se mueve por el municipio en dos camionetas blindadas que le asignó la Unidad Nacional de Protección luego de las amenazas de muerte que ha recibido. La más reciente fue el 10 de septiembre, cuando le entró una llamada en la cual un hombre le advirtió: “Acate las órdenes o si no le quemamos esa camioneta”, le dijo. Aunque no se identificó, ella cree que son los Comandos de Frontera.
Jani no tiene muy claras cuáles son las órdenes que tiene que obedecer, pero sabe por qué la asedian.
Desde que llegó a Puerto Asís, a los 12 años, empezó a liderar el trabajo de Juntas de Acción Comunal escribiendo las actas de las reuniones. “Me tocaba a mí porque no había nadie más”. Luego empezó a integrar a las mujeres en los partidos de fútbol de la vereda y así se fue dando a conocer en organizaciones campesinas.
Su trabajo la llevó a liderar la creación en diciembre del 2000 de la Zona de Reserva Campesina de la Perla Amazónica, ubicada cerca a Puerto Asís. Tiene 22 mil hectáreas y abarca 23 veredas donde cerca de 800 familias tienen fincas multipropósito para la siembra de cacao, plátano y maíz. También han construido corredores biológicos para conservar la riqueza natural de la región.
En el fondo, el trabajo de Jani ha sido construir el laboratorio de un Putumayo postcocalero.
“Yo veía como la coca estaba dañando el futuro de la juventud. Decía: ya va para dos o tres generaciones que esos muchachos de 12 o 14 años aparecen con un gallo de pelea bajo el brazo, con una caneca de aguardiente, con un revólver 32 en la cintura. ¿Qué le espera a la juventud? Varios pensamos de esa forma y empezamos a trabajar”, dice.
En sus talleres sobre seguridad alimentaria, les pide a hombres y mujeres que dibujen el territorio que imaginan. “las mujeres pintan que quieren una casa, un baño, una huerta con plátano, un jardín, una máquina de coser; quieren estudiar. Los hombres dibujan vacas, caballos, motosierras, guadañas. Son diferentes las ideas del desarrollo si las piensa un hombre, una mujer o un niño”, dice.
En 2023, Colombia se enteró de su existencia cuando fue nominada al Premo Nobel de Paz y, más recientemente, el Congreso le otorgó la Orden de la Democracia Simón Bolívar por los 24 años de la Zona de Reserva Campesina.
El lunes 9 de diciembre fue convocada por el gobierno Petro a una reunión junto a otros líderes sociales y representantes de los Comandos de Frontera. Esto tras los enfrentamientos a comienzos del mes entre este grupo y las tropas al mando de Calarcá. La reunión fue a puerta cerrada en Casa Lis, uno de los restaurantes más exclusivos de Puerto Asís.
Armando Novoa, jefe negociador del gobierno para ese capítulo de la Paz Total, que no pudo estar en la reunión, habló de las expectativas de la reunión que se extendió durante casi todo el día, en medio de camionetas blindadas y guardaespaldas que cerraban la calle.
“Estamos haciendo lo posible para que se sienten a hablar. No tiene presentación que dos grupos que están en mesas de diálogo con el gobierno están enfrentados entre sí”, dice.
La idea de la reunión era preparar el terreno para un próximo encuentro que se hará en enero idealmente con las cabezas de ambos grupos. “No están dadas las condiciones para un cese bilateral, pero al menos podemos intentar una distensión”, dice Armando Novoa, jefe negociador del gobierno para esta pata de la Paz Total.
Una cierta disposición de negociar se vio la semana pasada en otra reunión de la mesa entre el gobierno Petro y la Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano – que tiene como una de sus estructuras a los Comandos de Frontera. Ahí acordaron una medida temprana de implementar un piloto de transición a economías lícitas de 3 mil hectáreas entre Nariño y Putumayo, como anunció triunfante el gobierno.
Así como Jani Silva, hay otros campesinos que también le apuestan a un Putumayo poscocalero y próspero. Es el caso de Henry Montenegro, que ha podido hacer rentable una alternativa a los cultivos de uso ilícito: el asaí. Es un fruto poderoso por sus propiedades antioxidantes que crece en una de las palmas más altas que hay en la Amazonía.
Montenegro tiene 50 años y junto con su hermano tienen sembradas cerca de 1.200 hectáreas de asaí en las inmediaciones de Puerto Asís. Después de probar con otros cultivos se decantaron por ese pues tenía apoyo de la cooperación internacional para financiar esta economía.
Luego de juntarse con un brasileño que les enseñó a sembrarlo, y con 50 mil euros de un francés que les dio el capital semilla, Henry y su hermano se lanzaron a producirlo hace 15 años, siempre con la visión de exportarlo.
Hoy cuentan con el apoyo de Norad, la Agencia Noruega de Cooperación y Desarrollo, que los ayuda para que les compren los cultivos también a otros campesinos. Su marca se llama Amapuri y ya está en los mercados de Estados Unidos, México y Costa Rica. La demanda del asaí viene creciendo en todo el mundo desde 2010.
En el camino, han ido quitando trabas a la productividad del cultivo: hace apenas unos meses lograron aprobar que el Banco Agrario habilitara préstamos para sembrar asaí y que lo incluyeran en un listado como una palma que sirve para reforestar el territorio
Henry hace ahora el apostolado de que puede existir una nueva economía en Puerto Asís donde puede posicionarse ese fruto que poco o nada se consume en Putumayo, donde cree que no hay aún identidad culinaria: “Es raro encontrar un plato típico del Putumayo”.
“La violencia de los 90s nos dejó la certeza de que el narcotráfico llena de sangre a las familias. Nuestro sueño es que los jóvenes de Putumayo se identifiquen con algo más que la coca o las pirámides caídas de David Murcia”, dice.
Su aspiración aún está lejos de ser el paisaje predominante de Putumayo.
Las disidencias dominan el río
El Putumayo es una gran autopista fluvial por la que se puede cambiar de país sin controles cruzando de un lado al otro del río. Tras la salida de las Farc del territorio que ejercían un control casi hegemónico en la Amazonía, el río se volvió una ruta privilegiada para sacar la coca, pues evita tener que atravesar el territorio hacia el centro del país. Coincide además con un ímpetu expansionista de las disidencias hacia Ecuador y Perú.
En el trayecto del río hay un veto social a las fotografías, pues según advierten los balseros los Comandos lo tienen prohibido, así como navegar en la noche. Conforme avanza el trayecto bordeando el Parque Nacional La Paya, la presencia imponente del bosque amazónico se hace más evidente y empieza a engullir los costados del río.
El decir de los balseros es que los Comandos llevan la coca procesada para el Ecuador, en donde las autoridades no tienen tanta preparación para combatir al narcotráfico, y donde la venden a otros grupos que a su vez la sacan al Océano Pacífico y la exportan a Europa o África. Especulan que la reciente bonanza cocalera que se está viviendo se debe a que hicieron una nueva ruta para entrar cocaína a Brasil y eso ha dinamizado el negocio.
Los balseros saben que la plata está llegando porque ven chalupas con tres o cuatro bultos de billetes, y a los días empieza a correr el rumor de que llegó plata al pueblo. En el ambiente también se respira la zozobra tras el más reciente enfrentamiento entre las disidencias de alias “Calarcá” y los Comandos de Frontera, en zona rural del municipio de Puerto Guzmán, por el control del negocio.
Se dice que la confrontación dejó entre 20 y 30 muertos, pero la verdad es que ninguna autoridad conoce cuántos fueron en total, pues sólo algunos cuerpos llegaron en canoas desde Puerto Guzmán para ser identificados. La crueldad de los enfrentamientos fue denunciada incluso por las disidencias de alias Calarcá, que acusaron a los Comandos, a quienes llaman paramilitares, de mutilar los ojos y decapitar a algunos de sus hombres.
Sobre la sexta hora que toma el viaje de Puerto Asís a Puerto Leguízamo cambia la frontera ecuatoriana y al margen izquierdo del río empieza Perú. Es la señal de que la otra ciudad sobre el río Putumayo está cerca: Puerto Leguízamo.
Puerto Leguizamo: la tensa calma
Inserta en medio de la selva y a medio camino entre Leticia y Puerto Asís aparece Puerto Leguízamo, ubicada estratégicamente entre el río Putumayo y el Caquetá. En contraste con Puerto Asís, la ciudad es menos comercial y agitada. Casi no hay casas de dos pisos, los árboles abundan junto con los pájaros que cantan manidos en las tardes. Es un lugar más tranquilo.
Al lado está una gran base de la Armada que le compite en tamaño y luce como una especie de ciudad paralela militarizada.
La historia de Leguízamo está cruzada por sucesivas oleadas de migraciones buscando materias primas. Primero la quina, luego el caucho. Posteriormente el boom maderero del cedro y la cacería de animales para obtener pieles de especies exóticas. Desde los ochentas, también la coca.
Harold Polania nació en 1959 en lo que entonces era apenas un pueblo, y le encanta oficiar como historiador informal de Puerto Leguizamo. También es presidente de la asociación de pescadores Araracuaima.
“El estado del órden público es de relativa calma”, dice. Se lo adjudica a la presencia de los Comandos de Frontera y las órdenes de control social que imparten.
“Acabaron con los viciosos que nos robaban hasta los mojados, con los muchachos locos que se mataban haciendo piques y con las sirvenguenzas que se iban a jugar a la galería parqués y dejaban abandonada la casa”, asegura con cierta complacencia.
Todo esto lo hacen desde su centro de operaciones, que queda a 500 metros del pueblo, del lado peruano del río Putumayo. Desde allí trabajan con holgura porque precisamente ahí la Fuerza Pública no los puede tocar.
A pesar del fuerte de la Armada, son las disidencias las que mandan en el pueblo.
Desde un rancho viejo, del lado peruano, al que se le conoce como “Lupita”, mandan a llamar a las personas cuando cometen una falta para que se presenten en una lancha y reciban una sanción: a algunos los ponen a sembrar una hectárea de maíz o plátano cuando se trata de problemas de borracheras, de pareja o deudas. Pero si la cosa es más grave pueden matar a la persona.
Polanía reconoce, sin embargo, que hay síntomas de que esa calma provisional puede quebrarse allá también. “Si aumentan las finanzas también aumenta la confrontación. Es una relación inevitable”, dice aludiendo a los enfrentamientos de Puerto Guzmán y a los comentarios recientes que ha escuchado de que allá también los Comandos están comprando otra vez hoja de coca.
Cuenta como otra señal que el año pasado recibieron el desplazamiento de más de 300 familias de narcocultivadores que estaban en Perú y que tuvieron que dejar ese país en medio de una barrida del Ejército peruano que iba tras 12 mil hectáreas de coca.
No solo la Armada comparte el poder con las disidencias, también las autoridades elegidas democráticamente.
Martha Riofrío, la secretaria de Salud del municipio, una médica que lleva varios años trabajando en el sector público del departamento, cuenta que desde que ejerce su cargo han declarado dos veces paro armado y a todos los funcionarios de la alcaldía les ha tocado encerrarse en sus casas.
Es consciente de las limitaciones presupuestales con las que trabajan: “Leguizamo es el municipio más grande del departamento, con casi la mitad del territorio. Aún así, está clasificado como categoría 6, así que no le llegan casi recursos, y por eso tiene que asignarlos con mucha precariedad a las distintas veredas”, dice.
Las políticas públicas coexisten con las órdenes de los Comandos. Mientras la alcaldía dispuso una carnetización de los mototaxistas, los Comandos fueron más allá e instruyeron que ningún conductor podía subir acompañantes en la silla delantera, luego de quejas que les llegaron porque algunos subían a sus amantes en el mototaxi.
“Nos toca aceptar que no somos los únicos que damos órdenes”, dice resignada.
Esta historia es parte de un especial sobre economías que atentan contra la conservación en Putumayo con el apoyo de la Fundación Moore y Natural Resource Governance Institute —NGRI