Por : David Pantoja
En el mundo, todo está interconectado. No podemos pensar en la vida sin agua, ni en el futuro sin bosques. Hoy, el Amazonas, ese gigante verde que respira por todos nosotros, enfrenta su momento más crítico. El nivel de sus aguas, alguna vez abundantes y poderosas, ha caído a niveles impensables, dejando expuestas las huellas de una humanidad que ha olvidado cuidar lo que la sostiene.
El Amazonas, fuente de vida para todo el continente, no es un río aislado. Depende de la vasta red de cuencas que lo alimentan, entre ellas las de los ríos que fluyen por Mocoa, en el corazón del Putumayo. Estos ríos, que recorren montañas y selvas, son venas que nutren al Amazonas y a todos nosotros. Pero cada vez que contaminamos, talamos o desviamos sus cauces, matamos un poco de ese río y nos acercamos más al abismo.
Es imperante proteger estas cuencas, defender el territorio, porque no se trata solo de proteger un río, sino de preservar la vida misma. En un mundo que se empeña en consumir sin fin, debemos entender que la naturaleza no es un recurso infinito. No podemos seguir esperando que el futuro se arregle solo. El territorio es nuestro hogar, y cada acción cuenta.
No estamos luchando solo por salvar al Amazonas, estamos luchando por salvarnos a nosotros mismos. Porque cuando ese último árbol caiga y el último río se seque, nos daremos cuenta de que el dinero no se come, no se respira y no puede devolvernos lo que hemos destruido.
Protejamos el territorio, antes de que sea demasiado tarde.