¿Qué nos dejan las marchas, más allá de los egos?


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Ya vimos que las personas están dispuestas a salir a la calle a proteger al Gobierno y también a oponérsele. ¿No será buen momento de intentar sentarnos a dialogar? Foto: El Espectador – José Vargas

Las marchas del 1° de mayo también deben ser escuchadas. Impulsadas por el Gobierno de Gustavo Petro y celebradas en un día que siempre convoca a los trabajadores a las calles, muestran que hay un sector del país que continúa sediento de cambio, que cree en las propuestas del actual mandatario y que siente frustración por lo que ha ocurrido en los últimos años. De este juego político de contar cabezas en que nos han puesto, proponemos una conclusión positiva de las multitudinarias marchas de las últimas semanas: la democracia colombiana vibra de energía y de esa energía debería ser posible encontrar puntos de reconciliación entre quienes se tomaron las calles en las últimas semanas. ¿Estarán dispuestos nuestros líderes políticos?

Nunca hemos sido partidarios de este conteo de cabezas. La democracia plebiscitaria que se ha planteado en estos años de administración Petro, con ecos de lo que ocurrió durante el Gobierno de Álvaro Uribe Vélez, reduce la participación de las personas a su capacidad de salir a las calles para hacerse sentir. Es un juego inútil. Si bien las manifestaciones sociales deben ser escuchadas, cuando se instrumentalizan es difícil pedirles elocuencia. Quedamos en una situación como la actual: mucha gente salió en la marcha de oposición al Gobierno y mucha gente salió en la patrocinada por el Gobierno. ¿Quién ganó? Esa pregunta es equivocada. ¿Cómo construimos un país a pesar de las diferencias? Quizá por ahí encontramos una reflexión mucho más útil.

No vemos, es claro, voluntad de buscar puntos de encuentro. Por más que el presidente Petro hable de un gran acuerdo nacional, lo que tiene en mente es “el poder constituyente” que, curiosamente, se circunscribe a quienes piensan como él. En su discurso del 1 de mayo llamó “marchas de la muerte” a las manifestaciones de la oposición. Así es imposible tender un puente. Cuando se estigmatiza a cientos de miles de marchantes, el diálogo es inexistente. Los representantes políticos de la oposición tampoco parecen tener voluntad de hablar. Su estrategia de aquí a 2026 parece clara: torpedear todo lo que venga de la Casa de Nariño, fomentar los discursos más radicales y sacar a votar a la gente emberracada. Ya les funcionó en el pasado..


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Lo anterior es una lástima. Porque en medio quedan los ciudadanos (el “pueblo”, por utilizar la palabra tan manoseada este año). Las votaciones de 2022 fueron un rechazo a la política de siempre, una muestra de inconformidad con la inercia estatal y un reclamo de cambio. Las personas desconfían de las instituciones y de los líderes políticos. En la calle vimos frustración y miedo de bando y bando. Y quienes no han salido a marchar, también tienen preocupaciones que necesitan ser atendidas. Somos un país en constante espera. Pero a las necesidades se responde con rencillas políticas, con egos desbordados, con arengas anacrónicas, con violencia retórica. La mayoría de los colombianos no quiere aniquilar a la contraparte, no quiere tumbar al presidente, no quiere que el Congreso se estanque para siempre en su inacción. Tampoco parece pedir un consenso utópico, sino encontrar una manera de progresar y de llegar a acuerdos.

Tenemos una democracia viva, llena de pasiones e ilusiones, que trae a cuestas el trauma de la violencia y la frustración de las promesas sin cumplir. Nuestra Constitución y nuestro sistema político, con todas sus falencias, nos dan herramientas para seguir ajustando nuestro proyecto nacional. Pero para eso hay que tener voluntad, estrategia, humildad y capacidad de reflexión. Ya vimos que las personas están dispuestas a salir a la calle a proteger al Gobierno y también a oponérsele. ¿No será buen momento de intentar sentarnos a dialogar?

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