Por : Alexander Africano*
La Vorágine es la primera obra de denuncia social en Colombia, allí su autor, José Eustasio Rivera, narra esa amazonia no conocida o más bien olvidada desde el mismo nacimiento de nuestro estado y que aún persiste. Es sin duda también un relato periodístico que da cuenta de una explotación inhumana, llena de torturas y el genocidio que sufrieron miles de trabajadores de caucho, hombres, mujeres, colonos, indígenas, afros, campesinos, donde precisamente el maestro Rivera pone en contexto la barbarie y donde se denota la falta de fronteras reales desde finales del siglo XIX e inicios del siglo XX en Colombia.
Su denuncia, la cual seguramente fue reprobada del todo por los entonces dueños del país, pues, de seguro no era fácil en esa época donde apenas iban 100 años de voces de libertad y donde imperaba un nacionalismo puro entre liberales y conservadores; donde quizás era más importante otras miradas y no al sur de la patria, necesariamente, donde ya la industria del caucho llevaba mas de 30 años sometiendo a quien llegara, a quien se reclutara, incluso a quien se comprara, amparados en lo legal e ilegal, sobre todo en este último, como se narra en la novela.
Dijo el periodista, Antonio Caballero, hace 10 años (2014) “…La vorágine es una novela de 1924. Noventa años después, la Colombia que pinta sigue siendo igual. Sólo ha cambiado la selva devoradora, que hoy es urbana porque hemos talado la otra. Ya entonces un cauchero decía:
«Es el hombre civilizado el paladín de la destrucción. […] Y sus huellas son semejantes a los aludes. Los caucheros que hay en Colombia destruyen anualmente millones de árboles. En los territorios de Venezuela el balatá [caucho negro] desapareció. De esta suerte ejercen el fraude contra las generaciones del porvenir».
Han pasado otros diez años después de que Caballero dijo que seguimos igual y con júbilo la novela cumplió su centenario y en Putumayo lo celebraron desde el arte, los saberes y la cultura gracias a la gestión de un paisano de Mocoa, hoy embajador en Brasil; se volcaron los colegios, los profesores, los estudiantes, los artistas y todo aquel que después de 100 años no quiere ver a la región andino-amazónica olvidada como viene sucediendo hace un siglo o más; fue realmente efusivo y trascendente lo que se vivió, un hecho nunca antes visto y donde una ganancia social fue la profundización en una realidad vista desde la literatura, para algunos, incluso, desconocida.
Esta fecha no puede quedar en una simple ganancia política, al convertirnos en una llamativa mirada nacional e internacional sin precedentes, tampoco en el gobierno de turno, por el contrario, debe ser el despertar de una conciencia adormecida que nos recuerda, oportunamente, una de las tragedias olvidadas y hasta poco contadas que la gente nativa tuvo que padecer ante semejantes espectáculos de horror y muerte en las caucherías.
Este apoteósico evento llevado a cabo en la capital del Putumayo es una invitación a institucionalizar este tipo de acontecimientos pero, sobre todo, una invitación a las nuevas generaciones para que generen e incentiven narrativas locales que nos aproximen también a lo que estamos viviendo y a lo que se ha vivido; preguntarnos qué tan buenas han sido las “bonanzas” del territorio del caucho, la quina, las pieles y plantas, el petróleo, la coca, incluso las famosas “pirámides” y aquella emergente en nuestro territorio, la nueva, que es la minería, preguntarse y aproximarse a qué nos han dejado socialmente y qué debemos hacer para no repetir los ciclos.
En ese orden, todo el derroche de arte no es solo para volver a recordar la denuncia de comienzos de siglo que se inmortalizó en una novela maravillosa, pues, si bien el horror del caucho se produjo por más de tres décadas de violencia, por qué no mirar casi en el mismo tiempo otro holocausto, tal vez disfrazado, bajo la figura de conflicto armado interno y que también nos ha dejado más de 30.000 muertos en los últimos años en esta región y que plantea intenciones de perpetuarse.
En Putumayo las advertencias están y se podría repetir la historia, en la medida en que una nueva bonanza nos aterra y es la de la minería legal (como la de cobre) e ilegal, y donde la reciente demostración de Mocoa en las artes y los saberes nos deben llevar más allá de una efeméride, nos debe invitar a encontrarnos entre todos o al menos varios sigamos generando ese tejido que conlleve a sentar las bases de la proscripción del destierro, las torturas, muertes y sangre que aún perduran y que de no frenarlas seguirán y seguirán.
En buena hora el arte, la cultura y los saberes se encontraron juntos, incluso la academia que tanta falta le hace a la región, en buena hora el maestro José Eustasio Rivera nos vuelve a recordar lo que somos y por qué no lo que seremos desde ese estallido de violencia ya centenario, pero aún vigente y más moderno, pero que nos invita a cambiar la Colombia, esa misma que anhelamos y que nos llama a aportar desde la fortuna del saber, y la palabra o desde donde corresponda para así evitar lo que el mismo describió: «A tal punto cundía la matazón, que hasta los asesinos se asesinaron».
*Afiliado al Colegio Nacional de Periodistas de Colombia Seccional Putumayo – CNP y Defensor de Derechos Humanos.