Una aproximación a la historia de la salsa en Mocoa
Por : Guillermo Rivera
En los últimos años he venido asistiendo a los conciertos de los grupos musicales que se presentan cada 4 de enero en el marco de Salsa al Parque en Mocoa. Me gozo su música, pero sobre todo disfruto del reencuentro con muchas personas de mi generación y de generaciones cercanas, algunas de ellas, como yo, de visita en su tierra natal. Es un momento para los abrazos, las alegrías, las sonrisas, las fotografías y, aunque resulte paradójico, para las nostalgias. Así no verbalicemos las nostalgias, es una realidad que en la noche del 4 de enero nos asaltan los recuerdos de lo que vivimos cuando Salsa al Parque no existía y la rumba no era solo de una noche sino de casi todo un mes, empezando con las verbenas populares de los barrios, luego navidad, después el carnaval del agua, la llegada de año nuevo, el Carnaval de Negros y Blancos, y finalmente el 7 de enero en Puerto Limón. Durante ese mes de rumba había un denominador común: la salsa, la mayoría de las veces anunciada en la voz inconfundible de Álvaro Dávila Caicedo, más conocido como Álvaro Pachanga, el presentador y animador más reconocido en los años 80 y 90. En su repertorio siempre estaban el Joe Arroyo, Nelson y sus Estrellas, Willy Colón, Niche y Guayacán, para citar solo algunas agrupaciones y cantantes. También hay que reconocer que el paso de los años, y las responsabilidades que llegan con ellos, impiden (o inhiben) que reeditemos las faenas de aquellas épocas y esa es una razón adicional para la nostalgia. Hay quienes dicen que Mocoa ha crecido significativamente en número de habitantes en las últimas décadas y que eso hizo que se perdiera el ambiente familiar que caracterizaba al parque General Santander durante las celebraciones del Carnaval. Creo representar a muchos de quienes asisten regularmente a Salsa al Parque al expresar que ese evento nos pone por una noche en la Mocoa de nuestra juventud y de la familiaridad de antaño. Es la salsa, llevada a nuestros oídos gracias a los organizadores de Salsa al Parque, la responsable de que nuestros corazones vuelvan a vibrar con la intensidad y la felicidad de aquellos tiempos.
Pido licencia a los lectores para salirme en unas pocas líneas del contexto de Mocoa y de Salsa al Parque y contarles algo que me ocurrió por esos días y que terminó impulsándome a escribir esta nota. El 7 de enero emprendí mi regreso a Brasil y antes de abordar el avión en Bogotá compré el último libro de Mario Vargas Llosa, titulado Le dedico mi silencio. Una vez en la silla del avión, empecé a leerlo y noté que se trataba de una novela/ensayo en la que su autor intenta demostrar cómo un conjunto de géneros musicales, en especial el vals peruano, fue el sello que caracterizó a varias generaciones de ciudadanos de su país. Al leer esto, mi mente se devolvió al pasado 4 de enero y me hice las siguientes preguntas: ¿cómo y cuándo llegó la salsa a Mocoa?, ¿por qué, a pesar de la obvia y maravillosa influencia cultural pastusa en nuestra sociedad, logró colarse un ritmo musical que no era ni es el predominante en la capital de Nariño? y ¿por qué un significativo número de personas de Mocoa crecimos con un gusto por ese ritmo y lo hemos mantenido por décadas? Pues bien, en las últimas semanas me puse en la tarea de responderme esos interrogantes y para intentarlo eché mano de mi memoria, de la de varios amigos, pero sobre todo acudí al conocimiento y a la memoria de mi hermana mayor, Luz Amanda Rivera Caicedo, a la de Orlando Dávila Caicedo y a la de John Caicedo Ortega. En los siguientes párrafos, a manera de crónica, comparto con ustedes el resultado de esa breve indagación en la memoria individual y colectiva.
Empiezo por contar una anécdota que tiene que ver con un “accidente musical” y más adelante los lectores entenderán por qué terminó siendo una circunstancia determinante para que llegara la salsa a nuestro municipio.
Corría el año de 1932 en el municipio de Iles, en el vecino departamento de Nariño, y un grupo de niños y adolescentes observaba con curiosidad los nuevos instrumentos musicales que habían llegado al pueblo y eran exhibidos en las afueras de la casa en la que funcionaba la administración municipal. Nadie sabía a ciencia cierta cuál era su destino, pero suponían que podrían ser para la banda municipal. De repente, uno de los adolescentes que se había ubicado más cerca (para ver mejor los instrumentos) fue empujado por los que estaban atrás, cayó encima del bombo y abrió un hueco en la mitad de este. Todos corrieron huyendo del lugar para evitar lo que habría sido una fuerte reprimenda de los respectivos padres de familia y de las autoridades municipales. Después de la carrera y de concluir que ya estaban suficientemente lejos del lugar de los hechos, apareció entre ellos la crueldad infantil, hoy conocida como matoneo. Los más grandecitos le dijeron al que cayó sobre el bombo que la policía lo capturaría y que lo meterían a la cárcel porque lo ocurrido era muy grave. El adolescente, que fue primero empujado y luego matoneado, se tomó en serio la cosa y se asustó tanto que corría cada vez que veía un policía en la calle. Si en Iles hubiera existido un psicólogo en ese entonces, lo habría sometido a terapias para superar la paranoia que lo estaba devorando. Para esa época, su madre trabajaba en el economato que proveía de alimentos a los obreros que estaban construyendo la carretera entre Pasto y El Encano y decidió partir para allá y estar lo más lejos posible de la Policía de Iles. Su paso por Pasto fue traumático porque el número de policías en la calle era mucho mayor que los existentes en su pueblo. Como pudo, llegó hasta El Encano y en medio del llanto le contó a su madre lo sucedido. Supongo que la reacción instintiva de su mamá fue regañarlo (eso era lo que solían hacer los padres de familia frente a todo) pero, al parecer, al verlo tan asustado intentó tranquilizarlo. Ni siquiera la sorprendente actitud comprensiva de su madre logró quitarle de la mente la idea de que la Policía lo buscaba para capturarlo, así que por lo pronto decidió quedarse en El Encano, lugar en el que aún no había presencia policial.
Estando en El Encano empezó a oír los relatos de quienes a lomo de mula y a pie emprendían viaje hacia el Putumayo, la mayoría de ellos con la intención de trabajar en las minas de oro existentes en la ribera del Río Caquetá que se extendía desde Puerto Limón hasta un sector que era conocido como El Caimán. Ante la imposibilidad de retornar a Iles porque sería capturado, afloró su espíritu aventurero y partió hacia el Putumayo. Pasó por Colón, en donde pernoctó algunos días, luego llegó a Mocoa, posteriormente a Urcusique y en Puerto Limón concluyó su recorrido terrestre. Ahí se embarcó aguas abajo con destino al Caimán, a donde llegó para incorporarse a los grupos de personas que extraían oro. Permaneció un tiempo ahí y después regresó hasta Mocoa para ejercer primero el oficio de zapatero y luego el de fotógrafo. Sus principales clientes fueron los funcionarios de la comisaria especial del Putumayo (esa era la entidad territorial que funcionaba en lo que hoy es el Departamento), incluido el comisario de turno y su familia. Unos años más tarde, gracias a la cercanía que la zapatería y la fotografía le permitieron con quienes ejercieron como comisarios, logró ser funcionario de esa entidad y, un tiempo después, llegó a ser el encargado de la vigilancia del ingreso de las rentas comisariales. Años más tarde fue Gerente de la Industria Licorera del Putumayo y se convirtió en un respetado dirigente político. A estas alturas del relato, los lectores ya se deben estar preguntando de quién estoy hablando y cuál es su relación con la salsa en Mocoa. Pues bien, su nombre: Anselmo Dávila Vitery, a quien varios de ustedes debieron conocer.
Para hablar de la relación que tuvo la vida de Anselmo Dávila Vitery con la llegada de la salsa a Mocoa hay que hablar necesariamente de la familia que conformó en nuestro municipio. Empezando la década de los años 40, se enamoró de la hija mayor de la familia Caicedo Hidalgo que había llegado a Mocoa en 1928 procedente del municipio de Ancuya y cuya residencia se alternaba entre una casa ubicada en el centro de Mocoa y una finca cañicultora en la vereda Las Planadas. El amor de Anselmo se llamaba Hermelinda y su romance se protocolizó ante un sacerdote en 1943. Como ocurría con las parejas de la época, los hijos empezaron a llegar muy rápido y la prole terminó siendo larga. Los Dávila Caicedo fueron nueve hermanos. Aquí me detengo para llamar la atención de los lectores en esta paradoja de la vida: aunque fue un “accidente musical” el que provocó la llegada de Anselmo Dávila a Mocoa, sus hijos nacieron y crecieron con un evidente gusto por la música. Incluso, yo me atrevería a decir que al menos dos de ellos pueden ser considerados verdaderos melómanos. Me refiero a Orlando y Álvaro Dávila Caicedo.
De Orlando debo decir que, además de su cercanía con la música, ha sido una persona de espíritu alegre, curioso y de buenas maneras para el relacionamiento con los demás. Quizás fue esa personalidad la que lo llevó de niño a curiosear las fiestas que acontecían a finales de los años 50 a una cuadra de distancia de la casa de sus padres, específicamente en la casa de Arnoldo Vallejo, ubicada al frente de lo que hoy es la catedral de Mocoa. Algunos fines de semana, en un salón amplio de esa casa, se daban cita un grupo de jovencitas y jovencitos que se autodenominaban La barra. Los integrantes de La barra bailaban al compás de la música que provenía de una vitrola de cuerda que requería, además de manivela, un cambio de aguja después de que pasaran por ella tres discos porque si no lo hacían el sonido se enronquecía. Cuando los jóvenes de La barra percibían que el sonido se enronquecía gritaban al unisono: “Don Arnoldo, cámbiele la aguja”. En ocasiones especiales, los integrantes de La barra bailaban al compás de la orquesta local Carlitos y su Combo, cuyo creador y líder era el trompetista Carlos Padilla Guerrero, conocido también como Caldito. Sus interpretaciones eran básicamente cumbias y porros. Algunos de los integrantes de La barra eran Gloria Benavides, Aida Gaviria, Hilda Castro, Yolanda Solarte, Delfina Rivera, Edgar Fajardo, Antonio Viveros, Guillermo Rivera Casanova (mi papá), Efrén Viveros, Hernando Bravo y Arnoldo Vallejo. Cuando escuché a Orlando Dávila contarme sus aventuras infantiles de observador de las fiestas de La barra, lo imaginécomo un niño flaco y sonriente asomado por una de las ventanas de la casa de Arnoldo Vallejo, presenciado como los jóvenes de La barra castigaban la baldosa y se tomaban unos vasos de guarapo. Un dato relevante para ir identificando las pistas sobre el origen de la salsa en Mocoa es que él (Orlando) recuerda que cuando husmeaba esas fiestas descubrió que en el repertorio musical del dueño de la casa había música cubana (pude ver una fotografía de los integrantes de La barra en 1958 en la que los jóvenes lucen sombrero cubano). Según sus pesquisas, Arnoldo Vallejo tenía en Cali unos primos de apellido Burbano Vallejo que lo proveían de música caribeña o antillana. Este no fue un descubrimiento menor porque antes de que irrumpiera Carlitos y su Combo en la vida nocturna de Mocoa y de que las fiestas de La barra se convirtieran en lo que he descrito en este párrafo, los bailes casi que se circunscribían a la celebración de los Carnavales de Negros y Blancos y en ellos la música provenía de los grupos de campesinos que con sus guitarras acompañaban las comparsas de sus veredas mientras desfilaban por las calles existentes en la capital del Putumayo.
Ya entrados los años 60, los salones de baile en casa dejaron de ser de la exclusividad de la vivienda de Arnoldo Vallejo. Adquirieron fama las fiestas de año nuevo que se celebraban en la casa de Humberto Ortega en la esquina que está en frente al lote que otrora fue la plaza de mercado, y también otras familias tomaron la iniciativa de organizar fiestas en sus casas. Una de ellas fue la familia Dávila Caicedo, cuya casa estaba ubicada al frente de lo que hoy conocemos como el restaurante Pronto Burger de la familia Paredes Hidalgo, apenas a media cuadra del Parque General Santander. Las fiestas de la familia Dávila Caicedo tuvieron una ventaja sobre las demás por cuenta de la cantidad y calidad de la música que tenían a disposición los dueños de casa, lo cual les significó muy rápidamente un merecido reconocimiento.
¿Qué hacia que los Dávila Caicedo tuvieran más y mejor música que las otras familias de Mocoa que también organizaban fiestas? La respuesta ya no es un “accidente musical” sino un “accidente radial”. Por esos días, Anselmo Dávila había comprado un radio de tubos Philips e intentaba, sin éxito, sintonizar alguna emisora de Pasto. Les pidió ayuda a sus hijos, quienes tampoco lo lograron; sin embargo, en medio de esos esfuerzos se encontraron con que el radio lograba sintonizar Radio El Sol de Cali. Y esos eran los años en los que en Nueva York un grupo de músicos de origen cubano y puertoriqueño empezaban a mezclar el son, el guaguancó, el mambo y el chachachá para dar origen a la salsa. En Colombia, ese nuevo ritmo empezó a tener una importante acogida en Barranquilla y en Cali, pero esta última ciudad se esforzó y logró hacerlo parte de su identidad cultural. Fue famosa la presencia de Richie Ray y Bobby Cruz en una de las casetas de la Feria de Cali en 1968. Así las cosas, por cuenta de esos acontecimientos, algunas emisoras de Cali se convirtieron en difusoras de la salsa y una de ellas fue Radio El Sol. En Mocoa, Orlando Dávila se convirtió en uno de sus más fieles oyentes, a tal punto que viajaba a Cali a buscar discos de salsa en la tienda de discos Paz Hermanos, que era la recomendada a través de los micrófonos de Radio El Sol.
El reconocimiento que adquirieron las fiestas de la familia Dávila Caicedo despertó en ellos el espíritu empresarial y una noche cualquiera de 1969 se celebró una reunión de padres y hermanos. En ella, Rodrigo Dávila Caicedo, quien en ese momento era empleado público y contaba con algunos ahorros, les manifestó a todos que él estaba dispuesto a establecer ahí una discoteca. La decisión no era fácil porque eso los obligaba a buscar otra casa de habitación para padres y hermanos; no obstante, terminaron aceptando. De esa manera, el 24 de diciembre de 1969 nació La Red, la primera discoteca que existió en Mocoa. Su nombre correspondía a las letras iniciales del nombre de su propietario: Rodrigo Ezequiel Dávila.
A pesar de que siempre fue claro quien era el propietario de La Red,en los Dávila Caicedo siempre primó el espíritu de hermandad y de solidaridad. Mientras Orlando y Álvaro ayudaban con la música, Luis Eduardo, que era técnico electricista, hizo lo propio con el sistema de luces y cada cual fue ayudando en lo que estaba a su alcance.
La Red fue todo un fenómeno durante la década de los años 70. En ella, por cuenta de la música que tenía la familia Dávila Caicedo, se bailaba la mejor salsa y la propia Radio El Sol de Cali la mencionaba como uno de los establecimientos nocturnos del sur del país que contaba con muy buena salsa. Los jóvenes y los no tan jóvenes de los años 70 gozaron en La Red con la música de Fruko y sus Tesos, Richie Ray & Bobby Cruz, la Sonora Matancera, Orlando Marín, los Kenya y los éxitos de la Fania-All Star, entre otros. En esa discoteca nacieron dos importantes discómanos (DJ, como se les dice hoy): uno es Germán Jiménez, más conocido como Pocholo, y el otro fue Alberto Lleras Fajardo, quien lamentablemente abandonó este mundo hace unos pocos años. El primero llegó a conocer las canciones preferidas de cada uno de los clientes habituales y los complacía rigurosamente. El segundo se convirtió en un gran comunicador en la radio y vivió en distintos municipios del Putumayo en los que lo recuerdan con especial afecto.
Cuando llegué a este mundo en 1970, mis tías Amparo y Yolanda Flórez, las hermanas menores de mi mamá (Luz Ángela Flórez) vivían con nosotros. Mis abuelos maternos murieron cuando ellas eran muy niñas y quedaron a cargo de mi mamá. La primera vez que escuché hablar de La Red fue siendo niño y a propósito de un simpático acontecimiento: una noche cualquiera de mediados de los años 70, un par de amigos invitaron a mis tías a bailar en La Red y ellas estaban muertas de ganas por conocer ese lugar del que hablaba toda la juventud de Mocoa. Imaginaron que mi mamá no les daría permiso, pues ella históricamente no ha sido muy amiga de las rumbas. Sin embargo, corrieron el riesgo y la buscaron en su habitación cuando ella ya se disponía a dormir. La sorpresa de mis tías fue enorme cuando escucharon de mi mamá un sí. Se miraron sonrientes, se arreglaron para salir y esa noche bailaron en La Red. Al día siguiente, cuando todos estábamos tomando el desayuno, ellas, visiblemente emocionadas, empezaron a contar cómo era la famosa discoteca, cómo sonaba su música, los últimos éxitos salseros que puso el pocholo, quienes eran las personas que se habían encontrado en su noche de farra, etc. Enseguida, mi mamá las interrumpió y en tono de regaño las sorprendió con un “¿Y a ustedes quién les dio permiso para ir allá?” . Inmediatamente, mis tías le respondieron nerviosas con un “Tú nos diste permiso”. El ambiente se puso tenso en la mesa por unos segundos, hasta que apareció la voz de mi papá diciendo que él había oído su respuesta afirmativa cuando le fue solicitado el permiso. Lo que ocurrió fue que en el momento en que mis tías le pidieron el permiso a mi mamá, ella ya estaba empezando a dormirse y su respuesta fue inconsciente, por eso al día siguiente no lo recordaba. En todo caso, mis tías conocieron La Red, mi papá las salvó de un regaño y yo escuché hablar por primera vez de la discoteca que deslumbraba a los mocoanos.
Todo evento cultural/musical importante que ocurría en Mocoa tenía que ver con La Red. Por ejemplo, en 1976 se organizó en Mocoa el Reinado Departamental de la Ganadería. La candidata de nuestro municipio fue Doris Benavides, quien a sus 16 años cautivó no solo con su belleza sino también con su talento como cantante en una velada inolvidable en esa discoteca. Las reinas de los carnavales de la década de los años 70 también pasaron por allá luego de su coronación en el Parque General Santander.
Gracias a los nexos que estrechó Orlando Dávila con Radio El Sol de Cali, La Red contó durante casi un año con la orquesta caleña llamada Los X. La discoteca fue, sin duda alguna, una autentica difusora de la mejor salsa del momento.
En nuestro barrio (Centro-Kenedy), aún siendo yo un niño, mis vecinos adolescentes presumían de haber ido a La Red y alardeaban de sus gallinaceos en los reservados de esa discoteca. Uno de ellos era Juan Carlos Pérez Marín, quien fue como un hermano mayor para mí y tempranamente partió de este mundo. No he vuelto a conocer en Mocoa a un bailarín como él y mucho menos una persona con su velocidad para dar e inventar vueltas al ritmo de la salsa. Me consta que muchas mocoanas y foráneas cayeron rendidas ante él, fundamentalmente por sus pasos de baile. Siempre escuché sus historias con atención y mi imaginación hacía esfuerzos por dibujar en mi mente los reservados, la pista de baile, los gallinaceos y al Pocholo complaciendo los gustos musicales de los clientes. Vi muchas veces a Juan Carlos ensayar sus pasos y alistarse con su mejor pinta para ser la estrella de la pista de baile de La Red. Su cantante favorito fue Willy Colón y su interpretación preferida fue “Gitana”.
En los años 70 Mocoa era un pequeño pueblo. Su geografía urbana solo comprendía lo que hoy es el centro y los barrios José María Hernández, San Agustín, Jardín, Kenedy y 17 de julio. El barrio Huasipanga era apenas un proyecto. Los jóvenes de todos esos barrios tuvieron que ver con La Red y por cuenta de ella su corazón terminó flechado por la salsa.
Finalmente, llegó mi oportunidad de ir a La Red porque recibí, junto con mi hermana Ángela Sofía, una invitación para celebrar en esa discoteca (en jornada matutina) el primer año de vida de Brenda Catalina Dávila, la hija mayor de Orlando Dávila y Pastora González. Esto ocurrió el 11 de enero de 1976. Al observar los reservados y la pista de baile, no pude menos que recordar las historias que había escuchado de la boca de Juan Carlos Pérez. En mi caso, en lugar de gallinaceos, lo que hubo fue risas por cuenta de los payasos que Orlando y Pastorita llevaron para entretenernos. Se trataba de Guillermo López Gilón (q. e. p. d.), más conocido como Fosforito, y Miguel Eudoro Ortega, más conocido como el Lolo.
En esa misma década nació La Voz del Putumayo , la primera emisora de Mocoa, de propiedad del Sargento(r) Marcos Torres, más conocido como el Angelito. Los hermanos Dávila Caicedo, siempre inquietos, lograron que el Sargento(r) Torres les permitiera poner en la emisora música de La Red en aquellas horas en que no había noticiero u otro tipo de programas. Así, la audiencia salsera continuó creciendo. Esa misma emisora creó un programa de artistas jóvenes cuyo objetivo era promover nuevos talentos. En él apareció Álvaro Dávila Caicedo, más conocido como Álvaro Pachanga, la otra estrella de los hermanos Dávila Caicedo. Su voz, su alegría, su peculiar estilo de animación, su conocimiento de la música y su capacidad histriónica lo convirtieron en el animador más cotizado de Mocoa durante los 80 y 90. Si de animar la fiesta se trataba, él mismo exhibía sus pasos de baile desde la tarima. Su reconocimiento como animador lo llevó a comprar sus propios equipos de sonido y se transformó en un empresario de la fiesta. Una fiesta o una verbena popular que no fuera animada por Pachanga no tenía garantía de éxito. De hecho, Álvaro Pachanga es el animador de la reedición de las verbenas populares que Jorge Devia y la junta de acción comunal del barrio El Jardín han venido organizando desde el año pasado. El propio Jorge Devia explica que lo que buscan es una noche de retorno a la Mocoa que él conoció cuando llegó en la primera mitad de los años 80.
En 1979 desapareció La Red y dejó un gran vacío, pero también un inmenso legado de buena salsa. Un año más tarde, Orlando Dávila y su tío Pedro León Caicedo, en un esfuerzo por no dejar morir ese legado, lograron que Gabriela y Raúl Gómez Gómez les arrendaran un segundo piso de una bodega que estaba ubicada en diagonal a la casa donde siempre funcionó la Industria Licorera del Putumayo. Así, en 1980 abrió sus puertas El Abuelo Pachanguero. Quienes habían sido clientes de La Red asumieron que esta nueva discoteca sería su continuidad, solo que con otro nombre y en otro lugar. No se equivocaron, porque el concepto y la buena salsa tenían el mismo sello. La sociedad entre Orlando Dávila y Pedro León Caicedo solamente duró dos años. Pedro León vendió a Orlando su parte y este se convirtió en el único dueño de la discoteca, la cual permaneció en el mismo sitio, pero fue relanzada en diciembre de 1982 con un nuevo nombre: El Antillano.
El Antillano fue el lugar de la rumba mocoana y de la buena salsa en las décadas de los años 80 y 90. Sus inicios coincidieron con mi entrada a la adolescencia y, por supuesto, con mi ingreso a la rumba. En mi memoria está todavía vigente el mes de diciembre de 1984 porque Cali Pachanguero del Grupo Niche fue en ese año la sensación en la feria de Cali y en El Antillano lo bailamos como se merecía. La década de los años 80 fue la más prolífica del Grupo Niche. En esa década también llegó para mí el momento de los gallináceos y mis tutores en la materia fueron Jair Viveros y el propio Juan Carlos Pérez. Sus instrucciones eran precisas, sobre todo aquella que sugería estar atento al reloj para tener presente el momento en que la planta de diésel que proveía de energía eléctrica a Mocoa era apagada y la pista de baile quedaba completamente a oscuras.
Igual que ocurrió con La Red, El Antillano recibió a las reinas de carnavales de los años 80 y a sus acompañantes después de la coronación para rematar allí la celebración.
Tengo en mi memoria a algunos gozones y gozonas de la buena salsa en El Antillano: Flor Ángela Caicedo, Nancy Gaviria, John Ordoñez, Marcial III Marinez, Geovany Noreña(qepd), Oscar Burbano, William Rengifo y los hermanos Viveros López (Carlos Manuel y Luis Guillermo), entre otros.
Hago un paréntesis en la historia de El Antillano para dedicarle unos párrafos a otro artífice de la difusión de la salsa en Mocoa. Se trata de mi buen amigo John Caicedo Ortega, primo hermano de los Dávila Caicedo. Destaco ese vínculo familiar porque fue el que le permitió desde muy joven entrar a la discoteca La Red en compañía de su primo Álvaro Pachanga. Ambos ingresaban a la cabina de música para ayudar al discómano de turno, lo cual los dejó conectados para siempre con la salsa. Después de graduarse como bachiller en el Colegio Nacional Pio XII, John viajó a Cali para adelantar sus estudios universitarios. Estar en Cali era ya una conexión con la salsa. Como escribí atrás, la salsa nació de la fusión de diferentes expresiones musicales antillanas a finales de los años 60 en Nueva York y Cali recibió ese influjo y lo incorporó a su cultura. En ese orden cronológico, los años 70 y 80 fueron intensos para la salsa en Cali a través de su feria, sus grilles, sus discotecas y hasta su literatura por cuenta de la novela ¡Qué viva la música! escrita por Andrés Caicedo. La protagonista de esa novela es una mujer caleña de un estrato social alto que se rebela a su clase y se conecta cultural y musicalmente con sectores populares de Cali en los que se había adquirido una mayor identidad con la salsa. Y fue a uno de esos sectores populares del oriente de Cali, cerca de Puerto Mallarino, a donde llegó a vivir John Caicedo en 1980. Sus vecinos y amigos eran salseros de oído, de ritmo y de estilo de vida. A su lado conoció las discotecas, los grilles populares y el mundo de la denominada capital de la salsa. Desde ese entonces, John empezó a coleccionar salsa a través de casetes.
John regresó a Mocoa en 1985 y se reencontró con viejos amigos de la época de La Red, entre ellos Germán Bermeo, más conocido como el Paisa. Para ese momento, en Mocoa aún se celebraban fiestas caseras a las que acudían principalmente los jóvenes para celebrar cumpleaños. A ellas llegaban John y el Paisa con un pequeño maletín lleno de casetes y terminaban asociándose con el discómano para administrar la música. Muy pronto, John alcanzó el reconocimiento por tener muy buena salsa y por conocer de ella. Sus amigos y conocidos empezaron a animarlo para que fundara una taberna salsera en Mocoa. Fue así como en 1987 nació la taberna Borinquén en la antigua casa de la familia Bravo Ortega, al frente al parque del barrio Ciudad Jardín, y dos años más tarde se trasladó al barrio El Progreso, en un local que pertenecía a la familia Cuellar.
En Borinquén se escuchó la salsa clásica, la de Héctor Lavoe, Roberto Roena, Son 14 en la voz de Adalberto Alvarez, Celia Cruz, Johny Pacheco, La Sonora Matancera, La Orquesta Aragón de Cuba, Henry Fiol, los éxitos de la Fania All Star, Willy Colón y Rubén Blades, entre muchísimos otros. Al principio la salsa que se oía y bailaba en Borinquén provenía de los casetes que hacían parte de la colección de John pero muy pronto migró a los CD que mejoraron notablemente el sonido. La tabernaexistió hasta 1995, y desde que abrió sus puertas se convirtió en la más concurrida de la ciudad. Siempre fue muy bien atendida por el propio John, por Romy (su esposa) y por Flor Ángela (su hermana). Para efectos del propósito central de esta crónica, que es mostrar los orígenes de la salsa en Mocoa y las generaciones que ella marcó, hay que decir que quienes venían de las épocas de La Red y quienes nos iniciamos con El Antillano encontramos en Borinquén el lugar perfecto para el deleite de nuestro oído. También, generaciones más jóvenes a la mía se acercaron a la salsa a través de Borinquén.Como la lista individual sería larga e interminable, me remito solo a los nombres de los combos que ellas y ellos integraban con la certeza de que se sentirán identificados en su respectivo grupo. Empiezo por Los Chalecos del barrio Ciudad Jardín y sigo con las generaciones posteriores integradas en Las Blue Jeans del Colegio Pio XII, los Fania del mismo colegio y las Teenagers del Colegio Gorety. Un dato no menor es que la noche solía iniciar en Borinquén y terminaba en El Antillano. En el primero se oía y se bailaba una salsa más clásica y en el segundo una más contemporánea, con los respectivos entretiempos de merengues y otros ritmos.
En diciembre de 1999 nació en Mocoa la emisora Maguare Estéreo y uno de sus propietarios ha sido desde el principio Orlando Dávila. Desde entonces, Álvaro Pachanga tiene un programa que se llama Salsa con Pachanga que se transmite todos los viernes de 2:00 p. m. a 4:00 p. m. Este espacio ha sido una continuidad del sello de la salsa que, como aquí he contado, han tenido desde décadas atrás Orlando y Álvaro Dávila Caicedo.
Ya en el siglo XXI, la geografía y la demografía urbanas de Mocoa crecieron considerablemente. Como consecuencia de ello, los establecimientos nocturnos se diversificaron en su música para dar gusto a los nuevos clientes. A finales de los 90, la taberna Las Tablas,de propiedad de Nancy Sánchez, y actualmente la taberna Sandunguera,a cuyo propietario no conozco, mantuvieron pequeños refugios nocturnos para los salseros.
Una parte de la comunidad de la salsa, la que nació con La Red, El Antillano y Borinquén,se convirtió en un pequeño gueto que se congregaban a escucharla y a recordar aquellos tiempos aquí descritos. Desde el año 2000 hasta el 2014, con el liderazgo de John Caicedo, se reunían cada diciembre para hacer una especie de concurso en el que el ganador o la ganadora era quien llevara una canción que nadie conociera, y así seguir enriqueciendo el acervo de conocimiento, amén de la oportunidad para reencontrarse y darle gusto al oído musical. Esas reuniones se hacían en Escambray, la finca de propiedad de Napo Viveros, uno de los más icónicos salseros de Mocoa, quien empezó con las fiestas caseras de los años 60, pasó por La red, por El Antillano, por Borinquén y hoy es uno de los promotores de Salsa al Parque. Doy fe de que su vigencia está lejos de concluir, razón por la cual ya puede ser considerado un guinness record de longevidad rumbera y salsera.
El 28 de diciembre de 2014, Germán Bermeo, el Paisa, se encontraba en compañía del entonces gobernador Jimy Díaz en uno de los balcones de la casa antigua de la gobernación, observando cómo transcurría el Carnaval del Agua en el Parque General Santander. Al parecer, la música que sonaba no estaba resultando de su agrado porque de la conversación de ambos surgió la idea de llevar a Mocoa para el siguiente 4 de enero un grupo pastuso de son cubano llamado Lluvia y sus soneros. Las gestiones del Paisa resultaron exitosas y junto con John Caicedo y Napo Viveros lograron, con el apoyo de la gobernación, que ese grupo se presentara el 4 de enero de 2015 en el Parque General Santander. Ese día nació Salsa al Parque y, salvo en las épocas de la pandemia, los 4 de enero la comunidad de la salsa se viene dando cita en el mismo lugar. Ese día nuestro espíritu salsero se despierta y se avivan nuestros mejores recuerdos para llevarnos a sentir, como en las letras de la canción de las simples cosas, “que uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida…”.
Finalizo esta crónica aplaudiendo de pie a los creadores y organizadores de Salsa al Parque: Nancy Gaviria, John Caicedo, Napo Viveros, Oscar Burbano, Ignacio Castillo, Roberto Liñeiro, Germán Bermeo y Marcial III Marinez.