Campañas electorales, sí, pero sin publicidad

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LaSillaVacia

Faltan casi dos meses para las elecciones locales en Colombia, pero empezó ya la invasión del espacio público por parte de los candidatos.

Las vallas gigantes se abren paso por encima del trancón urbano. Escapando a los cables eléctricos y a la contaminación, posan, orondos, los candidatos. Como los han colgado recientemente, aún tienen la sonrisa blanca, no contaminada por el smog.  

Hay mensajes para todos: eslóganes falaces, frasecitas hechas, mensajes ridículos, mensajes que causan accidentes, mensajes de odio (como este en Villavicencio, un candidato que se inventa la pena de muerte como medida de seguridad), incluso un mensaje en un inglés pobre para que los pobres no lo puedan leer.


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Cada tres o cuatro años es lo mismo. Polución visual, polución sonora, mensajes simplistas. Los fabricantes de cuñas, los profesionales de las vallas y agencias de marketing hacen su agosto, pero la ciudadanía padece esta invasión en silencio. 

Las vallas y publicidad no están distribuidas de cualquier manera. Los candidatos con más recursos son los más invasivos (como se ve en estas fotos). Los candidatos con más conexiones políticas (ex secretarios de gobierno, primos de funcionarios, etc.) acumulan más capital social y político y por ende, tendrán más chance de ser financiados para gastos de publicidad. Los candidatos más ligados a las mafias también tendrán flujo de recursos para su publicidad. Los candidatos fletados por una compañía o grupo económico tendrán, igualmente, abundante dinero para gastar en publicidad. 

En suma: todos los candidatos no participan en igualdad de condiciones. La publicidad es un primer y gran filtro. Un candidato honesto, independiente de contratos políticos en anterior administración, independiente de mafias y de grupos económicos, un ciudadano o ciudadana interesado en el bien común, no tiene ningún acceso a estos recursos. No podrá invadir el espacio público con su foto, ni el espacio sonoro con su voz, ni podrá generar estrategias masivas de recordación de su nombre. En suma, no podrá competir en igualdad de condiciones con el puñado de candidatos que despliegan sus vallas, cuñas, videos por todas partes, gracias a su acceso privilegiado a recursos. 

Esa es la razón principal por la que la publicidad política ha sido estrictamente reglamentada, o incluso prohibida, en otros países: para no falsear el juego democrático, para que todos participen en condiciones más igualitarias. Las elecciones no deben premiar al más rico, sino a la mejor propuesta y al mejor candidato o candidata. Pero en Colombia está tan viciado el juego electoral, que olvidamos lo principal. En este país, los candidatos con acceso a recursos compiten con demasiada ventaja sobre sus rivales. Por eso, también, surgen tan pocas caras nuevas: los viejos ex candidatos ya han invertido dinerales para ser recordados, y se reciclan en cada elección.


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En otro países no es así. En Francia, la publicidad política fue prohibida desde 1990. Una de las razones centrales era garantizar esa igualdad de los participantes. Otra, disminuir los gastos de las campañas políticas. En Colombia, no hemos aun acabado de contar los topes de dineros que han ingresado ilegalmente a las campañas electorales recientes. Una parte sustancial de esos dineros van a gastos de publicidad, asesores “genios”, vallas cada vez más grandes.

Suelen preguntarme: ¿Realmente las campañas políticas pueden existir sin publicidad? ¿Los ciudadanos tienen forma de conocer las propuestas de los candidatos? Nos cuesta trabajo imaginar que las cosas puedan ser diferentes, porque hemos crecido rodeados de estas formas intrusivas de publicidad. Por eso, respondo tajantemente: sí. Conozco bien el caso de Francia. La campaña electoral está muy reglamentada. No existen vallas ni cuñas radiales o de televisión, como es habitual en Colombia. Existe un espacio institucional definido, por ejemplo, de 7 a 8 de la noche de tal día, por las ondas públicas: ahí, todos los candidatos tendrán acceso al mismo tiempo de difusión para sus mensajes (por ejemplo, 4 minutos por candidato). 

¿Pueden los franceses contrastar los programas de los candidatos? Claro que sí. Los programas son distribuidos a todos los potenciales electores, para que puedan leerlos. Pero los candidatos tienen exactamente el mismo espacio (2 hojas tamaño A4) para deja allí consignadas sus propuestas y/o foto. 

¿Y qué pasa en la vía pública? Pasa que no hay vallas, no hay altoparlantes con “invitaciones” electorales. Hay carteleras municipales donde, dos semanas antes de la fecha de la votación, los candidatos deben pegar su afiche y/o programa. Todos los afiches deben ser del mismo tamaño (poster). Los ciudadanos franceses pueden enterarse de las posiciones de los candidatos por todas estas vías, pero, además, hay debates en medios (muy reglamentados, para que no se le dé prioridad a ninguno) para contrastar los enfoques. 

A todas estas medidas se les suman otras, tomadas recientemente por la Unión Europea: se controla muy estrictamente el origen de los fondos de las campañas, se prohíben las campañas de perfilación de los votantes para envío de propaganda por internet (verbigracia, escándalo de Cambrigde Analytics), se penaliza fuertemente la financiación extranjera. 

Colombia, en esos temas, es aún muy precaria: la discusión al respecto prácticamente no existe. Nos hemos acostumbrado a que las elecciones rimen con polución visual y sonora, degradación del entorno, financiamiento ilegal. Incluso lo hemos vuelto parte del folclor, como si fuera una tara atávica de la que no queda más remedio que reírse. Nos comportamos como barras de fútbol, no como electores, y para completar el chiste, nos ponemos la camiseta con la cara del candidato. 

Las cosas pueden ser de otra manera. Las elecciones no tienen que ser ese martilleo publicitario, a sabiendas además de que el exceso de publicidad no favorece la deliberación, más bien aumenta la cacofonía. Con seguridad, no serán los más favorecidos con el actual sistema (es decir, lo que invierten más en publicidad) los que cambiarán estas reglas. Nos corresponde a los ciudadanos abrir el debate.


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