Por: *J. Alexander Africano M.
Varios expertos en Colombia han discutido de forma académica claro está sobre qué es una “masacre”, coincido con que es una es una forma de violencia colectiva contra un grupo predeterminado de personas indefensas y que por esa misma razón de indefensión no pueden oponer resistencia. Luego entonces se trata de un asesinato en masa o colectivo que normalmente es ejecutada de manera intencionada por parte de su ejecutor, es decir que quien hace la acción sabe que va a matar a un grupo de personas y que lo va a realizar con violencia y crueldad.
En otras palabras, una masacre es una forma de violencia colectiva que, por sus patrones y forma de ejecución, no es un homicidio cualquiera, sino un homicidio agravado que se caracteriza por la violencia extrema, la sevicia, y la indefensión e inferioridad de la víctima, esta afirmación corresponde al profesor Luis Pérez de la Universidad Nacional, la cual valido.
Incluso, el Observatorio INDEPAZ, define una masacre como “el homicidio colectivo intencional de 3 o más personas protegidas por el Derecho Internacional Humanitario (DIH), y en estado de indefensión, en iguales circunstancias de tiempo, modo y lugar”. El mismo Instituto señala que en Putumayo para el 2022 se han ejecutado al menos 06 masacres.
Recuerdo que, a mediados del mes de agosto de 2020, en un hecho cruel en Samaniego (Nariño), ocho jóvenes de entre 19 y 25 años, algunos de ellos estudiantes universitarios, fueron “masacrados” en una casa rural donde hacían un asado. En aquella ocasión se generó toda una polémica por cuenta del Ministro de Defensa de la época Carlos Holmes Trujillo quien fue una de las víctimas fatales del covid-19 seis meses después de la declaración donde dijo que lo de Samaniego y de días anteriores eran “Homicidios colectivos”; la academia y la sociedad civil asumieron claro ese eufemismo político para ocultar masacres.
No fue para menos, en tanto que el entonces Ministro fue más allá y manifestó incluso, que las “Masacres es un término que se viene utilizando de manera periodística, coloquial”. En lo personal me gusta una obra de Stanley Cohen llamada Estados de Negación, el autor encontró que los gobiernos utilizan diversos recursos para negar las atrocidades. Es decir, una estrategia habitual es la de cambiarle el nombre a lo que pasa para evitar sus repercusiones, minimizar lo ocurrido o sencillamente abrir un espacio para sospechar de las víctimas, dudar de los daños o difuminar los hechos mismos.
En mi concepto, siempre ha existido en los gobiernos una estrategia de controlar el uso del lenguaje, que si bien podría ser una buena oportunidad si se le dá el trato adecuado para recordar de qué estamos hablando como en éste caso cuando nos referimos a una masacre y qué pasa en ellas, por qué rechazarlas, y cómo prevenirlas; darle otro significado es un riesgo muy alto.
Lo ocurrido el pasado 12 de noviembre de 2022 en zona rural de Puerto Guzmán, donde perdieron la vida en una confrontación armada una veintena de personas, nos debe llevar a una profunda reflexión sumada a proscribir este tipo de actos como sociedad, a exigir que eso no se repita, pero sobre todo a no desfigurar el lenguaje universal consagrado incluso en doctrina internacional de los derechos humanos, si estamos en el camino correcto de convertirnos en una potencia mundial de la vida.
En declaración pública del comandante general de las Fuerzas Militares de Colombia General Helder Fernán Giraldo Bonilla, explicó lo ocurrido en Putumayo, añadiendo que el Ejército Nacional de Colombia no llegó oportunamente a la zona del combate para “… haber evitado esa masacre”. A mi juicio es impropia la afirmación independientemente de si las palabras del presidente Gustavo Petro que incluyó ahora el concepto de «mercenarismo» y se haya dicho que dos grupos se están “masacrando” por control del narcotráfico; luego me aparto de la palabra masacre que fue repetida y refrendada por el propio y máximo comandante de las Fuerzas Militares.
Las Fuerza Pública realiza una labor innegable en los territorios incluso con un trabajo histórico que no se puede desconocer y es sin duda la máxima autoridad asesora en términos de seguridad y convivencia; incluso su relevancia en el conflicto armado interno los ha llevado a conocer y profundizar todo lo relacionado con los derechos humanos y derecho internacional humanitario, luego el lenguaje mal empleado por uno de sus altos miembros contrasta con una realidad innegable y puede generar el aumento de la desconfianza sobre quienes tienen el deber legal de proteger la vida de los Colombianos.
En esa lucha contra el olvido cómo he denominado, en el marco de los antecedentes históricos “masacres“ como la de “El Tigre” o “El Placer” y otras en Putumayo, se podrían disipar baje esa condición ya que sin duda fueron cometidas contra personas indefensas, contrario a lo sucedido en Puerto Guzmán donde la confrontación se produjo entre dos estructuras armadas al margen de la Ley, con capacidad de responder a un ataque del adversario. No podemos dejar de lado que esos hechos podrían constituir crímenes de guerra.
Sin más detalles, cosa distinta también es lo sucedido dos días después de los hechos en referencia y que ocurrieron en el municipio de Puerto Asís el 14 de noviembre de 2022, donde en horas de la noche donde en completo estado de indefensión fueron asesinadas cuatro personas y lesionadas otras tres, convirtiéndose en una “masacre” de la que nadie se pronuncia.
Finalmente, las “masacres” no suelen ser historias de simples asesinatos colectivos, sino de múltiples formas de violencias que suelen materializarse contra poblaciones que sufren un acumulado histórico de exclusión social. En tal razón las palabras no nos deben llevar a la confusión y al desvío de la atención de la gravedad de la situación actual en búsqueda de la Paz Total, ya lo dijo Nietzsche: “La mentira del padre se convierte en la convicción del hijo”.
*Egresado ITP y afiliado al CNP