Por : John Elvis Vera Suarez
Cambiar de rumbo debería de ser el objetivo de toda la humanidad. Que los pueblos, países, naciones y sus respectivos gobiernos determinaran de manera firme y decidida defender la diversidad biológica, el ambiente, la vida y, por ende, sus territorios. Cambiar de rumbo es una urgente necesidad ya que cada minuto que se tarda es una amenaza para el planeta entero y para la especie humana en particular.
Y debemos afirmar reiteradamente que esto no se logra con la simple iniciativa de sembrar árboles y no agredir la fauna silvestre. Acciones muy valiosas y de gran acogida por la población en general hoy en día. La mayoría queremos ver reverdecer los campos y escuchar los trinos por doquier de las aves en libertad. Pero esto no basta. Debemos cambiar profundamente la cultura y transformar la sociedad de manera integral para que sea posible la vida digna de las ciudadanías.
La información científica, las alarmas de los organismos internacionales como la ONU, los llamados de las organizaciones ambientalistas y demás expresiones ciudadanas, son lo suficientemente claras y precisas para que asumamos las tareas inaplazables para detener este gravísimo deterioro que nos ha conducido a la crisis climática y ecológica.
Cambiar nuestros hábitos de consumo y la obsolescencia programada de los artículos producidos masivamente; la manera en que cotidianamente nos transportamos; la planificación urbana comenzando por cómo se construyen y diseñan nuestros propios hogares; la generación energética; los alimentos a fomentar y los comestibles que se deben ir cambiando; la transformación de la agricultura convencional a la agroecología; los territorios a ocupar y los que se debe mermar considerablemente su densidad poblacional por sus propias características físicas, morfológicas y ecológicas; la extracción, utilización, transformación y uso de los comúnmente llamados recursos naturales y en especial los minerales; control de la natalidad; las migraciones humanas; etc.
En todo lo anterior está implícita la cultura, la educación de calidad y la ciencia que debe ser abierta y de fácil acceso para toda la ciudadanía. Y esto solo será posible en una sociedad incluyente, donde además de la siempre reclamada justicia social para lograr una vida digna, se requiere que la participación ciudadana sea amplia y vinculante ante las entidades gubernamentales y todo organismo de decisión.
Y esto está ligado estrecha e inseparablemente a la economía, la política y por ende a los gobiernos que nos rigen. No basta con nuestras buenas intenciones y acciones aportando nuestro granito de arena. Si bien es cierto que el cambio personal, familiar o de su más inmediato entorno social es de resaltar, igualmente tenemos que reconocer que debe ser nuestro objetivo colectivo el lograr cambios más determinantes como nación y país. Y más allá de estos, como sociedad humana.
Ante lo anterior, en estos momentos electorales nunca sobra insistir en la necesidad de votar bien, votar a conciencia. La profunda crisis socio-ambiental requiere de nuestro más profundo compromiso para con el país, de nosotros depende nuestro propio futuro.