Por : Carlos Enrique Corredor Saavedra
En pocos años ha crecido exponencialmente el desorden universal, tenemos un mundo convulsionado y en cuidados intensivos, por los abusos desmedidos del hombre, quien anda totalmente desnortado, trabajando bajo presión exacerbada y por ende, víctima de sus propios inventos. El hombre es el artífice de su propia destrucción, destruye su hábitat con verdadera saña, como si odiara la bellísima morada en que vive, pidiendo mucho más de lo que da y haciendo mucho menos de lo que le corresponde.
Paralelo a esto, se ha perdido literalmente los valores y principios, y con esto ha crecido la ambición de poder, se ha perdido el respeto mutuo entre las personas, y se ha incrementado las guerras y los desastres naturales, y más grave aún, se ha perdido totalmente el temor a Dios. Vivimos tiempos difíciles, donde ya no sabemos que es bueno y qué es malo.
Prevalece exorbitantemente el interés particular sobre el interés general, actuamos imbuidos bajo un marcado grado de inconsciencia, dominados por la impudicia y las ansias de poder, actuamos con frenesí y sin control de nuestros actos y para completar le creemos más a los mitómanos que a los que nos hablan con la verdad; los jóvenes no escuchan y menos aceptan los consejos de sus padres, pero sí aceptan las opiniones de los magos de la mentira. Movidos por el desespero, a veces se toman decisiones apresuradas y erradas, con nefastos resultados, actuamos bajo los impulsos de la sinrazón y no con el de la razón, y andamos desesperados y presurosos, como al mismo ritmo de nuestro planeta, pues según algunos científicos, afirman que la rotación de la tierra se está acelerando, haciendo más cortos los días.
En nuestro afán de encontrar solución a los problemas que nosotros mismos creamos, optamos por el camino más fácil o tomamos la decisión equivocada, por que, hasta la facultad de discernir para sopesar los pros y los contras, lo hemos perdido. Tratamos de contrarrestar un mal con la imposición de otro mal peor, sencillamente, porque hemos perdido el control de nuestros actos, andamos totalmente descaminados y lejos, muy lejos de Dios. Cabe un dicho que se me ocurrió escribir hace pocos días “entre más me involucro con los placeres del mundo, más me alejo de Dios”. Busca a Dios en tus oraciones, para que no tengas que buscarlo en tus problemas.
En estos momentos parecemos a la caja de pandora, aquella, que de acuerdo a la mitología griega, contenía todos los males del mundo y como se están dando las cosas, no estamos muy lejos de igualar o sobrepasar inclusive, a los bíblicos lugares de Sodoma y Gomorra.
La tecnología, ciertamente ha traído cosas interesantes, avances en muchos campos de la ciencia, pero, los efectos y males colaterales de algunos, especialmente, lo que tienen que ver con la electrónica, ha causado enormes estragos. Andamos idiotizados con los celulares, tablets, juegos electrónicos, entre otros, confirmando lo que expresó el científico Albert Einstein, “Temo el día que la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo sólo tendrá una generación de idiotas”. Así es, el científico, tenía, tiene y siempre tendrá la razón.
Vivimos en un laberinto sin salida que nosotros mismos hemos fabricado, donde reina el caos y la incertidumbre, donde los delincuentes y más si son de cuello blanco, gozan de todas las garantías y prerrogativas; los atracadores son tratados con todas las consideraciones y protección del Estado, muchos de ellos son intocables; el mejor abogado de los corruptos es el vencimiento de términos, y en fin, como están las cosas, solo falta que los ladrones persigan y atrapen a los policías. De otra parte y esto es igual de grave, vale más, las estupideces que hacen o dicen algunos de los tales influencer, que las noticias que pueden aportar una buena información; vale más los programas exornados de sexo, frases vulgares o de doble sentido, que los programas que pueden llevar sana diversión a un hogar. Nada que hacer, eso es lo que hoy en día se vende.
Se hace apología al delito, creando películas o series televisivas a terroristas y delincuentes, y son por estas reseñas, que nos conocen en otros países. Dejando de lado a los prohombres que han enaltecido el buen nombre de nuestro país, con su valioso aporte al desarrollo social y cultural de nuestra patria. Así, y de ese tamaño están las cosas.
Defendemos a ultranza la honorabilidad de personas que no conocemos, o que conocemos muy poco sobre su pasado. Peleamos con amigos, inclusive con familiares, porque estos no están de acuerdo con nuestras posturas o pensamientos ideológicos. Hablamos de honestidad y no nos acordamos que en algún momento fuimos deshonestos, porque, no solo se peca por acción, también se peca de pensamiento, palabra y omisión. Y, es tan ladrón el que se roba un peso, como el que se roba diez. No podemos ser tan radicales y recalcitrantes en nuestras opiniones y apreciaciones, porque cada cabeza es un mundo diferente y son respetables las opiniones y puntos de vista de cada quien.
La anomia y los desgreños administrativos, indudablemente son caldo de cultivo para la rampante corrupción existente en nuestro país, pero, un mal, difícilmente se puede remediar o contrarrestar con otro mal, y mucho menos se puede esperar algo medianamente bueno, cuando en nuestro corazón existe el odio, el rencor y la sed de venganza y especialmente cuando desconocemos totalmente la existencia de Dios. Cada quien habla de lo que tiene en su mente y da lo que tiene en su corazón.