Re-imaginemos las desigualdades entre países

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Todas las personas hemos escuchado hablar sobre los “países ricos o desarrollados” y de los países “pobres o en desarrollo”. Lo que seguramente no dimensionamos, son las desigualdades abismales de ingresos que existen entre unos y otros. El ingreso promedio de un estadounidense es 9 veces el de un latino, 25 veces el de una persona de África subsahariana y 52 veces el de una persona del sur de Asia[1]. Muchos tampoco sabemos que estas diferencias han crecido a través del tiempo; mientras que en 1960 el país más rico del mundo tenía el equivalente a 32 veces la riqueza del país más pobre, para el año 2000, esta diferencia ya era de 134 veces. ¿Es natural que existan estas diferencias? ¿Debemos aceptar como normal que el país en el cual nacemos, mas no escogemos, determine de una manera tan drástica nuestras oportunidades? ¿Conocemos las causas de estas desigualdades? ¿Hay algo que podamos hacer? Al respecto, unas reflexiones.

¿De dónde vienen las desigualdades entre países?

Empecemos por señalar que, durante siglos, todos los países eran más o menos igual de ricos. Esta historia cambió dramáticamente en el siglo XVIII con la Revolución Industrial. Desde entonces, estudiosos y académicos se han dedicado a entender por qué unos países lograron volverse más ricos que otros. Varias de las explicaciones que nos enseñan, tienen que ver con la geografía, con las guerras y con la tecnología[2].

Muchas de estas explicaciones, son, sin embargo, parciales. Un ejemplo lo plantea el académico inglés Jason Hickel en su libro “La División”, donde presenta una mirada más compleja y crítica frente a la Revolución Industrial. El autor señala cómo nos han enseñado que ésta se dio gracias a invenciones como el motor de vapor, el ferrocarril y la máquina de tejer, que permitieron a países como Inglaterra, aumentar sustancialmente su riqueza; el relato del autor incluye, sin embargo, otros factores sobre los cuáles no se habla mucho, pero que fueron claves para que dichas tecnologías se tradujeran en efecto en mayor riqueza. En particular, menciona que Inglaterra no habría podido contar con las cantidades de algodón de alta calidad y bajo precio que necesitaba para desarrollar su industria textil, de no haber contado con los monopolios que logró a través de su colonia en India, de donde extraía la materia prima. Las relaciones desiguales de comercio (en donde solo hay una parte que gana, o una que gana mucho más que la otra) se lograron en algunos casos, a través de estrategias violentas. Por ejemplo, menciona cómo a algunos hilanderos indios les cortaban los dedos pulgares para que no pudieran tejer, y por tanto no pudieran competir con la industria textil inglesa. Estas relaciones desiguales terminaron empobreciendo a India. El economista Angus Maddison estima, por ejemplo, que el ingreso del indio promedio cayó 50% entre la llegada y la retirada del dominio inglés.


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Este tipo de reflexiones no buscan señalar villanos, sino ilustrar una realidad que no podemos ignorar: las desigualdades son el resultado de relaciones desiguales de poder. Hasta mediados del siglo XX, este tipo de relaciones se daban a través del colonialismo y del esclavismo. Hoy en día, se mantienen a través de reglas internacionales que, en algunos casos, benefician a unos países más que a otros. Por ejemplo, algunas de las condiciones de los tratados de “libre comercio”, que generan ventajas a las grandes multinacionales que entran a competir con pequeñas industrias locales. Otros ejemplos son los regímenes de propiedad intelectual que benefician principalmente a países europeos y a EE.UU donde se genera el conocimiento científico tradicional. Existen, además ejemplos concretos de cómo las relaciones desiguales se mantienen en el tiempo. Por mencionar uno, Gabón, un pequeño país que fue colonia de Francia, cuenta hoy con importantes yacimientos de uranio, lo que lo ha puesto en la mira de países como Brasil, interesados en desarrollar su industria nuclear. Sin embargo, en el tratado de independencia de Gabón, se estipula que Francia seguiría teniendo injerencia sobre las decisiones comerciales de su antigua colonia, lo cual le permite disfrutar de una ventaja en la compra del uranio gabonés. ¿Qué tan libre es el libre comercio en casos como este?

Cuestionando nuestras ideas de riqueza y desarrollo

Un primer paso para deconstruir las desigualdades entre países es cuestionarnos sobre qué entendemos por “riqueza” y qué entendemos por “desarrollo”. ¿Qué es ser rico? ¿Es tener bienes y dinero, o es tener biodiversidad, agua y aire puro? ¿Es tener mayor igualdad? Esto, implica cuestionarnos también sobre qué queremos a futuro. ¿A qué tipo de riqueza y de bienestar aspiramos? Nuevas formas de entender estos conceptos y de trazarnos rutas a futuro, nos exigen reevaluar términos como “primer mundo” y “tercer mundo”, expresiones que surgieron en los años 50s en el marco de la guerra fría, para designar a los países que se aliaron con uno u otro bloque de poder (EE.UU. o la Unión Soviética), pero que hoy resultan no solo desactualizados, sino que perpetúan la idea de que algunos países son pobres de manera irremediable, por estar en uno u otro “mundo”.

En ese ejercicio de cuestionarnos, debemos pensar también sobre qué entendemos por igualdades. No se trata de que todos los países ni todas las personas sean iguales o de que tengan los mismos proyectos de desarrollo. Pero sí pareciera claro que deberíamos avanzar hacia una sociedad donde las relaciones estructurales de privilegio y de exclusión sean re-imaginadas por unas relaciones más justas.


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Las desigualdades entre países las vivimos las personas de carne y hueso: el caso de los artistas

Una de las imágenes que se nos vienen a la mente cuando pensamos en los “países ricos” es la de su riqueza cultural: grandes monumentos, grandes museos, grandes artistas. Sin embargo, cuando observamos el caso del arte y del sector cultural con los lentes de las desigualdades, podemos hacernos también reflexiones en torno a “historias incompletas” que tenemos sobre éstas. Por dar un ejemplo, el desarrollo del cine francés no se debe a que los cineastas franceses tengan mejores ideas, o a que los artistas franceses sean más talentosos de nacimiento; se debe en buena medida a los esfuerzos concretos que ha hecho el Estado francés por garantizar que exista un mercado de arte y cultura. Políticas como la de intermitencia del espectáculo, garantiza a los artistas franceses un ingreso estable durante todo el año, incluso en periodos de inactividad, gracias a un salario de compensación al que pueden acceder cuando alcanzan un mínimo de contratos anuales. Asimismo, existen leyes que garantizan un mínimo de espacios radiales a artistas franceses (40%) y artistas nuevos (20%). Cabe resaltar que este tipo de apoyos existe gracias a que este país tiene un Estado de Bienestar consolidado, algo que ha logrado no solo a través de años de reclamos sociales, sino también, gracias a recursos que, en una u otra medida, se han derivado de relaciones desiguales, como el colonialismo.

Reducir las desigualdades entre países desde las acciones cotidianas

Cuando pensamos en cómo se podrían reducir las desigualdades entre países es probable que pensemos que las soluciones dependen de los grandes tratados internacionales o de relaciones en las cuáles no podemos interceder. En efecto, hay decisiones que se deben tomar desde escenarios de política global, por ejemplo, en cuanto a acciones para hacer menos desiguales los regímenes de propiedad intelectual.

Sin embargo, existen formas a través de las cuáles cada persona puede también contribuir. Podemos empezar por “descolonizar” nuestras ideas, pensando críticamente sobre los imaginarios que tenemos sobre riqueza a nivel mundial y sobre el tipo de bienestar al que aspiramos. Otra acción concreta que está a nuestro alcance, tiene que ver con entender el consumo como un acto político y como una herramienta para apoyar la economía local, incluyendo el arte y la cultura. Podemos empezar a re-valorar nuestros alimentos, nuestras industrias, nuestra cultura, dejando de pensar que “todo lo de afuera es mejor”. Podemos, por ejemplo, impulsar modelos como las denominaciones de origen que dan valor y reconocen lo que hay detrás de nuestros propios saberes, productos y culturas. Esto nos permite no solo descolonizar nuestra cultura, sino también, apoyar a las industrias locales.

Como un primer paso para re-imaginar nuestro entendimiento sobre las causas de las desigualdades y sobre las ideas que tenemos de riqueza y equidad, realizamos este video animado contando una historia alternativa sobre el desarrollo, conócelo en este link.

Este escrito hace parte de una serie de 30 columnas reflexionando sobre 30 diferentes formas de desigualdad en Colombia que publicamos semanalmente los lunes. Las columnas fueron escritas a partir de un proceso de diálogo entre 150 jóvenes académicos, artistas, activistas, víctimas y demás personas de diferentes perfiles y saberes. Este proyecto se llama Re-imaginemos, y es una carta abierta invitándonos a hablar, cuestionar y reimaginar las desigualdades.

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Coautores: Allison Benson, investigadora y PhD en desarrollo internacional; Carolina Hernández, investigadora en sostenibilidad y desarrollo territorial; Leonardo Rojas, músico y profesor; Paula Andrea Triana, economista y magistra en administración pública; Juan Paredes Córdoba, realizador audiovisual y diseñador.

Editores: Juan Felipe Ortiz


[1] Hickel, J. (2017). The Divide.

[2] North et al. (2009); Diamond (2005).


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