Como es sabido, Colombia ha sido el principal receptor de migrantes venezolanos. Según cifras del Ministerio de Relaciones Exteriores, pasaron de ser 23,573 en 2014 a 1.7 millones en 2021, mientras que el DANE estima que, en el 2020, había 2.3 millones de venezolanos en Colombia. Las diferencias en las cifras evidencian la poca información existente sobre los migrantes, incluyendo sobre las condiciones en las que viven. Estimaciones indican, por ejemplo, que casi un millón de migrantes venezolanos son irregulares[1], viéndose obligados a trabajar informalmente y enfrentando dificultades para acceder a alimentación, vivienda y otras necesidades básicas. A estas dificultades se suman el ser recibidos por un ambiente hostil, siendo objeto de acusaciones y prejuicios, injustificados en la gran mayoría de los casos. Así se evidencia que los migrantes, en su lucha por encontrar un mejor futuro para ellos y sus familias, enfrentan múltiples formas de desigualdades en su día a día.
¿Qué percepciones tenemos hacia los migrantes? y ¿Qué está detrás de estas percepciones?
La migración hace parte de la naturaleza humana, desde nuestros orígenes hemos recorrido el planeta, y gradualmente hemos poblado casi todos los puntos habitables del mismo. Estos movimientos implican siempre cambios en el entorno, a medida que los territorios y sociedades van recibiendo nuevas personas, con sus costumbres y culturas. Las percepciones que se tienen de estos procesos migratorios y de los migrantes, pueden ser positivas. Por ejemplo, como lo resalta Yanira Gonzalez, Directora del Centro de Atención, Formación y Desarrollo Comunitario del Migrante Corazón Doble Tricolor, en muchos casos las personas reconocen que los migrantes “son personas luchadoras, visionarias que llegan a un contexto diferente a crear su propia historia, y que esto requiere valor”.
Sin embargo, al menos en el contexto de la migración venezolana a Colombia, las percepciones que tenemos sobre los migrantes, suelen tener connotaciones negativas. Así lo demuestra un estudio reciente elaborado por profesores de la universidad ICESI, en el cual participó el experto Juan Tomás Sayago. Este estudio analizó millones de mensajes en Twitter relacionados con migrantes en Colombia, encontrando que las percepciones negativas son las dominantes. Estas incluyen prejuicios de los migrantes venezolanos como criminales, prostitutas, personas que roban empleo, personas pobres que agotan los recursos públicos y personas que han tomado decisiones políticas incorrectas. Otro resultado de este estudio es que las percepciones varían entre las regiones de Colombia. En las zonas de frontera colombo-venezolana predominan las percepciones de los migrantes como criminales; en la región central la percepción predominante es que afectan el mercado laboral, y en la región pacífica se encuentra mayor discriminación por ser pobres.
Entre las razones que podrían explicar estas percepciones, se encuentra la influencia de las redes sociales y el periodismo, que han facilitado la proliferación de representaciones erróneas y nocivas sobre la migración. Por ejemplo, es más común ver noticias sobre casos individualizados, como un venezolano cometiendo un crimen que sobre historias positivas sobre los migrantes, incluyendo su aporte a crear empresas, emprendimientos e innovaciones. Preocupa, además, que este tipo de contenidos públicos invisibilizan realidades como que existen muchísimas más víctimas venezolanas del crimen, que victimarios venezolanos, como lo demuestra un estudio reciente de Ana Maria Tribin y colega. Además, como lo señala Sonia Ballesteros, formadora y gestora cultural de Cúcuta, muchos crímenes “son cometidos por colombianos, pero estos no se mencionan en los medios, se dejan a un lado y se pone la lupa es en los venezolanos. Se ha perdido la neutralidad. El crimen no tiene nada que ver con la nacionalidad, realmente (…) llevamos la culpa y colocamos etiquetas en vez de hacer autoobservación”.
Hemos visto también como dirigentes públicos y funcionarios han dado declaraciones discriminatorias o saturadas con sesgos ideológicos, prejuicios u otras cargas simbólicas hacia los migrantes. Estas expresiones tienen un impacto en las percepciones de los ciudadanos. Por ejemplo, el estudio publicado por El Barómetro de la Xenofobia, muestra que cuando un funcionario público da declaraciones negativas hacia los migrantes, se incrementan los trinos con percepciones negativas hacia éstos[2].
Otra de las razones que explica las comunes percepciones negativas hacia los migrantes, tiene que ver con las dinámicas del mercado laboral. La mayoría de migrantes venezolanos trabaja de manera informal, y es común que se vean obligados a trabajar en condiciones precarias y recibiendo pagos muy por debajo de lo que se paga comúnmente en el mercado. Sin embargo, estas desigualdades no son culpa de los venezolanos, sino de los empleadores que se aprovechan de su vulnerabilidad, y de un mercado laboral marcado por la precariedad, la informalidad y la falta de regulación. En últimas, como lo resalta Carmen Rangel, misionera que apoya migrantes y comunidades indígenas colombo-venezolanas “la llegada de los migrantes venezolanos ha traído a la luz las carencias existentes en Colombia”, no solo en el ámbito laboral, sino también en el acceso a la educación y a la salud.
Ahora, los prejuicios hacia los migrantes también resultan de sentimientos comunes que tenemos las personas, incluyendo el “miedo a lo diferente”, sobre todo en una sociedad como la colombiana, que ha estado históricamente poco expuesta a la migración, y en la que, además, existe una marcada estratificación y segregación social. Esto se evidencia en no solo en la xenofobia (rechazo a los extranjeros), sino también en lo que la filósofa Adela Cortina denomina aporofobia (rechazo a los pobres). Estas dos formas de discriminación, la aporofobia y la xenofobia, en muchas ocasiones se entrecruzan y refuerzan entre sí, sobre todo en contextos de migración generada por la falta de oportunidades y la pobreza, algo que hemos visto no solo con los migrantes venezolanos, sino también con los ocho millones de desplazados del conflicto armado interno en Colombia. En ambos casos, los migrantes, ya sean familias venezolanas, o familias campesinas o indígenas colombianas, han llegado desplazados forzosamente, no solo por la violencia, sino también, por difíciles condiciones socioeconómicas y políticas. Lamentablemente, al llegar a nuevas ciudades, muchas de estas familias siguen enfrentándose a diferentes formas de discriminación y de desigualdad.
Ponernos en sus zapatos
¿Qué podemos hacer para reducir estos prejuicios? Un primer paso es reconocer que los migrantes traen consigo diversidad y nuevas experiencias, y, por tanto, enriquecen nuestro entorno. Para facilitar esta reflexión, es importante contar con mayores espacios para reconocernos los unos a los otros, para ponernos en los zapatos de los otros. Como lo señala Yanira, “estos espacios pueden ser tan sencillos como ferias gastronómicas o eventos deportivos que permiten conocer al otro y su cultura, espacios que partan del intercambio entre personas diferentes”.
Es necesario también producir conocimientos (experiencias, sucesos, aprendizajes, trayectorias) sobre el fenómeno de la migración. Este conocimiento es clave no solo para informar a las personas, sino también, para formular y robustecer políticas públicas relacionadas con la migración y las oportunidades para los migrantes.
Cada uno de nosotros puede hacer su parte también. Es importante, por ejemplo, que trabajemos por tener una opinión informada. Un medio de comunicación nos puede enviar un mensaje o reforzar una percepción, pero somos nosotros quienes la definimos, la percepción está relacionada a las decisiones que tomamos sobre la información. Es fácil caer en el error de ser reactivos en vez de ser reflexivos, reproduciendo las ideas en vez de cuestionarlas. También es clave recordar que las redes sociales deben servir para dibujar ciclos virtuosos de información y no círculos viciosos como algunas veces parece predominar.
Estas reflexiones pasan también por reconocer nuestras actitudes y la manera como éstas se replican por otros, incluyendo por los niños. Como lo señala Juan Tomás “esas pequeñas cosas como cómo miramos a una persona en la calle, a un vendedor ambulante, son actitudes que se van transmitiendo de padres a hijos”.
Las acciones que tomamos en nuestro día a día tienen el potencial de construir y replicar percepciones negativas, pero también positivas. De ahí la importancia de reflexionar, de mirar a los ojos al otro, y de no olvidar que como colombianos, también hemos vivido las desigualdades de la migración, por ejemplo, cuando en el extranjero nos asocian con narcotraficantes y ladrones, pese a los esfuerzos que hacemos porque nos reconozcan como personas trabajadoras y “echadas pa´lante”. Extendemos una invitación a transformar nuestros prejuicios despertando la empatía y reconociendo el valor de la diversidad, y recordando, que todos somos de una u otra manera, migrantes. Como un primer paso, hemos realizado un video narrando historias de migrantes de diferentes partes del mundo que han llegado a Colombia, puedes ver el video y otras intervenciones artísticas del proyecto, acá.
Este escrito hace parte de una serie de 30 columnas reflexionando sobre 30 diferentes formas de desigualdad en Colombia que publicamos semanalmente los lunes. Las columnas fueron escritas a partir de un proceso de diálogo entre 150 jóvenes académicos, artistas, activistas, víctimas y demás personas de diferentes perfiles y saberes. Este proyecto se llama Re-imaginemos, y es una carta abierta invitándonos a hablar, cuestionar y reimaginar las desigualdades.
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Coautores: Juan Tomás Sayago, profesor universitario e investigador de temas migratorios y de desplazamiento; Yanira Gonzalez, Directora del Centro de Atención, Formación y Desarrollo Comunitario del Migrante Corazón Doble Tricolor; Carmen Rangel, misionera que apoya migrantes y comunidades indígenas colombo-venezolanas; Santiago Forero, antropólogo que ha trabajado con comunidades y víctimas y en la restitución de derechos territoriales; y Sonia Ballesteros, artista, gestora cultural y formadora de Cúcuta.
Editora: @Allison_Benson_
[1]Cifras de Migración Colombia
[2] El estudio se enfoca en los comentarios negativos por parte de la alcaldesa Claudia Lopez.