HISTORIA PARA LEGUIZAMEÑOS/AS (21)

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JOHN ELVIS VERA SUAREZ

1905

“…se establecieron 6 agencias ubicadas 5 sobre el río Caquetá y 1 sobre el Caraparaná; 3 de los empresarios eran nariñenses y 2 tolimenses.

Durante el período en consideración (1901-1905) el mayor número (23) de estas agencias se localizó sobre el río Caquetá y sus afluentes; 20 sobre los ríos Caraparaná e Igaraparaná afluentes del Putumayo. Comparando la extensión del río Caquetá con la de los ríos Caraparaná e Igaraparaná, así como el número de agencias establecidas sobre cada uno, se concluye que el epicentro cauchero se localizó sobre las cuencas de estos dos pequeños ríos y la del Cahuinarí, afluente del Caquetá.


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De las 51 empresas caucheras fundadas de 1901 a 1903 solamente dos fueron propiedad del portugués Joaquín Barros; todas las demás fueron de empresarios colombianos, dentro de los que dominan tolimenses y nariñenses. De la observación de estas estadísticas se concluyen dos cosas; la primera, aún no figura ningún otro extranjero dentro de los empresarios caucheros; la segunda, como se puede ver, el período está en estrecha relación con la ocurrencia de La Guerra de los Mil Días. Esta coincidencia no podrá obedecer solamente al auge en la demanda del caucho, sino también a la inseguridad para la inversión en el interior y la persecución política causada por la contienda civil.”[i]

1905

A las ya existentes podemos agregar las Fundaciones y/o Agencias caucheras: Tres Esquinas, bocana del Río Orteguaza y confluencia del Río Caquetá, fundada por Francisco Gutiérrez, en propiedad de Jesús Ángel y Aurelio Gasca, de Antioquia y Tolima respectivamente; Mecaya, bocana del Río Mecaya, del pastuso Paulino Solís; Peneya, confluencia del Río Mecaya, también de Paulino Solís; Numancia, Río Caquetá, bocana de la quebrada del mismo nombre más abajo del Caguán; de Francisco  Zuluaga y Pedro Ortega, de Pasto; Cauibá o Puerto Pizarro, bocana del río del mismo nombre en el Caquetá, del pastuso Álvaro Cuellar.[ii]

1905


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Enero 30.

El Gobierno colombiano celebra “un contrato por medio del cual concedió a la sociedad Cano, Cuello y Compañía y Pedro Antonio Pizarro (véase Diario Oficial Nº 12.272 Pág. 99) el monopolio de extracción de caucho por veinticinco años en el territorio comprendido entre el Caquetá y Putumayo, donde precisamente la empresa Chalmers, Guthrie y Compañía limitada, pretendía adelantar sus explotaciones. Esta empresa londinense había adquirido de Plot (Alberto Plot – francés) “un establecimiento de cauchería, con sus caminos que parten de Garzón y terminan en el río San Pedro, afluente del Orteguaza, con los edificios, tambos y establecimientos agrícolas necesarios en la montaña”. Esta compra se llevó a cabo con el propósito de explotar el caucho de los bosques existentes entre los ríos Caquetá y Putumayo, de la boca del Caguán hacia abajo, ya que era la región donde por la época podían extraerse gomas, pues se sabía que en el alto Caquetá no había por entonces caucho sino en las orillas del río Caguán y en esta región se encontraban en actividad un número considerable de empresas y caucheros independientes que ya poco negocio hacían por la escasa cantidad de caucho que obtenían. La casa inglesa en referencia había comprado “la cauchería Garzón” también con el propósito de llevar mercancías al bajo Caquetá por la trocha de Garzón, pues no le era conveniente importarlas por le Amazonas en razón de los derechos de aduana que había que pagarle al Brasil y al Perú para poder introducir tales mercancías al Putumayo. En consecuencia, el reclamo y la demanda de indemnización contra el Estado colombiano no se hicieron esperar.”[iii]

“…el entonces Ministro de Obras Públicas, Modesto Garcés, debidamente autorizado por el Presidente de la República Rafael Reyes,” firmó dicho contrato donde “Fundamentalmente los concesionarios se obligaban a dar inmediatamente al servicio público, como vía nacional, “el camino de Cano, Cuello y Compañía que pone en comunicación el Municipio de El Gigante en el sur de Tolima, con la parte alta del río Oayas, en la región del Caquetá; a dar también inmediatamente al servicio público, como vía nacional, el camino de herradura de Pedro Antonio Pizarro, que pone en comunicación el río Guadalupe, en el sur del Tolima, con el río Hacha, y que termina en la colonia de Florencia, sobre el mismo río, en la región del Caquetá”, lo mismo que a establecer “inmediatamente” sin subvención alguna la navegación por vapor en el río Caquetá y Putumayo. Entre otras obligaciones, los concesionarios debían de “impedir enérgicamente la trata de indios por todos los medios que estén a su alcance, y reducir a la civilización por medios humanitarios y los eficaces de las transacciones comerciales, el mayor número posible de las tribus salvajes de aquellas regiones”.

“Como compensación de las obligaciones, el gobierno les otorgó a los concesionarios “el derecho exclusivo por término de veinticinco años contados desde la fecha de aprobación de este contrato para la explotación de los bosques en la zona comprendida entre los siguientes linderos: de la desembocadura del río Senseya en el río Caquetá línea recta hacia la Concepción en el Putumayo; de  este rió aguas abajo por su margen izquierda hasta la desembocadura del Igarrapí-Mirí; de este punto línea recta hasta la margen derecha del río Caquetá y de allí aguas arriba también por la margen derecha hasta la desembocadura del río Senseya ya mencionado, siendo entendido, para mayor claridad, que el lindero de abajo lo forma una línea recta del Igarrapí – Mirí al Caquetá, que sea paralela a la que va de la Concepción a la desembocadura del Senseya”. Además, el gobierno otorgó a los concesionarios la exención de derechos de importación para los vapores y lanchas que introdujeran, destinados a la navegación del Caquetá – Putumayo, lo mismo que exención de impuesto para la maquinaria destinada a la agricultura. Y entre otros beneficios, el gobierno aprobó que a la expiración de contrato (es decir, veinticinco años después) “los concesionarios, o quienes sus derechos representen, quedarían en propiedad y posesión de todos los terrenos cultivados o donde hayan establecido habitaciones y labranzas, así como las factorías, edificios, plantaciones, dehesas, minas y toda clase de obras procedentes de su trabajo o fomento”.[iv]

1905             

Los informes de misioneros calculan en 2.000 los caucheros colombianos en el Caquetá y más de 100 los hallados en el Putumayo, Se dice que en igual número se encuentran los peruanos sobre el Putumayo.[v]

1905

“…vivían en el actual territorio de Caquetá y Putumayo 700 blancos, 2.100 caucheros y 4.500 indígenas en poblados y los cálculos sobre aborígenes de las selvas fluctuaban entre 30.000 y 200.000. Esta población se redujo por el etnocidio realizado por los caucheros.”[vi]

1905 – 1915     

El ingeniero Peruano, Jorge Von Hassel, comprueba en el año de 1905, que la esclavitud de niños capturados en “guerras” en el Putumayo, es aún una cruda realidad.  Diez años después, en 1915, Thomas Whiffen, repite dicha comprobación.  Estos dos viajeros reiteran conocer sobre el sacrificio de prisioneros y esclavos adultos en rituales caníbales.[vii]

1905

En su discurso del (jueves) 20 de julio, en el club Nacional de la ciudad de Lima, Rafael Uribe, reitera los derechos de Colombia sobre el Amazonas.[viii]

1905

Agosto 9.

Parte de Mocoa un grupo de personas a la cabeza de Fray Jacinto María de Quito, para sumándose a la expedición comandada por el General Pablo J. Monroy y el señor Intendente del Putumayo, Rogerio María Becerra, emprendida por el territorio “con el objeto de vigilar y defender los terrenos colombianos.”

El día 13 de septiembre, llegan a “la bella colina de de Montepa, sobre la cual está edificado el pequeño pueblo del mismo nombre.”

“Unas dos horas antes de llegar al puerto de Montepa, pueden ser vistas las embarcaciones que bajan; y según esto, los indios tuvieron sobrado tiempo para observarlo todo: vieron, pues, á los soldados, sus armas, y las banderas que tremolaban sobre las canoas; más, por estar yo acostado, no pudieron verme á mí; y como se les había anunciado que iba con la Expedición el Misionero; á quien ellos quieren mucho, todo esto contribuyó para que formaran la resolución de abandonar sus casas é irse monte adentro. Lo cierto es que al desembarcar nuestra gente no encontró un solo indio.” Págs. 21-22.

“si me pusieran a contarle las fechorías, engaños y vejámenes de muchos comerciantes, es para admirar cómo todavía vivan los indios en esos lugares, y no se hayan transmontado huyendo de los que tan mal trato les dan.

Al siguiente día de ocurridas estas cosas, llegó sin novedad el P. Santiago con la mitad de la Expedición; y desde este punto anduvimos ya juntos hasta Tres-Esquinas (confluencia del Orteguaza con el Caquetá), en donde hubo necesidad de separarnos de nuevo.” Pág.23

“El día 19 de septiembre salimos todos reunidos de Montepa, y después de haber navegado unas tres horas el Putumayo, aguas abajo, encontramos por la parte derecha del mismo río, el San Miguel. Este, en el lugar de su confluencia, me pareció tan caudaloso como el mismo Putumayo.

La aurora del 20 del mismo mes nos brilló en La Concepción, lugar que el antiguo pueblo de indios,…dos palmeras que tímidas se levantan en la orilla izquierda del río, únicos vestigios del pueblo de La Concepción,

El melodioso cantar de las aves, tan bellas y de varios matices; el majestuoso río sembrado de palmeras y bambúes a uno y otro lado, y los delfines que jugueteaban en sus tranquilas aguas,

Desde dicho lugar hasta Güepí, agencia del señor Antonio Ángel, sita en la margen izquierda, hay por lo menos unas 19 leguas. Güepi en la actualidad ha perdido por completo su adelanto y progresos anteriores. Allí no vimos cosa de especial mención, y así después de unas dos horas, lo suficiente para que prepararan el almuerzo, entramos con desesperación a las canoas, pues el mosquito, que hay en abundancia en aquel lugar, nos hizo muy mal recibimiento.

Siguiendo el cauca del río, unas trece horas más, tenemos a Micunti en la misma ribera. Es una altura algo considerable, y en donde, 32 años atrás, existió un pueblo de negros brasileños. Personas que conocen la historia del Putumayo me aseguraron que una peste traída por uno de los vapores en aquel tiempo, sentó sus reales en Micunti, y murieron casi todos sus habitantes; algunos que sobrevivieron a la catástrofe, abandonaron sus casas y sementeras y se fueron a su país natal. Lo cierto es que hoy no hay vestigio alguno de ese pueblo. Desde este lugar hasta Buenos – Aires, vivienda del señor Felipe Lozada, empleamos tres días y medio. En este trayecto el Putumayo aumenta el caudal de sus aguas con los que le dan el río Caneaya y el Curiya.                

En cuanto a nuestra navegación, puedo decir que hubo de todo: grandes alegrones, y no pequeños sobresaltos y temores nocturnos. La hora de la pesca, que ordinariamente la hacíamos desde las seis hasta las siete de la noche, era tan divertida y abundante que nos hacía olvidar las molestias y penalidades del día; pero cuando el cielo rompía sus cataratas en altas horas de la noche, y el viento empezaba por destruir la multitud de pequeños ranchos que la tropa y los indios habían fabricado en las inmensas orillas del río, y el agua a agitarse hasta formar oleajes sobre los que, como cáscaras de huevos, saltaban las canoas; y finalmente, cuando, por la oscuridad de la noche, se declaraba la confusión; eran a no dudarlo momentos que exigían mucha presencia de ánimo y no poca resignación. De mi parte le confieso, Padre, que, a consecuencia de estas borrascas y malos temporales, quedé por algún tiempo bastante nervioso. Unas veces asustaba al P. Santiago con los gritos que daba al dormir, porque soñaba que los tigres, las culebras y otros animales feroces se acercaban al lugar de mi descanso; otras, comenzaba a fatigarme como quien lucha y se desespera en un naufragio.

En Buenos – Aires tuvimos el casual encuentro de una tribu de indios güitotos, llamados por otro nombre los Caimitos. Estos infelices, dependientes del citado Felipe, tienen sus casas y sementeras a un día de camino de este lugar y hacía la parte izquierda del Putumayo. Cada tres o cuatro meses suelen salir a la casa de su patrón llevando el caucho que en ese tiempo han podido extraer; y en habiendo hecho la entrega, tornan nuevamente a sus viviendas para seguir la misma labor.

A nuestra llegada (aunque obedeció a la presencia de los soldados), se escondieron casi todos los indios, y sólo el señor Lozada, con cinco blancos dependientes suyos, salieron a recibirnos. Dicho señor nos dijo que los tenía reunidos a todos, pero que al tiempo de cumplir con los deberes de urbanidad se habían escondido.

Varios de los indios estaban encerrados en un cuarto de la misma casa, y con mucho trabajo conseguimos el que salieran; a otros que se habían escondido en las chacras inmediatas, fue necesario amenazarles con severo castigo para que se presentaran. Comprendí que los indios tenían mucho miedo a aquel señor, porqué a sus gritos y amenazas pronto se reunieron,” Págs. 24-26

“El 27 de septiembre nos despedimos de nuestros indios Caimitos, y después de haber andado unas ocho o nueve leguas, hallamos a nuestra derecha las aguas del río Yubineto, y si continuamos un día, encontraremos, a la parte opuesta, las del Piñuña. De este afluente al del río Yoquiriya sólo se gasta una hora y media.

Todos estos riachuelos y otros cuyos nombres me he olvidado, son insignificantes en el tiempo de verano; pero de utilidad admirable para el comercio en el invierno: siendo esta también la causa porque los vapores nunca podrán subir en la primera época, pero si es muy fácil que lleguen hasta La Sofía en el invierno, como ya se ha visto prácticamente en tiempos anteriores.

Ahora, dejando el río Yoquiriya y siguiendo el curso de las aguas, tendremos, después de doce horas de navegación, la famosa loma Cinacunti. Digo famosa, por la celebridad que adquirió años atrás a causa del renombrado bejuco curare que se encuentra allí. Tanto los indios del Alto Putumayo como los del Bajo, iban a buscar ese bejuco, del cual extraían el activo veneno del mismo nombre. De él hacían uso continuo para la cacería, y lo cambiaban por ropa, sal y otros objetos. Estas cosas se las facilitaban los comerciantes, y en cambio obtenían el tal veneno para negociarlo con los indios del valle de Sibundoy, de Mocoa, Guineo y de otros puntos en donde era conocida la eficacia del curare, pero se ignoraba su preparación. Más en la actualidad sucede al revés, porque los comerciantes lo traen en mucha cantidad del Amazonas y de Iquitos, vendiéndoselo más barato a los indios, y éstos, que antes se dedicaban a su extracción, hoy sirven mucho en el oficio de bogas.

Desde Cinacunti aún quedan por andar unas 14 leguas para encontrar hacía la izquierda la travesía denominada Varadero0 de David Serrano. Es una trocha que pone en comunicación el Putumayo con el río Caraparaná. Muchos de sus conocedores me aseguraron que sólo se emplean unas cuatro horas de un lugar a otro.

Fácil es comprender la utilidad que reportan los comerciantes con este camino. Si se trata de los que bajan el Putumayo y quieren hacer sus negocios con las Agencias del Caraparaná, les evita, por lo menos, unos cinco días, que son los que se emplean andando por agua. La misma ventaja y aún mayor tienen los que están por el río Napo, porque una vez que logran colocar las mercancías y demás artículos en el río Campuya, éste les ofrece fácil navegación hasta su confluencia, y de allí a dicho camino sólo habrá unas 15 leguas, aguas arriba.

He llamado la atención sobre esta travesía por ser la más conocida y frecuentada; pero hay otras muchísimas que ponen en comunicación estos ríos y aún el mismo Caquetá con el Putumayo.” Págs. 27-28     

…     

“Dos días y medio habíamos andado desde el Campuya, y encontramos al navegable Caraparaná, cuyas aguas, después de haberlas recogido en las lagunas y riachuelos existentes entre el Caquetá y el Putumayo, las deposita en este último, por la banda izquierda.

El Caraparaná, hoy por hoy, constituye en estos lugares uno de los focos principales del comercio; y para los empresarios es ventajosísimo bajo todo punto de vista. No muy lejos de sus orillas se encuentran más de cuarenta tribus de indios güitotos, poderoso elemento del que se sirven los caucheros para extraer las gomas; los vapores pueden surcar sus aguas en todo tiempo, lo que no pasa en otros ríos a pesar de ser más caudalosos; y si consideramos que las enfermedades, mosquitos y zancudos son menos en comparación de los que hay en el Putumayo y Caquetá, tendremos que el Caraparaná está llamado para formar un centro de mucha riqueza y movimiento mercantil.” Pág. 29

“El Gobierno en cumplimiento de su deber, tan luego como tuvo noticia de que la Nación era perjudicada en sus posiciones colindantes con el Ecuador y Perú, ordenó se practicara una expedición, exclusivamente con el fin de averiguar qué había de cierto de tales puntos.

Al efecto, en el mes de julio de 1905 salió de Pasto una pequeña escuadra compuesta por 27 soldados, al mando del General Pablo J. Monroy, quién, según lo dispuesto por el mismo Gobierno, debía obrar en todo, de acuerdo con el señor Intendente, Rogerio María Becerra, compañero también de dicha Expedición. Llegaron a Mocoa a fines del mismo mes; y después de algunos días de descanso, continuamos del modo que ya he relatado en los capítulos anteriores. 

A las tres o cuatro de la mañana eran los momentos más felices e imponentes, porque en esas horas (que era regularmente cuando se daba principio a la marcha), reunidas las canoas bajábamos por la mitad del anchuroso Putumayo, rezando en voz alta y a dos coros, la salutación angélica. Luego se cantaba las Letanías, y terminábamos con los gozos de la divina pastora,” Pág. 30

“A nuestros cantos seguía el de las avecillas del cielo, que en esos lugares son tantas y de tan variados colores, y sus armonías solo inferiores a las de los ángeles. ¡Bellas mañanas que nunca os olvidaré!” Pág. 31

“Nadie, sino quien conoce esos desiertos, puede formarse una idea de lo mucho que debe padecer quien llega al estado de encontrarse sin víveres, sin vestido y6 sin dinero. Pues bien; la Expedición estuvo provista de estas cosas sólo para cuatro meses, en la persuasión de que sería tiempo más que suficiente para llenar su cometido; empero, por causas imprevistas, no pudo estar de regreso sino después de un año. Ahora bien; terminados los cuatro meses, se terminó también lo demás, y comenzaron a soportar las terribles consecuencias de la escasez. Unos quedaron sin sombrero, y soportaban con heroísmo los rayos de un sol abrasador; otros, faltos de ropa, eran victimas de las nubes de mosquitos, y para muchos el mismo vestido era una grave mortificación; pues ya sabemos lo que sucede, en lugares ardientes, al llevar mucho tiempo al cuerpo un solo vestido.

Más aún; cuando después de mil molestias y contratiempo, pudieron llegar al Caraparaná, lugar designado por el Gobierno para que se estableciera una Aduana, se encontraron (creo no exagerar) en la última miseria. Y este fue el motivo porque el General Monroy para que no pereciera toda la gente, tuvo que dividirla en varios grupos y colocarlos en las Agencias de los comerciantes, para que así pudieran ganarse la vida.” Pág. 31

la vía, pues, ordinaria que suele tomarse para salvar la distancia que hay del Caraparaná al Caquetá, es la trocha que comienza en La Florida  y termina en Puerto Pizarro. Dicha travesía calculo que podrá tener en línea recta unas 35 leguas; pero, hoy por hoy, los buenos andadores emplean cuatro días, caminando cada día, por lo menos, unas once horas. Nosotros, andando, a veces como desesperados, gastamos cinco días, sin contar las demoras para visitar las tribus indígenas.

Antes de comenzar esta difícil travesía conviene, ante todo, estar bien advertido y seguro de dos cosas principalmente: la una es que en el Caraparaná se debe hacer acopio de víveres y medicamentos para un mes, que es lo que, ordinariamente, se gasta hasta llegar a tres Esquinas, en donde se puede conseguir algo de lo uno y de lo otro; y la segunda, que se debe estar bien cierto de que se encontrará embarcación una vez se llegue a Puerto Pizarro. Y en esto último no debe ser uno cándido en creer a los comerciantes que bajan por el Caquetá, porque sucede con frecuencia que las canoas dejadas en dicho río, o son arrastradas por las avenidas del mismo, o se inutilizan, todo por falta de una persona que cuide de ellas.

Quien no toma estas precauciones, experimentará indecibles trabajos y, hasta la misma muerte, que no es rara en estos lugares, sino muy frecuente, y la mayor de las veces por no preocuparse de lo dicho.

En verdad, nadie puede formarse idea cabal de lo que son estos lugares, sino quien los ha recorrido. El desamparo hasta Tres Esquinas no puede ser mayor; y aunque es cierto que en la montaña se encuentran algunas tribus de indios; esto muchas veces sólo sirve para acrecentar más los temores y exponerse a que le roben lo poco o mucho que pudo conseguir para el viaje.” Pág. 74 (el Tres Esquina referido parece ser el que para entonces existía más abajo de la desembocadura del Caguán).[ix]

1905

Septiembre 12. 

“Un nuevo “Modus Vivendi” fue acordado entre las partes (Colombia-Perú). En él se estableció el río Putumayo como limite provisional entre los dos países.”[x]

1905

Decretos 28, 177, 995. 

Se crean las Intendencias del Alto Caquetá y del Putumayo. Queda la Región en la del Putumayo con límites hasta el Rió Napo[xi]. La Provincia del Caquetá pasa a ser denominada Intendencia del Putumayo, siendo su primer Intendente Rogerio Becerra.[xii]Creadas estas Intendencias con el ascenso al poder del General Rafael Reyes, dándoles un poder relativamente autónomo que dura poco tiempo.[xiii]

1905

“Para diciembre… Arana había adquirido casi 12.000 millas cuadradas del territorio del Putumayo por tan sólo 116.000 libras. Tan sólo 4 “colonos” colombianos se mantenían aún y Arana sentía que estaban en su camino, pues ya era consciente de que en el Putumayo estaba “la llave de su futuro”; y además consideraba las riquezas del Putumayo como su derecho inalienable. Dándole un control indispensable a la región, podía abandonar Manaos y radicarse con su familia en Europa. Lisardo y Pablo podían seguir encargados de ciertos detalles… (Collier 1968).”[xiv]

1905

“Richard Collier, autor de The River That God Forgot la historia novelada de la estadía en el Putumayo del aventurero norteamericano Walt Ernest Hardenburg, a quien debemos mucho del conocimiento de los hechos allí ocurridos, afirma que para 1905 sólo quedaban 4 empresarios caucheros colombianos en el Putumayo, quienes se negaban a vender sus empresas.”[xv]


[i]                             CASAS AGUILAR, JUSTO.  EVANGELIO Y COLONIZACIÓN. Una aproximación a la historia del Putumayo desde la época  prehispánica a la colonización  agropecuaria. Santa fe de Bogotá. Septiembre de 1999. Pág.113

[ii]                            Domínguez, Camilo; Gómez, Augusto. LA ECONOMIA EXTRACTIVA EN LA AMAZONIA COLOMBIANA 1.850-1.930. TROPENBOS. COA. Bogotá. Pág. 168

[iii]                           Domínguez, Camilo; Gómez, Augusto. LA ECONOMIA EXTRACTIVA EN LA AMAZONIA COLOMBIANA 1.850-1.930. TROPENBOS. COA. Bogotá. Pág. 163-164

[iv]                           GOMEZ LOPEZ, AUGUSTO J. HISTORIA GENERAL DEL DEPARTAMENTO DEL PUTUMAYO – Texto de guía para la enseñanza – II. Ministerio de Cultura. Bogotá, D.C. Mayo 2001. Pág. 393

[v]                            Mejía  Gutiérrez.  O.C.  Pág.  86                      

[vi]                           INSTITUTO SINCHI. LA MAZONIA DE HOY. Agenda 21. Amazonia Colombiana. Enero 2001. Pág. 19

[vii]                           Mejía  Gutiérrez.  O.C.  Pág.  91

[viii]                          Mejía  Gutiérrez.  O.C.  Pág.  87                      

[ix]                           R.P. Fray Jacinto María de Quito. RELACION DE VIAJE, EN LOS RIOS PUTUMAYO, CARAPARANÁ Y CAQUETÁ Y ENTRE LAS TRIBUS GÜITOTAS. Imprenta de “La Luz”. Bogotá. 1908.

[x]                            CONSEJO REGIONAL DE PLANIFICACION. CORPES AMAZONIA. ESTADO DEL ARTE  DE  LOS   ESTUDIOS  SOBRE EL RIO PUTUMAYO Y SU AREA DE INFLUENCIA. Santa fe de Bogotá. 1998.                   

[xi]                           Varios Autores. ATLAS CULTURAL DE LA AMAZONIA COLOMBIANA.   LA CONSTRUCCIÓN DEL TERRITORIO EN EL SIGLO XX.   Ministerio de Cultura;  Instituto Colombiano de Antropología;  Corpes Orinoquía;  Corpes Amazonía. Mapa 40

[xii]                           Mejía  Gutiérrez.  O.C.  Pág.  87                      

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[xiii]                          DOMÍNGUEZ, CAMILO.  GOMEZ, AUGUSTO. NACIÓN  Y ETNIAS.  Los Conflictos Territoriales en la Amazonia 1750-1933. COAMA. 1994. Pág.63

[xiv]                          Domínguez, Camilo; Gómez, Augusto. LA ECONOMIA EXTRACTIVA EN LA AMAZONIA COLOMBIANA 1.850-1.930. TROPENBOS. COA. Bogotá. Pág. 183

[xv]                           CASAS AGUILAR, JUSTO.  EVANGELIO Y COLONIZACIÓN. Una aproximación a la historia del Putumayo desde la época  prehispánica a la colonización  agropecuaria. Santa fe de Bogotá. Septiembre de 1999. Pág.121


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