Cuadro oscuro

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Crónica de un atrado

Oscar Sanda, artista de profesión, en compañía de 3 personas más , un fotógrafo y dos modelos salieron a media  mañana a hacer una sesión de pintura y fotografía al paradisiaco sector de Caliyaco,  denominado el Pozo del Amor, pero lamentablemente lo que prometía ser una jornada de alegría y color terminó por convertirse en una oscuro teatro de miedo.

El día había transcurrido con normalidad, ya que, por ser día de semana, no mucha gente se había visto por el paraje, circunstancia que permitió a los cuatros artistas trabajar tranquilos, y sin recelo de que nada malo podía ocurrirles en un sitio tan acogedor, además, ellos ya tenían la experiencia de haber trabajado en sectores un poco más distantes, pero de pronto la sombra del peligro cayó sobre ellos.

Sería más de las tres y media de la tarde; ellos ya estaban recogiendo todos sus equipos y herramientas de trabajo, cuando de la nada aparecieron dos tipos armados. Ambos iban encapuchados, y armados, uno portaba una pistola y el otro un gran cuchillo. El uno iba vestido de jeans y el otro en traje deportivo. El tipo de la pistola les apuntó a los dos hombres, mientras el del cuchillo se dirigió a las mujeres que paralizadas por el miedo no atinaban a reaccionar a las indicaciones de los delincuentes. Sobre todo, una de ellas, y que por primera vez los acompañaba a una sesión de ese tipo de trabajo artístico, ante esto el malhechor había blandido su arma para amenazarla de manera temeraria. Creyeron que la iban a asesinar.


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El temor, nos les había dado ni un espacio para reaccionar, las mujeres lloraban desesperadas, mientras el fotógrafo a quién le había hecho sentir la presión del arma sobre el abdomen, permanecía en suspenso, mientras tanto Oscar, temeroso de que les pasé algo a las modelos, había sacado algo de  valor para decirles a sus compañeros que se quedaran quietos y entregaran todo lo que tenían: cámaras, lentes, y otros dispositivos, así como sus elementos personales, avaluados en casi siete millones de pesos.

Los delincuentes, que, según Oscar, parecían estar bajo el efecto de las drogas, seguían maltratándolos de manera verbal, con insultos de grueso calibre, mientras los obligaban a que les entreguen el resto de sus pertenencias. Los hicieron caminar un tanto hacia el río, y allí los despojaron de sus celulares, les pidieron quitarles las claves a los aparatos, y por supuesto tomaron el dinero que tenían; sus bolsos les fueron arrebatados, requisados y revolcados por el piso. Todo lo que tenían de valor les fue robado.

Notaron que quizás entre los matorrales podría haber más gente, porque ellos hacían como señales al monte, por eso trataron de no cometer ninguna imprudencia; las dos chicas seguían llorando.Los dos delincuentes iniciaron la retirada caminando hacia atrás, mientras los seguían amenazando y apuntando con sus armas. Luego los dos tipos se perdieron entre los matorrales, mientras las victimas aún no reaccionaban a la desagradable experiencia que acababan de vivir.

El bosque había quedado en silencio, parecía no haber nadie en los alrededores;después de un breve momento ellos deciden huir del lugar, pero descubrieron que a sus motocicletas les habían pinchado las llantas, como pudieron las sacaron hasta el borde de la carretera, y de allí buscaron la forma de llegar a la ciudad para pedir ayuda a las autoridades.


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Lo que prometía ser una jornada que daría un cuadro de arte y colorido terminó estropeada con la sucia y oscura mancha de la violencia.

Redacción: J.M(30-X-2019)

Fuente: Oscar Sanda

 

 

 

 

 

 

 

 


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