En la actualidad, este fenómeno natural está asociado a las catástrofes y las ruinas. Sin embargo, en siglos pasados era sinónimo de abundancia y fertilidad de los suelos que dieron origen a grandes civilizaciones y culturas que surgieron cerca de los ríos más importantes. ¿Qué ha cambiado?
La furia de una sorpresiva y amenazante avalancha, resultado del desbordamiento de los ríos Mocoa, Mulato y Sangoyaco a causa de las torrenciales lluvias del 1º de abril de 2017, acabó con la vida de más de 320 personas en Mocoa, la capital de Putumayo. Miles más fueron damnificadas y quedaron a la intemperie. Lo habían perdido todo. Esa madrugaba no había esperanza en el municipio.
Como Mocoa, en Salgar (Antioquia) una fuerte lluvia que comenzó a las dos de la mañana del 18 de mayo de 2015 desató una avalancha en el corregimiento Las Margaritas, donde se desbordó la quebrada Liboriana. Una riada arrasó con una de las aldeas enclavadas, dejando 60 víctimas mortales y 37 personas heridas.
En Colombia, durante la época invernal, los principales titulares son de tragedia, catástrofe, desastre o incluso muerte. Y de manera equívoca se ha asociado estos términos con las inundaciones, que son fenómenos naturales producidos por exceso de agua y desempeñan un papel importante en la regulación de los sistemas hídricos y la fertilización de sus valles inundables.
3 millones de damnificados hubo en Colombia en la temporada invernal de 2010-2011.
Los ríos y sus planicies de inundación tienen un sinfín de beneficios.Le garantizan agua a la población, lo mismo que carne y proteínas gracias a la pesca, así como un riego adecuado para la agricultura, y son utilizados como vías de comunicación que facilitan intercambios comerciales y culturales.
Las civilizaciones más importantes prosperaron gracias a sus zonas inundables. La antigua India se irguió a lo largo de los ríos Indo, Ganges y Brahmaputra, donde se cultivó el arroz que crece en terrenos anegados. Por su parte, en China, a orillas de los ríos Yangtsé y Amarillo se forjaron culturas legendarias que aprendieron a convivir con los desbordamientos. Y entre los ríos Tigris y Éufrates se desarrolló la cultura mesopotámica, cuya capital, Babilonia, fue la cuna de la civilización. Crearon la rueda, la moneda, la escritura y el primer código jurídico.
Pero, sin duda, el caso que mejor ejemplifica la benevolencia de los ríos, su importancia histórica y cultural y la convivencia de las poblaciones con las inundaciones es el de Egipto y el río Nilo. Poderosas construcciones como las pirámides, la esfinge y los templos de Karnak y Luxor son atribuidas a la fertilidad del valle del Nilo. Las inundaciones periódicas eran la fuente de vida y de prosperidad económica y social de esta civilización y jugaban un papel crucial en la formación y el desarrollo de la cultura faraónica.
Cuando el río se desbordaba, sus sedimentos pasaban a los valles aledaños, y al llegar el verano y retirarse las aguas los fertilizaban, dejando los suelos ricos en nutrientes para los cultivos, sobre todo de trigo. Sin las inundaciones se reducía la superficie de tierra apta para sembrar y las cosechas decrecían, ocasionando pobreza económica y hambruna entre la población. Durante milenios, las crecidas anuales del mayor río de África marcaron el ritmo de vida de los habitantes, pero en 1970, con la construcción de la gran presa de Asuán, el ciclo anual de inundaciones se acabó para siempre.
Aunque estos son los casos más emblemáticos, en América las zonas inundables también están vinculadas al surgimiento cultural. Por ejemplo, los aztecas prosperaron en un valle con lagunas inmensas, ubicado en las montañas mexicanas. Allí, los pobladores transformaron el lecho del lago, que tenía poca profundidad, en chinampas o islas artificiales y cultivaban verduras y flores.
Colombia no se queda atrás. Los zenúes florecieron en las planicies de los ríos Sinú, San Jorge y Nechí, y gracias a la construcción de un sofisticado sistema de canales de drenaje controlaron las inundaciones y adecuaron los afluentes para la navegación y la pesca, mientras en los terraplenes o camellones tenían sus viviendas y cultivos.
1 millón de hectáreas, aproximadamente, fueron afectadas en esa temporada. El entonces presidente, Juan Manuel Santos, declaró la “emergencia económica, social y ecológica”.
Todo ese conocimiento ancestral sobre el manejo de las inundaciones se perdió y actualmente vemos cómo la depresión momposina es un escenario característico de desastres, con miles de damnificados y grandes pérdidas económicas cada vez que llega la ola invernal.
Así, las inundaciones pasaron de ser fenómenos naturales asociados a la riqueza, a generadoras de catástrofes naturales. En 2010, el mundo se vio afectado por una de las peores época invernales. En Pakistán, uno de los países más damnificados, se registraron 20 millones de víctimas. Mientras en Colombia, Juan Manuel Santos, presidente de la época, declaró la “emergencia económica, social y ecológica” y la “situación de desastre”. Cerca de 1’642.108 de hectáreas se vieron afectadas en todo el territorio nacional.
La deforestación ha jugado un papel trascendental en este imaginario que la sociedad ha adquirido de las inundaciones. Las coberturas densas de vegetación son las encargadas de interceptar la lluvia y absorber con sus raíces el agua sobrante. Esta vegetación ayuda a aplacar el impacto y regula la escorrentía del agua en el suelo, reduciendo los deslizamientos, derrumbes y avalanchas. La desaparición de cerca del 70 % de esta cobertura, especialmente en los bordes de los ríos, cambió radicalmente el panorama. En Colombia, por ejemplo, se pasó de 130.000 damnificados en 1993 a tres millones en la temporada 2010-2011.
Aunque el cambio climático y el mal uso del suelo también han contribuido a estas catástrofes, ya es hora de que se cambie el concepto negativo en el que se ha encasillado a las inundaciones y se resalte su importancia cultural, económica y social, que fue fundamental para las grandes civilizaciones. Desarrollar un adecuado plan de ordenamiento territorial, respetar las rondas hídricas, conservar sus humedales aledaños, incrementar la calidad y cantidad del agua de nuestros ríos y nunca construir viviendas (excepto palafitos) cerca a sus zonas naturales de desbordamientos podría ser un buen comienzo.
Fuente : ElEspectador