Por: Mario Hernan Guerrero Guerrero
Mocoa, 4 de Julio de 2019.
Un día domingo de 1938 mi madre se despertó a las cinco de la mañana como era su costumbre,se levantó de su abrigado lecho y camino por el pasillo central de la casa vieja de la finca Junín que se encontraba ubicada subiendo por la vía a San Antonino en el margen izquierdo de la quebrada la Taruca a una distancia aproximada de tres kilómetros y medio del histórico parque General Santander de San Miguel de Agreda de Mocoa.
A mi madre, le gustaba siempre madrugar porque tenía el hábito de contemplar el encanto de la naturaleza, en el preciso momento cuando empezaban a sonreír los primeros resplandores de la mañana en el horizonte,los rayos del sol se ondeaban por la geografía y resplandecían con sus destellos de oro el maravilloso paisaje del pueblito mocoano surcado por sus ríos y montañas.
La vida en el campo para mi madre no fue fácil pero si placentera pues le permitía disfrutar con entusiasmo de las delicias del suave calor de las mañanas, los gritos de cientos de pájaros y animales silvestres que todavía revolotean nostalgicamente en los recuerdos de su memoria.
Socorrito, desde que aprendió a leer y a escribir, siempre tuvo el habito de la lectura y recuerda que un domingo de 1938 arreglando el estudio de su padre don Isaías Guerrero Rivas, encontró camuflados en un baúl de cedro cuatro tomos de un libro traducido al español titulado con el nombre de los hijos del pueblo escritos por el político francés Ceu Eugenio, un escritor amante de la corriente socialista utópica.
Para Socorrito haber leído durante quince días y quince noches a intervalos de tiempos esta gran obra crítica e histórica de Francia de hecho permitió que descuidara alguna de sus obligaciones familiares que desde el angulo de una perceptiva ética y religiosa le quitaba el sueño.
Haber leído semejante obra que se encontraba en la lista negra del índex del vaticano se configuraba para la época en un verdadero pecado y una afrenta contra la iglesia católica.
Otros de los hábitos de mi madre fue asistir cumplidamente a la misa diaria, le encantaba como los curas capuchinos celebraban a espaldas y con la ayuda de dos acólitos bien vestidos en latín el ritual de la santa misa. Cada misa era singular y despertaba la curiosidad de todos los asistentes y a mi madre le alimentaba su espiritualidad, aumentando su fe y la creencia en la iglesia católica.
Un dieciséis de junio de 1938 el día de su cumpleaños Socorrito tomo la decisión de confesarse en la misa de la tarde con un cura capuchino que media dos metros de altura, sus ojos eran azules, tenia cabello rojo y barba roja no había vuelta atrás la única forma de liberarse y conciliar el sueño era a través de la confección de sus faltas pues no podía seguir ocultando semejante ofensa a los mandamientos de la ley de Dios. Después de una larga reflexión pensó que después de la confesión, la celebración de su cumpleaños y la llegada de un nuevo amanecer era un comienzo de una nueva historia para su vida.
Mocoa, presentaba un aspecto claro-oscuro el sol ya no brillaba como antes con la misma intensidad sobre la superficie de la geografía del paisaje, se observaba una atmósfera de fusión entre la noche y el día, las calles que conducen a la iglesia se animaban con el sonar de las campanas, un viento fresco y húmedo de verano llegaba desde el horizonte, centenares de pájaros volaban en manadas y aterrizaban sobre las ramas de los bellos arbustos de chiricaspis y otros sobre los nidos de un árbol histórico de hobo sembrado en todo el centro del antiguo parque General Santander de Mocoa, que deleito con sus frutos por muchos años a niños y adultos.
Isaías Guerrero Rivas, tenía camuflado los cuatro tomos del libro de Ceu Eugenio para obsequiárselo a su hija socorro como regalo de su cumpleaños pues desde muy niña le había inculcado el amor por los libros tal vez por esta razón la cumpleañera se impulso a pecar inconscientemente.
Socorrito no sabía de la sorpresa que le deparaba el destino en el día de su cumpleaños solo pensaba en prepararse para la confesión así que sin temor y sin duda alguna entro a la iglesias parroquial se acercó al confesionario, humildemente se arrodillo, rezo un señor mío Jesucristo después un avemaría y le susurro al oído al cura lo siguiente: acúseme padre por haber pecado y me siento arrepentida por haber leído un libro prohibido por el vaticano. El cura capuchino en tono conciliador le dijo te acuso y te absuelvo hija mía pero antes debes contarme una reseña corta del libro y como penitencia tienes que traerme los cuatro tomos de ese polémico e histórico libro de Francia y finalizo diciendo podéis ir en paz.
Socorrito amablemente le dio gracias al cura y se dirigió como un rayo hacia la carrera octava con calle novena llego a la esquina donde aun existe la casa de sus padres, en un lugar secreto había ocultado los cuatro tomos del libro los tomo con máximo cuidado y los empaco en una caja de cartón luego regreso muy tranquila para cumplir con su penitencia. El cura recibió su encargo le dio la bendición y le dijo lo siguiente: socorro tu fe te ha salvado.
Al salir de la iglesia se cruzó con su hermana Julia, la menor de seis hermanas quien iba ha orar al templo que al verla tan alegre y rozagante la detuvo y la abordo con las preguntas siguientes:
¿porque estas tan contenta Socorro?
Porque me acabo de confesar de un pecado que me tenia el alma herida
¿con quien te confesaste hermana?
con el cura de la barba roja y el cabello rojo
¿Cuáles fueros tus pecados que te enfermaron tanto el alma?
el mayor pecado fue el amor por los libros que me inculcaron nuestros padres Isaías y Angelina,
no te entiendo exclamo Julia!
cuando vuelvas a casa te lo explico en detalles, lo importante es que ya siento mi alma aliviada entra al templo hermana y ora por toda la familia.
Han pasado ochenta y un años después de la confesión de mi madre y aun se desconoce el paradero del noble cura capuchino que le concedió la gracia de la salvación y la sanación de su alma mediante el acto del arrepentimiento y el perdón.
Se desconoce el destino del regalo de cumpleaños de Socorrito, de hecho se deduce que fue confiscado por las autoridades capuchinas. A pesa de todo lo sucedido don Isaías Guerrero Rivas le celebro los cumpleaños a su amada hija, una mujer bendecida por la vida, que le ha dado la oportunidad de celebrar en unión de todos sus hijos, nietos y familiares 95 primaveras de su intachable existencia.