A espaldas de Dios y la Ley

Publimayo

Foto : Silvio López

POr : López F. Silvio J.

En Mocoa eran casi las 15 horas del día 3 de febrero del año 2019. Mientras aligeraba mis pasos por la calle Mocha, una joven de escasos 28 años sutilmente delgada, de cabello negro y de finas manos campesinas,preparaba su puesto callejero, quien vende empanadas y otras frituras que gustan mucho en esta región, en especial la chunchuya y la papa pastusa.

A cien metros, por el olor de frito pude localizar a Serafina, mujer que sale todos los días a buscar el pesito de cada tarde, sus ventas informales alcanza a sostener a ella que es madre soltera y su viuda madre de setenta y cinco años, quien padece de un cáncer de piel y a su niño de seis años de edad quien apenas iniciara la escuela del barrio San Agustín.

Serafina ha concebido la vida desde su niñez como la lucha contra la muerte, ella perdió a sus padres en la época cocalera, situación donde civiles pagaron un precio muy caro, grupos al margen de la ley se aferraron a la guerra por el narcotráfico y resultado de esta situación, Serafina se desplazó a Mocoa, más exactamente al barrio San Miguel, el cual se encontraba detrás de la cárcel.


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Al llegar a su puesto de venta de comidas, cogí una caja plástica de cerveza y la use como asiento, había seis de ellas, mientras otras dos personas las usan esperado el turno de la chunchuya. De repente debajo de la mesa cubierta por un mantel plástico sale un chico de escasos ojos oscuros, quien apenas se despertaba de un sueño, arrullado de cartones que había recogido Serafina de una tienda de un vecino.

David, el niño de Serafina, saca de sus bolsillos unas pocas bolas chiltadas, unb olón y dos muyuyes, se coloca a jugar con otros dos niños. Así, Serafina atiza el fogón y sopla los carbones, mientras los maduros ya tomaban un color entre amarillo rojizo negruzco y otro momento se respiraba el olor de la fritada; entonces les tendió el plato del pedido de las dos personas que estaban con sus viejas maletas de cuero.

De la misma manera, me pasa el plato de frito de marrano, maduro y unas cuantas papas, alargo mi brazo para coger limón y ají de maní. Mientras las dos personas al terminar de comer, recogen sus maletas y se marcha al Sur. En este momento emerge de Serafina la experiencia vivida de la avalancha del 31 de marzo del año 2017, donde muchos dicen que murieron más de mil personas, pero el gobierno dice que es menos de quinientos.

Entonces Serafina, Bajo un escenario de confianza, mientras su hijo jugaba al neto, me lanza su historia de la avalancha donde lo perdió todo, su casa, sus álbumes fotográficos, unas gallinas y su perro Firulay, que le había regalado doña Antonia, amiga de Puerto Umbría. Dijo eran las 11. 30 de la noche cuando llovía, quien cogió a su hijo   y logro subir a una casa de tres pisos, donde ya había más de treinta personas y llegaban más, y el hilo del agua subía en las paredes de las casas vecinas y a la de la suya; en un instante de gritos y de angustias, la noche, se hizo más noche, se había ido la energía, dejando nuestro escenario a oscuras en tinieblas; con melancolía al amanecer el paisaje del barrio de San Miguel había cambiado, no había calles, la mayoría de casas había desparecido, pocas casas  había logrado soportar los truenos, relámpagos, grades troncos y las amuralladas rocas que había bajo por la Taruca (Agua del Trueno), en esta dura historia acabo diciendo: “ QueDios les había dado otra oportunidad de vida”


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Mientras, se marchaban los clientes de Serafina, yo, terminaba mi plato de frito y un café frio. Entonces,un par de tipos de contextura delgada y uno con barba, se estacionaron en una moto vieja de color negro y sin placa. En ese puesto de venta callejera éramos los cuatro más el niño, todas los demás se habían ido, ya era casi las 17 horas,   uno de ellos con gorra se paraba a espaldas nuestra, mientras el otro se dirigía sigilosamente a la vendedora de aquel puesto.

Entonces observe en Serafina que un frio se apalanco en su rostro. En un instante su hijo se volvía a meter debajo de la mesa, el cansancio se había apoderado de su cuerpo y de sus pequeños huesos, afligidos por la angustia de los días callejeros. Mientras se acercaba aquel señor de barba a ella, él, de una mochila sacaba un fajo de papeles amarillos, rosados y otros verdes, como en un abecedario en las tarjetas observe que buscaba el nombre de Serafina, no alcanzaba escuchar lo que le decía, pero en mi fiel pensamiento y malicia indígena, supuse que le venían a cobrar dinero. De lo que no sabía si un banco local tenía ese servicio tan organizado, donde se sospecha que la policía y la ley permitían rutinariamente estos episodios día a día.

En términos sigilosos y como a escondidas pude observar que ocurría en ese espacio y en el tiempo en que me había tocado compartir justo cuando terminaba de comer mi chunchuya. El tiempo de aproximadamente 12 minutos creo que para Serafina, fueron una eternidad, mientras ellos también le madrugaban al hambre y se sirvieron cada uno un frito para fortalecer sus viajes oscuros, que tienen fin de sembrar terror en personas pobres, desprovistas de Dios y Ley.

No era primera vez que en Mocoa podía observar estas escenas criminales, de seguro son hechos de un delito que se repetida continuamente, la cruda hipótesis es que la situación es conocida por la sociedad local y las autoridades competentes, toda vez que el miedo se ha apoderado aun de las mismas víctimas y de testigos que buscan desatender la situación, pese a conocer los hechos que se arriman más a la pobreza,  casos que son más comunes en la plaza de mercado y en vendedores informales, en especial mujeres ya que son más vulnerables a estos terroristas que viven  sembrando el miedo a las víctimas.

Cuando el personaje encuentra la tarjeta y habla a Serafina casi al oído, ella de su sencilla caja de pago saca 20 mil pesos y unas monedas, se los pasa a aquel joven de barba y él anota unos garabatos en la ficha de cartulina rosada, observe que cuando intentaba pasar el dinero, a ella de nervios se le cayeron dos veces el billete y las monedas. La señora no podía reducir su miedo, su aliento de vida era pulsado por lo minutos y segundos de un préstamo infestado por el virus del gota a gota, atenuado por el tiempo, por el mismo Estado y la economía mundial.

Ahora mientras masticaba el tiempo y la pasajera lluvia, yo seguía observando en silencio, haciendo una lectura detallada de ese episodio de la señora Serafina, ella estaba descompuesta de la llegada de aquellos hombres, tal vez una lágrima había discurrido de su noble rostro, que reflejaba una amarga tristeza y en un breve instante estos sujetos desaparecieron rumbo a la plaza de mercado del río Sangoyaco. (Rio del lodo). Para ser franco que me angustio tanto que el tortuoso miedo se apodero de mi espíritu.

Puedo decir que la señora Serafina y su familia, no la deben estar pasando de lo mejor, ya que a falta de casa y gallinas, ella es torturada actualmente todos los días por dos personas que se transportan en una moto vieja que contamina el aire con su humo gris. Donde las miradas de los cobradores se enfilan violentamente en su rostro para exigirle su pago, el mensaje del acompañante de la moto, es claro, sino paga, paga de todas formas, hasta que Dios o la Ley se acuerde de las pobres víctimas de la economía, de la politiquería, de la corrupción y de los pobres diablos que asaltan a la luz del miedo, quienes emergen de la oscuridad a espaldas de Dios y la ley.

Febrero 18 de 2019.


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