El primer barco que navegó por el río Amazonas fue dirigido por el explorador y conquistador español Francisco de Orellana, en 1541; acompañado por más de 200 hombres y un clérigo, documentó una aventura de más de dos años por esta región inexplorada.
Su misión enfrentó el hambre, la malaria, la fiebre amarilla y la furia de enigmáticas mujeres guerreras que fueron mitificadas en el viejo mundo como las Amazonas, nombre que después recibió el gran río. De Orellana y su tripulación alcanzaron finalmente su desembocadura en el Atlántico, sin ninguna riqueza. Hasta este punto se dio por finalizada la búsqueda de El Dorado.
Casi cinco siglos han pasado y la terrible fascinación por el oro no desaparece. Hombres mestizos del centro de Colombia extraen este metal del río Caquetá, ubicado en la región amazónica colombiana, seducidos por la promesa de la riqueza inmediata.
Camilo Torres, docente de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas y miembro del grupo de investigación Redes Agro Empresariales y Territorio (RAET), de Utadeo, no es un conquistador como De Orellana, pero también decidió adentrarse a la Amazonía en busca del oro o, al menos, con el objetivo de analizar las implicaciones de su extracción para la comunidad indígena Andoque, originaria del medio Caquetá.
Mediante el trabajo de investigación Minería artesanal de oro en el medio Caquetá y sus efectos en el bienestar de las comunidades rurales, Torres encontró claras afectaciones en la salud, el entorno ambiental, el conocimiento tradicional y la producción agrícola de esta comunidad. Así mismo, pudo observar la relación de estas personas con el bosque que, al parecer, las escucha.
La Amazonía abarca un tercio de toda Suramérica y el 43 por ciento del territorio colombiano. A pesar de que Colombia podría caber cuatro veces en la Amazonía, esta región solo aporta el 1 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB), índice que expresa la capacidad productiva de un país.
Tal vez eso se explica porque “nadie voltea hacia el sur del mapa. Colombia se desarrolla en los núcleos urbanos y en las grandes ciudades, y muchas de estas zonas rurales son subvaloradas a partir de la baja producción”, afirma Torres.
Recientes estudios demuestran que la Amazonía no es un bosque virgen, pues se ha venido modificando desde hace más de diez mil años. Esta transformación, expresada en el desarrollo de modelos agrícolas y la domesticación de plantas, se explica como una interacción y un ensamblaje constante.
“La etnia Andoque -explica Torres- es conocida como la ‘gente de hacha’, porque han sido capaces de tumbar el bosque, domesticarlo y seguir en ese ensamblaje de diplomacia con el medio ambiente; sin embargo, esa interacción entre el bosque, la gente y los entes del bosque se ha fragmentado por la acción de estas actividades de extracción imperativa y descontrolada de recursos naturales”.
En la historia reciente y documentada de la zona del Caquetá se pueden encontrar varios momentos en los que se dio una fuerte modificación del bosque a causa de actividades productivas: en 1890 se dio la extracción de caucho; en la década de 1940, un segundo boom de esta materia prima; en 1960, la fascinación por las pieles; en 1970, el auge de la madera; entre los años 80 y 90, la coca y el narcotráfico y, finalmente, desde 2008 hasta hoy, la extracción de oro.
Estas modificaciones suelen transformar a las personas, sus costumbres y sus procesos productivos, “dejando solo problemas”, explica el investigador.
Particularmente el oro dejó serias dificultades. En su investigación, Torres encontró que personas del interior del país han instalado en el río Caquetá dragas, un planchón con motor que succiona el lecho del río para sacar oro.
Cada draga necesita trabajadores, que terminan siendo hombres de las comunidades rurales, a quienes se les compra el oro que logran sacar a un precio mucho más bajo que el del mercado y, además, se les cobra una cuota por el derecho a trabajar en la draga.
Este tipo de extracción está contaminando el medio ambiente y alterando la salud de las poblaciones aledañas.
Cuando recogen la arena del río, aplican mercurio para separar el oro del estaño. El mercurio es un metal pesado, altamente tóxico, que causa serias afectaciones al organismo y hasta puede generar el Síndrome de Minamata.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cantidad de mercurio tolerable para el cuerpo humano es de una parte por millón (ppm), es decir, un miligramo por litro. En un estudio de la Universidad de Cartagena, el profesor y toxicólogo ambiental Jesús Olivero tomó muestras de cabello de 200 personas, corroborado con muestras de saliva y sangre de personas que habitan esta región de la Amazonía. El resultado reporta una cantidad de mercurio de 17,29 ppm en su cuerpo[i].
Por su parte, en términos sociales se presenta una descomposición del tejido y de la estructura social, con fenómenos como violencia intrafamiliar, alcoholismo y presencia de grupos ilegales.
Los hombres, al trabajar en la draga, han cedido la producción agrícola a las mujeres. Esto hace que ellas deban cultivar, cuidar a los hijos, pescar y asumir actividades productivas distintas a la draga.
A su vez, se ha presentado una inflación en las economías locales, pues dos o tres días de trabajo en la draga dejan una ganancia de un millón de pesos, aproximadamente. Al salir de trabajar, estas personas van a municipios cercanos como Araracuara y Puerto Santander a gastar el dinero en puestos de venta de cerveza y billares, que han pululado con la actividad minera. Allí, una cerveza cuesta hasta 6000 pesos.
“El proceso económico tiene sus distorsiones: inflación, baja producción agrícola y baja salida de estos productos al mercado, lo que genera una disminución de ingresos”, explica el investigador.
A este panorama se suman los actores ilegales, que cobran un peaje por el paso del mercurio y del oro a lo largo del río Yarí, zona que estaba bajo la influencia del frente 63 de las Farc. Ahora, con el proceso de paz, este puede ser un territorio atractivo para bandas criminales que van tras el negocio.
“Ellos ejercen institucionalidad y las funciones del Estado -señala Camilo Torres-, porque allá el Estado colombiano no existe”.
Algunos ancianos andoque han intentado interceder, mediante un diálogo con el bosque. Están generando una diplomacia con los entes de la selva para que escondan el oro y traigan la comida.
El entendimiento del bosque como algo vivo y que escucha hace parte de la forma como la comunidad Andoque percibe el mundo. Para ellos, el bosque y los animales fueron en algún momento personas, entonces se habla con ellos como con la gente.
Ante los hallazgos de su investigación, Torres se pregunta por qué no podemos tener una buena relación con el entorno, por qué no podemos generar extracción de recursos naturales de manera sostenible.
“Nosotros necesitamos seguir extrayendo y contaminando -señala-, pero bajo unas tasas que permitan establecer un equilibrio, que permitan ese gran ensamblaje que se llama planeta Tierra”.
La extracción de oro en el medio Caquetá solo deja riquezas ilusorias, tan ficticias como las expectativas de los conquistadores buscando El Dorado, aquel que siempre estuvo frente a sus ojos y que, tal como nos está pasando a nosotros, jamás pudieron ver.
*Este artículo fue publicado en la revista Expeditio, de la universidad Jorge Tadeo Lozano.
Fuente : ElEspectador