El año pasado me pidieron que redactara un artículo sobre juego y naturaleza para la revista In-Fan-Cia, de la Asociación de Maestros Rosa Sensat y lo primero que me vino a la cabeza es pensar… ¿Por qué la naturaleza es un espacio de juego ideal? Y esa es la pregunta que traté de responder a lo largo de todo el artículo, del que quiero compartir con vosotros algunas reflexiones, porque creo firmemente en la naturaleza como el lugar inherente y propio del juego en la infancia (al final os reseño el artículo original).
Los niños se han convertido en espectadores del mundo y del juego. Algo tan instintivo y necesario como el impulso de jugar se ha visto perjudicado por gran cantidad de juguetes que funcionan con tan solo apretarles un botón. El niño observa como ese material se mueve, habla o hace ruido pero realmente no está jugando. No está interactuando con los materiales, construyendo e imaginando historias; desarrollando sus sentidos y habilidades por medio del juego, sino que está siendo invadido por una gran cantidad de estímulos ante los que únicamente puede permanecer quieto y observar.
Por ello, surge con fuerza la necesidad de reinstaurar el juego libre y no estructurado. Si es en la naturaleza, mejor aún. Los niños tienen que tener la oportunidad de aprender directamente del mundo, de observarlo, de interactuar con él, de experimentarlo con sus manos y todo su cuerpo. No existe, ni existirá, ningún material, dispositivo electrónico ni programa informático que ofrezca a los niños la variedad e idoneidad de estímulos que ofrece la naturaleza.
LOS INSTINTOS DE NATURALEZA Y DE JUEGO
El impulso de jugar en los niños es innato y responde a una necesidad biológica y social. Es a través del juego que aprenden a interactuar con el entorno, a poner en orden lo acontecido durante el día, a ensayar nuevas habilidades…
Pero paralelamente a este instinto de juego los niños tienen un instinto de naturaleza (biofilia): una atracción innata hacia los entornos naturales. Y mediante el juego los más pequeños satisfacen su necesidad de conocer el entorno más cercano y de entrar en contacto con el mundo natural.
Por lo tanto, juego y naturaleza son una díada perfecta y, en realidad, dos caras de la misma moneda. Es a través del juego que exploran el mundo natural y es, a la vez, la naturaleza el mejor marco de juego, no solo porque ofrece variedad de elementos y estímulos que son el soporte perfecto para el juego libre sino porque también satisface esa necesidad de naturaleza que tienen los niños (y probablemente todos los seres humanos).
LA NATURALEZA COMO ESPACIO DE JUEGO
Desde la perspectiva de un niño… lo importante de un espacio es ¿Qué tiene este lugar para jugar? ¿Qué podré hacer en él?
Y ahí, sin duda, la naturaleza gana a cualquier espacio artificialmente preparado para niños. Los espacios exteriores naturales tienen variedad de elementos, texturas y retos que ofrecen, a su vez, pluralidad de experiencias de juego.
PERO… ¿CÓMO ES LA NATURALEZA Y QUÉ SE PUEDE HACER EN ELLA?
La naturaleza es en tonos neutros
Los espacios naturales son en tonos neutros, un marco uniforme en tonos beig, marrones o verdes, de entre los que van destacando destellos de colores en forma de flor, de mariposas, de pajaritos… Es fácil ver a un niño caminando por un sendero de arena y de golpe verle centrar su atención en una pequeña mariquita que ha hallado en el camino. Esto contrasta con los juguetes actuales o los espacios destinados para niños, repletos de colores. Ante tal cantidad de estímulos el niño no sabe dónde centrar la mirada.
La naturaleza es la pedagogía del caracol
En ella todo es lentitud. No se pueden acelerar el crecimiento de una planta, un embarazo o el tiempo que tarda un pájaro en hacer un nido.
Este tiempo de transcurso pausado es el que tiene sentido para un niño, el que es acorde con su desarrollo y con todos los seres humanos. No crecemos de un día para otro, todo tiene un proceso, y hay que reinstaurar esta lentitud en la vida de los niños actuales, que viven estresados en medio de la cultura de la inmediatez y de las prisas.
En la naturaleza hay silencio
En contraste con las tecnologías o los juguetes actuales, repletos de botones que despliegan todo tipo de ruidos, en los espacios naturales hay, sobretodo, silencio. Pero es un silencio que permite abrir los sentidos. El canto de un pajarillo o el zumbido de una mosca invitan al sentido de la oída a abrirse hacía ese susurro. En cambio, los sonidos estridentes y artificiales provocan en los niños el efecto contrario, el cuerpo se cierra para protegerse del ruido.
La naturaleza es muchas otras cosas, es belleza, es capacidad maravillarse y dejarse deslumbrar… Pero sobre todo la naturaleza estimula los sentidos, sin sobre-estimular al niño.
La naturaleza es un tesoro de partes sueltas
Cuando salimos a espacios naturales la magia del juego sucede: un niño empieza a explorar su entorno, encuentra palos que se transforman en espadas, en flechas o con los que construye cabañas. De golpe, en su casita recién estrenada se instala una tienda y el género empieza a llegar: piedrecitas y semillas hacen de frutas y verduras y, a la vez, sirven de monedas de pago.
Todas estas piezas sueltas que ofrece la naturaleza (palos, piedras, hojas, etc.) permiten al niño desarrollar un rico juego simbólico o bien usarlos para hacer creaciones más artísticas, como los mandalas de elementos naturales, por ejemplo.
La naturaleza ofrece variedad de experiencias sensoriales
La naturaleza ofrece elementos sensoriales con los que han jugado todos los niños del mundo a lo largo de la historia. Tocar el agua, mezclarla con tierra, hacer chocolate deshecho con barro, jugar con la arena seca de la playa, deslizándola una y otra vez entre las manos…
Cuando salimos a diario a jugar con los niños en entornos naturales no hace falta tener plastilinas o similares, la naturaleza ya ofrece múltiples texturas para experimentar.
Estructuras rígidas y retos motrices
La naturaleza ofrece también infinidad de estructuras rígidas con las que se puede jugar. Los niños mayores trepan árboles instintivamente, poniendo a prueba sus habilidades motrices, calculando riesgos… Los más pequeños prefieren saltar por troncos caídos, como si hicieran una cursa de obstáculos o bien imaginar que esos troncos son coches, camiones…
CONCLUSIONES
Todas estas características permiten que en la naturaleza se desplieguen pluralidad de juegos, desde experiencias sensoriales, hasta el juego simbólico, pasando por las actividades más motrices. Y ninguno de los materiales que ofrece indican a qué o cómo jugar, permitiendo que sea el niño quién lo decida a cada instante, según sus necesidades y deseos internos.
Este hecho tan importante, que sea el niño quién despliegue el juego de forma libre según sus propias motivaciones, junto con todos los beneficios adicionales que conlleva estar en ambientes naturales (relajación, actividad física, mejora de las relaciones, etc.) convierten a la naturaleza en el marco de juego ideal para los niños.
Así que vale la pena salir más a menudo al campo con los pequeños y naturalizar al máximo los espacios exteriores de las escuelas y los parques urbanos, con el fin de que todos los niños puedan disfrutar de las ventajas que tiene crecer en espacios al aire libre y en la naturaleza.
Este artículo es un fragmento del publicado originalmente en la revista In-fan-cia, de la Asociación de Maestros Rosa Sensat, en su edición en español, número 161. Si os interesa leer el artículo completo o muchos otros interesantes que se publican os recomiendo suscribiros o consultar algunos de ellos disponibles en su web.
Fuente : Tierraenlasmanos