Antes de relatar mi historia, me gustaría decirle a mi esposa: “era tu sonrisa viéndome mientras caminaba al encuentro con la desolación, una mirada con sonido de gaitas proscritas, un sonido tan triste que al levantar mi cámara fotográfica, los compases retumbaban en mi mente y creaban una sinfonía que se mezclaba con todo el sufrimiento de las personas, se mezclaba con la valentía de aquellos que retenían sus lágrimas para poder seguir respirando y salvar lo insalvable….estaba presenciando la muerte en vida…y mi único consuelo era tu sonrisa y la de mis hijas.”
El tiempo pasaba con un nuevo ritmo, lo observa mientras transcurría, todo era lento, como si las leyes de la física y el espacio no me afectaran. Me observaban cargando mi cámara fotográfica y pensaban que era una carga innecesaria, para mí era regresar a mi niñez, mi juventud, era una cuestión de creencia, tenía que contribuir a sostener la memoria histórica de la tragedia, aunque eso representara que los demás opinasen lo contrario, que perdía mi tiempo; desde mi infancia amo la fotografía y comprendí que las pruebas son imágenes, es difícil creer lo no vivido; esa es mi misión: – ayudar a quienes no logran entender el valor de los retratos.
En una ciudad caótica, con vías y puentes devastados, cada Policía o brigadista de rescate, debía volver una y otra vez del punto donde encontraba victimas hasta las instalaciones de sanidad de la Policía o hasta el hospital José María Hernández, ambos puntos colapsados con heridos, damnificados y muertos… todos corrían, gritaban einexplicablemente en medio de ese caos, observe al señor Capitán Pablo Ocampo llorar, eso me impacto mucho, ver a una persona tan fuerte quebrarse es algo sobrecogedor, durante esos segundos mientras sus lágrimas resbalaban por su cara llena de barro y sudor, sus palabras seguían los principios básicos de la verdadera vocación: – servir a los demás, ser un soldado de Dios y ayudar sin desfallecer. Pensaba, debo tomar una fotografía más, una más, me retiraría a descansar cuando tuviese la última fotografía…algo inexistente, siempre había algo más, alguien más, la situación nos había convertido en tropas de una guerra contra el sufrimiento y nuestras armas eran las manos, la mirada, las palabras, debíamos cortar las alas de la muerte y liberar de sus garras las vidas que más pudiésemos.
Recuerdo que la última oración que eleve al altísimo lo había hecho en mi casa y automáticamente llegó a mi mente imágenes de mis hijas y mi esposa, entonces tome nuevamente contacto con la realidad, “- estábamos tras el rescate del Patrullero Gerardo Cuao”. Caminamos sobre un montículo gigantesco de escombros, en una noche muy oscura, en mi cabeza seguían sonando gaitas, seguían sonando notas de melodías que se conjugaban con la desesperación que sentíamos cuando al encontrar nuestro compañero, no podíamos liberarlo de hierros retorcidos del vehículo policial en que se encontraba atrapado.
Tras cuatro horas infernales y aun bajo la negrura helada de la madrugada, logramos librar a Cuao. Pero no hubo tiempo de celebrarlo, había mucho que hacer, así que me dirigí al edificio de la policía, para hacer un nuevo reporte por la emisora, “yo era el enlace directo entre los medios de comunicación nacional e internacional, RCN, CARACOL, CNN y los medios de la institución”. Le decía a la comunidad que ya se había instalado un PMU ósea un puesto de mando unificado, les comunicaba sobre la situación, lo más difícil era hacerles entender que la emergencia era tan grande que se hacía necesario que cada persona colaborara con lo que pudiese a sus vecinos, amigos, familiares, para poder concentrar las fuerzas policiales y de los demás organismos en la actividad de búsqueda y rescate. Seguía registrando con mi cámara fotográfica la inmortalización de la tragedia, cada imagen siempre tan desgarradora como la anterior; encontré en ellas un pasaje bíblico sobre un manto de destrucción y desconsuelo, también lo registré y recordé las palabras que satíricamente un amigo decía: “las imágenes despiertan, las letras adormecen” no entendía su afirmación, era hora de preguntarle.
En la madrugada, salí de la emisora y me dirigí a la terraza de la edificación policial y al poder observar aún desde ese quinto piso la inmensidad del cataclismo, lloré, el pueblo que le tengo mucho amor y cariño, donde hace doce años he trabajado, estaba semi destruido por la furia del agua, fue un momento muy triste, sentí impotencia, nostalgia; llorando, tomé mi cámara fotográfica y no pude enfocar nada, mis lágrimas tan abundantes como las de los demás mocoanos, impidieron hacerlo, las enjugue y caminando a toda prisa como si huyese de una nueva avenida torrencial, me dirigí hacia el barrio San Miguel y me encontré con un escenario de no creer, había tanta destrucción, tanto sufrimiento que es imposible en palabras o imágenes poder dimensionarlo. Mirando el suelo esparcido de miles de restos de las pertenencias de las casas destruidas, encontré una biblia llena de barro pero intacta, entonces comprendí las palabras de mi amigo, “el apocalipsis está cerca, despertemos nuevamente nuestra vida a Dios”.
Fueron largas horas de incertidumbre, hambre, frió y angustias…no es fácil consolar un compañero cuando ha sostenido a un niño en sus brazos y ver como lo abandona la vida, es muy aterrador y aún más cuando ese compañero es un enfermero que no tiene lapso a lamentaciones, su tiempo es valioso y tiene que continuar, hacer un nudo a sus sentimientos para seguir arrebatándole vidas a la muerte, llorar para sus adentros y fingir ser inmune para que sus pacientes adquieran también voluntad de hierro. Esos momentos no se pueden registrar ni en letras como tampoco en imágenes, se conservaran para siempre en la memoria del Patrullero Iván Palacios enfermero de nuestra institución, es lo más doloroso que he contado en mi existencia.
Sentado al borde de mi cama, dispuesto a descansar después de muchísimas horas de trabajo, oré y pedí a Dios bendiciones para todos. Mi voluntad continuaba intacta pero mi cuerpo se negaba a seguir, estaba exhausto. Abrace a mis hijas, bese sus tiernas mejillas y al darle las buenas noches a mi esposa, caí fulminantemente en un profundo sueño. Pero por esas cosa que uno no entiende, mi mente seguía deambulando por todos los lugares en que había estado, seguía trabajando en mis sueños, los gritos de auxilio me llevaban de un lado a otro; la angustia hizo que me despertara y nuevamente no pudiera contener mis lágrimas, la imagen de un bebe de tan solo año y medio, desnudo y sin vida, me seguía persiguiendo y ese instante me hacía sentir como si hubiese sido una de mis hijas. Pasados treinta días desde la noche de la tragedia, me anime escribir mis vivencias con un solo propósito: acompañar mis fotografías con letras de eternidad.
Autor: Intendente JESUS ERNESTO ANACONA DELGADO
Fotografías: Patrullero OSCAR ANDRES SUAREZ GUZMAN
30 de junio de 2017