Doña Flor era apenas una adolescente de 12 años cuando una avalancha sin precedentes arrasó con la vereda Junín y sectores aledaños, era la navidad de 1960, para ser más exactos el 10 de diciembre, tres días después de las velitas.
Ella y su familia vivían del otro lado del río Mocoa, en una pequeña finca donde cultivaban alimentos para su sostenimiento y para vender en el pueblo los fines de semana.
-Era muy raro –dijo, jamás había visto el cielo así.
-Pero lo ha vuelto a ver así desde esa época –le pregunté?
-Nunca –respondió, pero escuché que alguien miró que el cielo se había enrojecido nuevamente, fue justo el día de la avalancha.
-Eso si es muy curioso –le dije, porque a mí también me dijeron lo mismo, fue un sobreviviente del barrio san Miguel, el me aseguró que vio un manto marrón encima de la montaña, en ese momento no le puse atención pero ahora que usted lo menciona me queda la intriga.
-La avalancha de aquel entonces sucedió en horas de la tarde –dijo ella, por eso todos en mi casa miramos el cielo de ese color, ese día no llovió, recuerdo tanto que mi papá nos llamaba desde un potrero cercano a la casa desde donde se miraba el río Mocoa, él nos gritaba “Vengan a ver”, todos salieron corriendo, yo me encontraba planchando y para poder salir, me coloqué un pañolón de mi mamá en la cabeza y fui la última en salir.
-Y qué fue lo que vio –volví a preguntar.
-Ya no alcancé a ver nada –dijo doña Flor, me demoré un poco en llegar, pero mi padre nos contaba que el río bajaba como una colada, el agua se había convertido en barro espeso y el olor era muy fuerte, recuerdo tanto que mi mamá no estaba por ningún lado, hasta que la vimos llegar con unos pescados en la mano, ella se había ido un poco más abajo donde había un charco que formaba el río y había cogido como cinco pescados, uno de ellos era grande.
-Pero ustedes sabían que había habido una avalancha? –pregunté emocionado e intrigado con su historia.
-No sabíamos nada –dijo, tan solo al otro día que salimos al pueblo nos enteramos, era domingo de mercado y mi papa siempre nos llevaba con él.
-Cómo estaba la gente, que decían por lo sucedido –pregunté?
-Todos comentaban lo mismo, se escuchaba que la avalancha se había arrastrado cerdos y varias cabezas de ganado, en ese sector habían fincas grandes de las cuales solo quedaban rocas esparcidas por todos lados, en ese tiempo no habían casas y en el barrio el progreso quedaba un lavadero y un kiosco una garrapaticida o algo así, la verdad no recuerdo muy bien.
Yo me quedé sin entender que era una garrapaticida, tal vez sea un término que doña Flor relacionó con el verdadero nombre que no recordaba pero lo cierto es que la información suministrada era muy interesante para mis investigaciones.
Hay muchos relatos algunos de ellos serán falsos o inventivas de la gente para darle misterio a lo sucedió, pero relacionando lo que me contó doña Flor, con otro relato de un campesino me he visto motivado para seguir adelante en la investigación, el campesino es un habitante de la vereda San Antonio, el asegura que miró desde días antes de la avalancha que salían borbollones de agua del pié de la montaña.
-Parecía que el agua hervía desde el fondo de la tierra –dijo el campesino con vos firme y segura.
Tampoco le puse mucha atención hasta que escuché mencionar varios comentarios que hacía referencia a un volcán interno entre el pie de la montaña y el cauce del río.
Lo que el padre de doña Flor observó en ese entonces, duró aproximadamente veinte minutos, mientras la avalancha hacía su descarga de lodo, geográficamente coincide que fue la quebrada el conejo, cabe resaltar que la quebrada la Taruca se represó sobre la ciudad de Mocoa, mientras que el conejo desembocó con una enorme avalancha sobre el río Mocoa en esta ocasión, tal como pasó hace cincuenta y siete años.
Hoy en la mañana fui hasta el barrio Junín, con mucho esfuerzo logré trepar a la cima de una roca de casi tres metros de altura y unos cinco de ancho, toneladas de peso arrastradas desde lo alto de la montaña, en silencio uno se pregunta qué fuerza actuó para que tanto peso se desplace kilómetros de distancia, cualquier teoría es válida mientras no se conozca la verdad, tal vez nunca la conozcamos, tal vez nuestros gobiernos no tienen la tecnología ni el conocimiento necesario para hacerlo, o quizá ya lo saben y no les conviene crear pánico, lo único cierto es que si toda la información que existía se hubiese socializado con la gente, muchos de ellos no hubieran construido sus humildes viviendas en esos sectores, incluso cientos de vidas se hubieran salvado.
La naturaleza guarda sus secretos y por ahora no lo sabremos, solo queda esperar como siempre se ha hecho, las investigaciones oficiales avanzan lentamente, tenemos que entenderlo, hay protocolo para todo, mientras tanto nos conformaremos con teorías y relatos históricos para hacernos nuestra propia idea de lo sucedido, yo seguiré investigando y recopilando relatos, todo se incluirá en el libro como un precedente que quedará en la historia y en la memoria de lo Mocoanos..
Redacción: Leonel Morales Fuentes: Flor Maria Ramos - Piedad Elvira Villarruel Fotografía: Leonel Morales