¡Dios! ¿qué te hiciste? Podría preguntarse uno tras la avalancha que acabó con la vida de más de 300 compatriotas. Y de hecho un artículo publicado en el portal “Las dos Orillas” que tuvo una gran cantidad de visitas, puso en cuestión la existencia de Dios ante tragedias como esta.
Y es difícil responder – y responderse – esa pregunta cuando ocurren hechos que dejan tanto dolor a su paso.
Sabemos que la tragedia de Mocoa no llegó por generación espontánea. La tala indiscriminada de árboles, la erosión, el cultivo de cocaína y la construcción de viviendas a la orilla del río han sido algunas de las causas de esta avalancha que, como han señalado tantos medios, era predecible (y lo peor, hay más de 500 municipios con amenazas similares en Colombia).
Dios nos da unos recursos y el don de la libertad para usarlos. El egoísmo, la irresponsabilidad y la pasividad ante una alerta como la que había en Putumayo traen consecuencias graves no solo sobre la propia vida sino también sobre la de personas que no tienen nada que ver. Así es el misterio del mal y del uso egoísta de los bienes.
Y volviendo a la pregunta sobre dónde está Dios, tras diez días de ocurrida esta tragedia, puedo decir que lo he visto en las imágenes de los operativos de rescate, en la solidaridad de tantos putumayenses de compartir lo poco que les queda entre los damnificados. Dios se hace presente en un país tan dividido y polarizado como Colombia que ha sido capaz de unirse en reacciones prontas y acciones solidarias. Lo he visto en las generosas donaciones de tantas personas y empresas. En héroes como Desiderio Ospina, el agente de la policía que perdió la vida al intentar salvar a una niña de 12 años. Lo vi en el voluntario de la Defensa Civil Jesús Diago, quien no pudo con la fuerza del río y murió abrazando al niño que quiso rescatar. Lo vi en el pequeño Juan David, quien con solo 12 años le salvó la vida a su madre mientras estaban a punto de ser arrastrados por la feroz avalancha. Ninguno de los dos se explica de dónde sacó la fuerza para tomarla de la mano y sacarla del lodo. “¡Gracias a Dios por tener este hijo!”, decía llorando María Rodríguez a Noticias RCN mientras abrazaba a su pequeño.
Dios ha estado presente en la reacción pronta de tantos héroes silenciosos que en medio de las agresivas corrientes de agua no lo piensan dos veces en arriesgar su vida para salvar otra.
Está presente en tantas personas que se olvidan de sí, que entregan su tiempo – y duermen solo un par de horas – y sus recursos para volcarse hacia los miles de damnificados. He visto la presencia de Dios en esa fe sencilla pero inquebrantable de tantos putumayenses que ni siquiera las aguas feroces se pudieron llevar. En la fortaleza y el consuelo de tantas personas que hoy en medio de una ciudad convertida en escombros nos dan una tremenda lección de esperanza y hermandad.
Carmen Elena Villa Betancourt
http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/dios-en-mocoa-DA6310511