En un acto que debemos destacar y alentar, las asambleas departamentales de Nariño y el Putumayo sesionaron en la capital nariñense conjuntamente, como hacía décadas que no lo hacían.
El gran motivo que las llevó a esta instancia fue la preocupación creciente que se ha venido ventilando sobre el riesgo que se cierne sobre las obras de construcción de la variante San Francisco-Mocoa, las que quedarían paralizadas a partir del próximo año por falta de presupuesto y con tan solo 17.5 kilómetros abiertos a nivel de subrasante, faltando 26 kilómetros por abrir y pavimentar.
Esta realidad la venimos conociendo desde que la Cámara de Comercio de Pasto desarrolló visitas de campo a través del comité de veeduría, organismo que expuso la preocupante conclusión ante el Concejo de Pasto y posteriormente ante la Asamblea departamental.
Luego de ello, con el compromiso de la mesa directiva de la duma se gestó esta sesión conjunta que con seguridad se repetirá en algunas semanas en la capital putumayense.
El significado de lo sucedido no puede pasar desapercibido sino que debe dársele toda la relevancia. Se trata de un primer gran paso hacia lo que debe ser la cristalización de la integración que siempre hemos reclamado de dos regiones que comparten una misma cultura, unos mismos ancestros, que la una es para la otra una despensa de alimentos y un mercado, por lo que requieren estar comunicadas con una vía que les garantice seguridad y un recorrido en el menor tiempo posible.
Fue muy diciente y placentero haber visto en el recinto de nuestra Asamblea, cómo se entreveraron los diputados nariñenses y putumayenses y cómo unos y otros respaldaron sus opiniones y visiones sobre qué tenemos que hacer para lograr que el Gobierno nacional tome las decisiones oportunas que garanticen la consecución de los recursos que necesitamos para hacer realidad la variante.
Pero no fue solamente eso. A falta de los concejales de Pasto que hubiéramos querido ver en ese recinto, estuvieron los del Valle de Sibundoy y alcaldes de esa región. También hubiera sido positivo tener la presencia de la dirigencia gremial, de los empresarios, pues el gran impacto que va a tener la construcción de la variante es económico y serán quienes hacen empresa los primeros beneficiados con la obra.
Y, poco tiempo más allá, el objetivo es que se sumen los parlamentarios de ambas regiones para conformar un bloque de voluntades que trabaje unido por el progreso de los dos departamentos.
Incluso, el entusiasmo que se ha despertado, hace visualizar una sesión conjunta a futuro de las asambleas de seis departamentos, pues a Nariño y el Putumayo se unirían Amazonas, Huila, Caquetá y el Cauca, zonas que comparten sueños similares.
Por lo pronto, la primera lucha se está enfocando hacia la consecución de los 1.8 billones de pesos que, según los cálculos existentes, se necesitan para terminar la apertura y posterior pavimentación de la variante la cual, de ser ejecutada como está el nuevo diseño, será una vía de muy buenas especificaciones, cómoda para transportadores y viajeros y un espectáculo para la vista, pues estará salpicada de viaductos y túneles que contribuirán a reducir en alto grado el impacto ambiental sobre la reserva natural que atraviesa la vía.
El Gobierno del presidente Juan Manuel Santos no puede borrar con el codo lo que bien ha hecho con la mano, al asignar los primeros recursos para iniciar la obra (401 mil millones de pesos) para después dejarla abandonada por falta de recursos.
Eso sería, como ya lo advirtió la Contraloría General de la Nación, causar un detrimento al patrimonio público, pues la selva inmediatamente empezaría a tapar y destruir lo ya construido.
De todas maneras, esta preocupación nos ha dejado algo bueno: la voluntad de la dirigencia de nariñenses y putumayenses de trabajar juntos no solamente por esta carretera sino por todos los proyectos que los dos departamentos necesitan para mejorar su competitividad y su nivel social.
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