Publimayo
«Un manantial, por transparente que sea,
no puede dejar de arrastrar fango y limo
al convertirse en río.»
Maurice Druon
Las acusaciones son lastimeras más no certeras. Fray Gaspar Monconill se aprestaba a la batalla, las cristiandad era su estandarte y las letras su alabarda.
El aroma de la segunda república liberal ya los deleitaba cuando los acontecimientos narrados por aquel fraile ocurrían en estas tierras. Acontecimientos importantes, pero controversias imperecederas. En 21 páginas, tituladas » Breve reseña de la obra de los misioneros capuchinos en el Caquetá y el Putumayo, durante los años de 1906-1933″ (obra posiblemente publicada en 1933 y de la que conserva una copia la biblioteca municipal de Sibundoy- Putumayo), este misionero desarrolla una descripción y una defensa. Al estadista le interesará, por obvias razones, la primera parte. Pero , a decir verdad, la historia y los debates yacen en la defensa de las misiones, en las acusaciones de esclavitud, de ánimo de lucro, matrimonios arreglados, hurto de infantes y hasta, qué más decir, la cobardía en la batalla.
Entre las hojas que poco a poco van a su amarilla muerte se encuentran la pericia y el detalle, 28 referencia bibliográficas en 21 páginas de escritura dan ciertos indicios. Por sus hojas surcan nombres eminentes, ahí está Rafael reyes y sus expediciones, Hardenburg y «The Putumayo, the devil´s paradaise», las cartas a Zaldúa y hasta telegramas de Olaya Herrera. En estas páginas que el olvido se llevó, Fray Gaspar recuerda la demografía, infraestructura, etnografía, educación y, cómo no, la lingüística del Putumayo.
Nadie pudo discutir la valentía de un legionario, ¿alguien lo hará con la de un misionero? Él responderá con el barro hasta las rodillas en bosques impenetrables, o tal vez mientras duerme en cavernas deshabitadas buscando cumplir su deber. Ese deber, que muchos solo creen sagrado, pero que también aparece político, llevó a estos misioneros a traer la filosofía (en 1906 existía enseñanza de la filosofía escolástica en el Putumayo), la lengua madre, las letras y, en fin, la cultura. Esta tarea fue y es, hasta el día de hoy, reprobada por muchos, lamentada por otros tantos, pero por pocos celebrada y reconocida en su valía. Tal vez los deseos que expresa Fray Gaspar Monconill, en las palabras que siguen, resultaron, tan solo, para su disfrute estético:
«Dejamos así terminado este trabajo. Quiera Dios N. Sr. que sea de alguna utilidad para llevar al convencimiento a quien lo lea de que si la obra de los misioneros no es perfecta, cuando menos hacen todo lo que humanamente pueden para cumplir con el deber que se les ha impuesto de servir fielmente a la Iglesia y a Colombia.»
Post Scriptum: Algunos reprocharan su lenguaje, no por la suciedad o la falta de ritmo en su prosa, sino por su dureza. Aquellos con almas anacrónicamente susceptibles sentirán estupor al leer apelativos de esa época. Pero, ¿acaso cuando les pidan un «Atlas» pensarán en el hijo de Jápeto y Clímene? El tiempo y el lenguaje van de la mano.
Evatlo.
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