Qué es ser putumayense?

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Guillermo Rivera
Guillermo Rivera

Guillermo Rivera Flórez

Por estos días, en los que disfruto de mis vacaciones, he tenido tiempo de observar las publicaciones que los cibernautas hacen en las redes sociales. Me ha llamado la atención la encendida polémica que se ha desatado en mi tierra por la decisión de una corporación pública en la elección del titular de un organismo de control que recayó sobre un ciudadano proveniente de la ciudad de Cúcuta. Sí con esta introducción los lectores se están haciendo ilusiones con que a continuación arrojaré alguna opinión al respecto lamento desilusionarlos porque me abstendré de hacerlo dado que lo que me suscita curiosidad no es el hecho mismo de la decisión de marras y menos esa suerte de juzgamiento que allá(en mi tierra) se acostumbra frente a cada hecho, en los que dicho sea de paso se profieren condenas drásticas que suelen sintetizarse en un “nunca más los apoyaremos”, “que vayan a buscar apoyo a Santander, Nariño, etc”, y que además no se cumplen porque normalmente se olvidan en el momento mismo en que un nuevo hecho de esa, o parecida naturaleza, precipita una nueva polémica, que suele ser en semanas o máximo meses.

Lo que realmente me suscita curiosidad es saber o comprender lo que cada cibernauta, que hace comentarios y lanza juicios, entiende por ser Putumayense. Que es lo que tanto defienden cuando reclaman que se desconoció a los Putumayenses?, o cuando con exaltación reclaman que se debe tener sentido de pertenencia?, etc, etc. Alguien diría, con razón, que Putumayense es quien nació en el Putumayo, otros dirían que también lo es quien no nació pero está instalado en esta tierra y tiene su proyecto de vida en la misma, y también tienen razón.  Pero mi pregunta va más allá y busca indagar en que es lo que nos identifica, que es lo que nos une, que es lo que nos hace distintos a otros, cual es, colectivamente entendido, el ser Putumayense.

Esta pregunta me recordó un ensayo que leí cuando aún era estudiante y que me generó muchas inquietudes. Lo releí hoy y quisiera compartir con ustedes algunos de sus apartes más interesantes: El titulo del ensayo es la “la esfinge del ladino”, escrito por Gabriel Restrepo por allá en la primera mitad de la década de los 90 y en uno de sus párrafos trae a colación un cuento de Jorge Luis Borges cuyo nombre es “Ulrika” y en su contenido se presenta  un diálogo entre el autor y una mujer Noruega. Ella, en un momento determinado del cuento, le pregunta a él: “que es ser Colombiano?” y la respuesta de él es: “No sé, es un acto de fe”. A partir de esta respuesta, Gabriel Restrepo, el autor del ensayo del que hago referencia, arriesga interpretaciones acerca de lo que Borges pretendió decir cuando señaló que ser Colombiano es un acto de fe: “Ser Colombiano es un no saber”, “la fe existe porque el no saber se denuncia”. Nuestra tradición católica nos ha enseñado que la fe es lo inexplicable, lo que escapa a la razón y quizás lo que Restrepo intenta decirnos parafraseando a Borges es que aún no tenemos, como colombianos un consenso en torno a un proyecto de sociedad, y yo agregaría tristemente que ni siquiera dejar atrás la violencia, que debería ser un proyecto ético que nos congregara, es aún un referente para nuestra sociedad en su conjunto en pleno siglo 21.


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También en la década de los 90, en una clase de ciencia política en el Instituto de altos estudios para el desarrollo, un profesor cuyo nombre no recuerdo, a propósito de las diferencias entre los Países Sur Americanos, sostuvo que la actitud colectiva de grandeza, en todos los sentidos, que exhibían para ese entonces Brasil y Argentina, se debía en el caso del primero a un imaginario derivado de la presencia del imperio portugués en territorio brasileño a partir de la invasión de las tropas de Napoleón a Portugal, lo que hizo que Brasil no fuese desde finales del siglo 18 una colonia sino un imperio; y en el caso de Argentina a que su población era la consecuencia de migraciones Europeas(Italianos y Españoles, fundamentalmente), quienes llegaron hasta allá huyendo de las guerras civiles de su países pero con la idea de trasladar a ese territorio el proyecto de nación que habían abandonado.

Lo que aquel profesor del instituto de altos estudios para el desarrollo intentó explicarnos es que el ser colectivo de una nación tiene unas profundas raíces históricas, sociológicas y culturales. A mi modo de ver, ese proyecto de nación en Colombia está aún en proceso de construcción pero el mismo requiere de la suma de los proyectos colectivos de nuestras diversidades territoriales. En otras palabras, el reto de las regiones, departamentos por ejemplo, es dibujar ese paradigma de sociedad hacia el cual conducir  esfuerzos comunes.

Es probable que hoy sí existan en Colombia sujetos colectivos que coincidan con jurisdicciones territoriales. Solemos pensar que Antioquia es un ejemplo y que este departamento y sus gentes han alcanzado unos objetivos comunes que los identifican y los impulsan a trabajar por alcanzarlos. Hace un mes volé en un helicóptero desde Medellín a Segovia por cerca de una hora y desde el aire solo divisé montañas tras montañas llenas de pequeños y grandes poblados lo que me condujo a pensar, durante el vuelo, que a lo mejor esa adversidad geográfica para el desarrollo les habría forjado ese carácter osado (echado para adelante dirían algunos) y esa idea común a ellos de sentirse capaces de enfrentar todos los retos que se les ponen por delante.  En Cundinamarca, un departamento que tuve la oportunidad de conocer, es posible identificar sujeto colectivo a nivel de sus provincias, lo cual tiene una explicación sociológica dado que las mismas no son el resultado del ordenamiento político formal sino de la dinámica social de toda nuestra historia republicana. Podríamos encontrar más ejemplos en Colombia pero hacerlo me obligaría a extenderme y probablemente aburriría a mis amables lectores.

Volvamos entonces a nuestro Putumayo. Cuál es nuestro proyecto de sociedad? Cuáles son los valores que nos identifican y cuáles son los objetivos comunes que queremos alcanzar? Estas preguntas no son menores y no dependen solamente de quienes tienen responsabilidades en las Instituciones del Estado.


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No podemos olvidar nuestra historia, es preciso aprender de ella en lugar de juzgarla. Además de quienes originalmente habitaron nuestro territorio, a partir de las misiones católicas y las migraciones nariñenses (de finales del siglo 19 y todo el siglo 20) se delinearon nuestros valores y tradiciones, sin embargo nuestra geografía no es la de Nariño, menores y más diversas migraciones que la nariñense se han presentado durante este siglo, la fe católica ya no es la única que se practica, nuestra actual constitución es laica, nuestros indígenas han empezado a resaltar su cosmovisión que con justicia defienden amparados en sus derechos constitucionales, el mundo es hoy globalizado e interdependiente y nuestros recursos naturales son un patrimonio universal.

Esta mezcla de realidades debería encontrar un proyecto común como organización social y es un deber ciudadano buscarlo. Cómo? A mi juicio mediante un diálogo entre todos los actores sociales, étnicos, económicos y políticos de la región, sin exclusión de ninguna naturaleza. Un proyecto de esta envergadura supera un plan de desarrollo de un periodo gubernamental y es mucho más ambicioso e integral.

La asociación de Rectores ha venido insistiendo en un modelo educativo para el Putumayo para construir ese sujeto colectivo Putumayense en las próximas generaciones. Esta idea tiene un inmenso valor pero tengo la impresión de que ha pasado desapercibida o no ha despertado el interés de otros actores sociales y de los dirigentes políticos.

La mesa de organizaciones sociales ha planteado una idea de un plan de desarrollo andino amazónico con una perspectiva de tiempo que alcanza hasta el año 2030(esta temporalidad en un plan en Putumayo es toda una novedad) y aunque es una iniciativa valiosa por ahora es solo de ellos y el Putumayo tiene otras organizaciones y otras visiones que merecen ser consultadas.

Organizaciones como las mujeres tejedoras de vida trabajan incansablemente por la vigencia del respeto de los derechos que les asisten a las mujeres del Putumayo y han sido reconocidas en instancias nacionales e internacionales pero tristemente no en el nivel regional.

El Putumayo ha vivido un intenso proceso de urbanización en los últimos años, varios de nuestros otrora pequeños poblados hoy son incipientes ciudades pero caóticas y nuestra visión del desarrollo pareciera ser exclusivamente rural. No existe aún una dimensión urbana del desarrollo y estamos en mora de proyectar ciudades amazónicas respetuosas de los recursos naturales, en especial de las fuentes hídricas.

La proximidad del acuerdo que le pondrá fin al conflicto es una oportunidad para repensarnos como sociedad y el País junto con sectores muy importantes de la comunidad internacional pondrán sus ojos en las regiones en las que se vivirá el tránsito de la guerra a la paz, pero mucho cuidado, varias regiones competirán por lograr atención prioritaria y sí el Putumayo no se prepara para ello podría quedar relegado.

Nuestros recursos naturales son nuestro mayor activo pero su aprovechamiento sostenible también debería ser el resultado de un gran consenso. El aprovechamiento forestal y el ecoturismo, por citar solo dos ejemplos, son objeto de iniciativas aisladas y dispersas no suficientemente apoyadas ni valoradas en la propia región. Es preciso tener presente que los precios del petróleo y otras materias primas han caído estrepitosamente en los mercados internacionales, por lo tanto no se prevé una expansión de los proyectos de exploración y explotación, lo cual abre espacio para otras actividades económicas que implican menos riesgo para nuestro ecosistema.

En fin, son muchos los asuntos que requieren ser objeto de un consenso social para encaminar esfuerzos comunes en el propósito de alcanzarlos. Cuál sería el vehículo para lograr ese gran consenso social?

En algunos departamentos se han desarrollados procesos denominados constituyentes que obviamente no tienen el sentido jurídico formal previsto en la constitución de 1991 pero  que han recibido esa denominación por la idea de instituir un gran consenso político y social de un determinado territorio. En todo caso, esas constituyentes son procesos deliberativos que ayudan a fortalecer el tejido social y los valores democráticos.

Lo anterior requiere de un lado voluntad de los dirigentes políticos (tanto los que están al interior de las instituciones como de aquellos que no) y sociales pero además necesita de una actitud de apertura y pluralismo. Lo primero es fundamental porque sí se logra un gran consenso es necesario que de él participen todas las fuerzas políticas para que en los normales cambios de gobierno no se desconozcan los objetivos gruesos de la comunidad regional y la actitud de apertura y de pluralismo es fundamental para que superemos ese estado de polarización, de vindicta permanente, de apostar porque al otro le vaya mal para poder remplazarlo. Esa actitud que no construye y que solo busca agredir, guardadas las proporciones, nos asemeja a la “patria boba” post 20 de julio de 1810.

En la España post franquista, las principales fuerzas políticas españolas lograron un gran consenso que se conoció bajo el nombre de los pactos de la Moncloa y que se refirió, sí la memoria no me traiciona, a tres temas básicos: el ingreso de España a la unión europea, la defensa del régimen de las comunidades autónomas hoy vigente y el régimen democrático alcanzado con posterioridad a la dictadura. Ese consenso les permitió entre los años 80s y 90s un crecimiento económico sostenido y un sistema de bienestar social muy importante.

En los Estados Unidos la política exterior es bipartidista, desde luego con énfasis distintos dependiendo sí demócratas o republicanos están en el poder, pero la esencia de esa política es fruto del consenso de los dos partidos, al menos así ha ocurrido hasta ahora.

Traigo a colación este par de ejemplos para reivindicar las posibilidades políticas de construir un autentico consenso regional que nos dibuje un horizonte como sociedad y que permita llenar de contenido el ser putumayense, o en otras palabras que cuando usemos la frase “sentido de pertenencia” tengamos claro a que pertenencia nos referimos o a que pertenecemos.

Finalmente, como conozco la polarización y la pugnacidad con que se desarrolla la vida pública en mi tierra, no necesito ser adivino para imaginar que muchos de quienes comentarán este escrito me plantearán toda suerte de reclamos por lo que hice o deje de hacer cuando fui representante a la cámara. A ellos les anticipo una respuesta: mi condición de servidor público me obliga a respetar todas las opiniones sobre mi desempeño, incluidas las descorteces, pero a mí también me asiste el derecho de opinar y creo que a quienes realmente les interesa la región se les nota por su estilo respetuoso, informado y constructivo.


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