Mirando detenidamente un mapa gigante de Colombia con raído fondo de tabloide, patrocinado por la milimétrica precisión geográfica de Agustín Codazzi, que descansaba colgado de dos enclenques puntillas en una sala oficinista cualquiera, tuve una de esas revelaciones que suelen demostrarnos con contundentes golpes a la quijada la inmensidad de nuestra ignorancia. Y allí estaban, invisibles en medio de su propia grandeza, Arauca, Casanare, Vichada, Meta, Guainía, Guaviare, Vaupés, Caquetá, Putumayo y Amazonas, 10 departamentos que ocupan más del 50% del interior de nuestras fronteras, pero de cuya existencia los otros 22 no se dan por enterados.
Fue entonces cuando en silencio y con vergonzosa honestidad tuve que confesar para mis adentros que no sabía nada de aquellos gigantes anónimos. Para ser sincero, sus capitales no me evocaban información alguna, ni me traían a la mente una sola imagen certera de cómo debía lucir su cotidianidad. Es como si la cordillera oriental en una mala pasada de la providencia hubiese decidido partir a Colombia en dos, una la industrial, la avanzada, la de la gente de bien, y otra, la abandonada, la selvática, la de los caseríos que sentimos ajenos porque no fabrican cantantes ni futbolistas y solo importan para la prensa cuando un petardo hace volar en astillas su estación de policía de papel maché.
¿Cómo puede un país ser competitivo cuando la mitad de su territorio está sumergido en sombras de olvido? Kilómetros y kilómetros de tierra productiva desperdiciada por la indiferencia de todos los gobiernos de la historia y una guerra casi centenaria donde solo crece la desilusión. Una vez que la paz, o el equivalente que se esté gestando en La Habana, se firme, valdría la pena voltear la mirada a esta amplia minoría de remotos departamentos, sentidos desde siempre como apéndices sin utilidad por la gente del interior, y entender las vastas posibilidades que ante nosotros se despliegan. Aquellos parajes vírgenes pueden ser la arcilla sobre la que moldeemos nuestro futuro.
La función principal de Puerto Inírida, Mitú y el resto de su vecindario sin dolientes no puede ser solo la de corchar infantes de colegio en sus evaluaciones sobre capitales en la clase de sociales ¿Es que acaso es tan difícil concebir, por ejemplo, un Guaviare que a 30 o 50 años se convierta en un departamento empresarial que atraiga inversión extranjera en cantidades desbordantes? ¿Por qué no podríamos aprovechar la cercanía casi siamesa de Guainía y Vaupés con Brasil para explotarla estableciendo colosales puentes comerciales bilaterales?
Las alternativas son infinitas.
Si se logran acallar las balas en el campo, estos 10 titanes, hoy resignados y relegados en suspensión, se convertirán en el lienzo en blanco donde podremos empezar a esbozar desde cero los bosquejos de un nuevo mañana. Entonces el olvido se quedará sin excusas y pagaremos con creces la deuda de ingratitud que arrastramos desde hace siglos con la otra mitad de Colombia, la que a nadie le importa, la misma que sin saberlo guarda en la nobleza de su silencio la llave de nuestro desarrollo.
http://www.pulzo.com/opinion/la-otra-mitad-que-nadie-le-importa/395926