Avalancha de la Quebrada el Conejo y su verdad a medias y sin zapatos

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Obra: A volar que viene la Avalancha.  Dibujo: Juan José Canchala. Edad : 6 años
Obra: A volar que viene la Avalancha.
Dibujo: Juan José Canchala. Edad : 6 años

Por Silvio López Fajardo.

Nota: los hechos algunos son verdad, más los personajes algunos existen en la realidad y otros son de mi fantasía. Pero tenga en cuenta que así sucedió.

Así me contó una amiga linda su historia: Yo soy la única ñeta de la manada y estuve junto a la Avalancha del Conejo y les quiero compartir mi experiencia vivida: Junto con mis tres hijos, el día sábado 18 de Octubre visitábamos como de costumbre al abuelo y a la abuela, quienes viven en la Vereda San Antonio, casi llegando a Campucana, cerca de la quebrada el Conejo. Llegué aproximadamente a las 3 de la tarde, conversábamos con mis tías de aquellas historias que no volverán; asimismo preparamos arepas con un rico queso de la finca, también empanadas de añejo con guisos de lentejas y de paso nos tomamos un café negro bien cargado, como el gusta a mi tío, el que vive en la loma Saltamontes, donde antes don Delfín cultivaba la Quina. Mientras que los niños que son varones jugaban en el patio de la casa, uno con las bolas, el otro dibujaba y el más pequeño traveseaba con un carro de lata de sardina de tomate, y así pasaron los segundos, los minutos y las horas.

Bajo estos altares del tiempo, la tarde de aquel día se ennegrecía en las penumbras de la montaña del Conejo, el viento lentamente comenzaba a soplar con una velocidad trémula y aterradora, por ratos el viento silbaba y las hojas del árbol SilvoSilvo o Mano de León cantaban como repicando para el ultimo llamado de la bendición del pan y el vino de consagrar. De repente ya al filo de la tarde la noche llego inesperadamente, veloz como el viento, viento que con su fuerza comenzó a aletear las hojas de zinc, hacían un ruido estrepitoso, que salimos con la linterna a mirar si había daños y en ese instante dos hojas del techo cogieron vuelo, y una callo junto a mis piesdescalsos y la otra paso casi justamente rayando mi carita hermosa, nuevamente rápido nos entramos a la cocina donde mi abuela atizaba la candela, porque el frio era más intenso y de repente la luz del foco comenzó apagarse y se prendía nuevamente, hasta que finalmente se fue, como se va la vida, quedamos a oscuras, sin luz, con la luz de la candela de los palos secos, que mi abuelo trajo de la Coneja, prendimos unas velas de cebo y las colocamos junto al tabernáculo de la virgen de las Lajas. En un silencio todos nos miramos a los ojos, como preguntándonos que estaba pasando y nos acordamos del vecino que murió tapado por un derrumbe de la quebrada la Taruca y de la niña que desapareció y la encontraron por allá, por los Guaduales y su alma en pena lloraba para que los vivos rescaten su cuerpecito.

Bajo ese silencio y esa oscuridad tenebrosa, la tristeza se amarró de las patas de la mesa de chonta, comenzó a llover lentamente hasta que una borrasca en pleno llegó y escampo rápido, timbró un celular flecha, sólo reía el burro, entonces la tía contestó y no se podía escuchar nada, la señal es mala por estos huecos y siendo exactamente las 6.44 de la tarde o noche, se oyó un bramido como si se derrumbara la chiva de don José Largo Araujo, entonces mi abuelito de 84 años de historias, salió a ver y dijo ¡será el alma en pena, porque por acá no se ve nada!, afirmó que a detrás de la quebrada Coneja solo se veía relampaguear a las nueves negras y se escuchaba truenos como el cantar de las mirlas chocleras.


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Al instante de la afirmación del abuelo pachanguero, se sintió la tierra temblar, la mesa se movía, la vela chorrienta se alcanzó a caer y la tejas sonaron a un ritmo disparejo, se alcanzó a escuchar varios bramidos unos tras otros, desde luego el miedo se apodero de toda la familia, no sabíamos que hacer, o para dónde pagar, está muy oscuro, ya el radio dejo de cantar y parlanchinear. Entonces en ese instante la tía Gertrudis dijo ¡es la montaña que se está viniendo abajo!, claro nos dio un pánico, porque realmente vivimos al pie de montaña plañidera, entonces en un sentido sabio de solidaridad mi abuelo dijo llamen a la familia, avíseles que va una avalancha para Mocoa, timbrábamos a uno y otro familiar por varias ocasiones pero nada que salían las llamadas, una entró, no contestaron, seguro estaban de fiesta, entonces dijo la tía Gilberta llamen a la Policía, y afortunadamente de inmediato entró la llamada, se les dijo de que dieran la alerta que va una avalancha y se cortó la llamada, nuevamente se marcó varias veces, pero no entro más la llamada a la policía.

Entonces el aire se calmó un poco y desde luego ya no estaba lloviendo, salimos a la carretera, justamente por donde están construyendo la variante Mocoa a san Francisco. (Quien sabe si la veremos, sólo pasan las volquetas y se ve que la vía no avanza, lo que si avanza son los cheques de largos números). Entonces todos los vecinos y vecinas salieron con sus linternas, en toda la vía se veía luces como un desfile de luciérnagas y minacuros, alcanzamos a conversar con varios de ellos y estaban muy asustados, decían que habían escuchado como si se fuera el fin mundo; pero no el paraíso de don Jesús o de don Julián allá en la serranía del Churuembelo.

Entonces finalmente nos confirmaron que si había una avalancha, que se había venido por la quebrada el Conejo, pero no sabíamos que tan grande era, mejor decidí coger a mis hijos y me puse a rezar ya en la oscuridad no se podía hacer nada más, ya que si era de morirse nos moríamos junticos, como una niña llorando le dijo a su mamá en el barrio Libertador ¡mami donde estabas, donde estabas, te busque por todos los lados, yo no me quería morir solita, yo quería morirme contigo! Que historia.

Entonces me acorde de mi abuela que es lo que más quiero aparte de mis hijos y desde luego aun el miedo no se me quitaba ni con agua de toronjil, la respiración de mi cuerpo y alma era asfixiante, sentía morirme en vida, disque a eso lo llaman hiperventilando, pensando en mi familia del pueblo aliste mis cosas y pude bajar al fin a Mocoa, y por toda la vía desde campucana, San Antonio, Junín, aun los Guaduales hasta los Pinos las familias en su mayoría estaban en la carretera.   Mientras pasábamos algunos amigos nos preguntaban qué había ocurrido y les decíamos que el susto ya había pasado, pero que fue tremendo el terror de ese episodio, hasta había temblado la tierra. Pero muchos subían en motos y carros a ver si era verdad que bajaba la avalancha, esos estaban más locos que la loca Pepina o el Loco Cornelio.


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Finalmente llegue a la casita de mi abuelita del alma y le di un fuerte abrazo y muchos picos de la tremenda alegría de verla, le conté todo lo que les conté austedes y nos fuimos junticos a dormir con mi hijos y aún hoy después de 8 días del tremendo pánico realmente persiste en mi un miedo gritón de quedarme dormida y nunca no volver a ver mis hijos y a mi abuelita linda. Son sus oraciones las que nos han protegido siempre en las buenas y las malas. Ahora pensando en mis hijos quiero vivir en otro lado que no tenga tanto riesgo. Gracias a Dios y a la Virgen de Purificación, finalmente pegamos los ojitos y pudimos ver el nuevo amanecer para poder contrales esta historia que está adornada de flores y chamizas del alma.

Finalmente para finalizar esta escrito para que tenga un final bonito, un chiste de la red de los vagos inteligentes “Nos informan que la avalancha se aplazó. Sigan en estudio.jjaja”…que bueno.

Hasta pronto, hasta la próxima historia de la avalancha, la estoy esperando junto a las puertas del más acá. (silviolopezfajardo@gmail.com) lo mejor de estas historias para escribirlas es escucharlas de primera mano, de quien la vivió para contarla. Toc, Toc, Toc. Avalancha.


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