Reservas campesinas

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Por : Brigitte Baptiste / LaRepublica.co

En el maravilloso enclave que representa la Cocha del Guamués, a media horita apenas de Pasto, se creó hace 34 años la “Asociación para el Desarrollo Campesino” (ACD), que agrupó algunas decenas de familias preocupadas por un proyecto de trasvase para sacar agua de la laguna y que, aunado con la pérdida paulatina de semillas nativas y comida, el deterioro de los suelos y del bosque que se utilizaba para hacer carbón vegetal, significaba el fin de su modo de vida. El proyecto insensato no se hizo afortunadamente y La Cocha fue declarada Humedal Ramsar en 2001, poco antes de que la guerra se ensañara con su población y organizaciones civiles, causando gran tristeza, desplazamientos locales y exilios, que ahora hacen parte de la historia.

Lugar de nacimiento del río Guamués, que lleva al Putumayo, “La Cocha”, como se conoce a la laguna coloquialmente, demuestra su carácter amazónico desde los 3.000 y pico de metros de altitud, rodeada de páramos donde nacen las aguas que la mantienen viva y vigorosa.  Aún se talan bosques para sacar carbón, es cierto, pero también hay decenas de reservas que constituyeron las familias campesinas para proteger la biodiversidad  y que fueron la inspiración para la creación de la “Red Colombiana de Reservas de la Sociedad Civil” en 1992, junto con otros movimientos similares en Sumapaz y Anaime. Hoy la red cuenta con 280 reservas articuladas en todo el país, reconocidas por el Decreto 2372 como parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas y que, asociadas, desarrollan innumerables proyectos de conservación y uso sostenible de los ecosistemas donde se ubican, con múltiples visiones culturales, pero siempre pensando en la presencia humana en el territorio como expresión de la unión indisoluble entre gente y biodiversidad.

Los proyectos de vida de las sociedades campesinas han sido menos visibles que los de pueblos indígenas y comunidades negras, pues el carácter que los define no es étnico. El campesinado colombiano, como en muchas partes del mundo, constituye un grupo de productores rurales que, lejos de pensarse como empresarios (pero siendo emprendedores), producen comida para todos al tiempo que ejercen la soberanía territorial sobre el campo, de manera que los habitantes urbanos, hoy mayorías poco conscientes de ello, puedan prosperar. Esta soberanía de hecho hace que los campesinos, entre los cuales se incluyen los pescadores artesanales en un país que es agua y humedales, sean los administradores del flujo de beneficios que se produce hacia la sociedad desde la complejidad funcional de los ecosistemas. Funcionalidad o salud ecológica del territorio que depende de cómo se definen los patrones del paisaje que habitan (“el campo”) y que se derivan de las prácticas agregadas de intervención y reorganización de los elementos silvestres de la flora y la fauna, el suelo, el agua, combinados con aquellos propios de la domesticidad.

La semana pasada se reunió en Tibú la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (Anzorc), otra invención institucional reciente para administrar el territorio y sus recursos, surgida de los movimientos de colonos y desplazados de distintas regiones y épocas, como cuenta el sociólogo Alfredo Molano en sus crónicas. Varios miles de campesinos de todo el país (algunos viajaron 40 horas para llegar) se concentraron pacíficamente en la misma ciudad donde hace poco más de un año protagonizaron un duro paro agrario.


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Esta vez, sin embargo, se reunieron para discutir durante dos días problemas del campesinado, sus visiones de futuro, sus apuestas. Más de treinta mesas abrieron la participación de la gente y al menos tres de ellas se concentraron en el tema ambiental. Se expresaron abiertamente las ideas de las personas respecto a la biodiversidad, el manejo del agua, del bosque, del territorio. Algunas hablaron de agroecología y de conservación, otras de semillas y alimentación. Muchas reconocieron haber cometido grandes errores (deforestación, mal uso de agroquímicos), pero también hicieron evidente la proverbial capacidad adaptativa del campesinado y su amor por la tierra, siempre a prueba entre la variabilidad climática, la incertidumbre de las dinámicas ecológicas a gran escala, y el olvido de la sociedad mayor.

Las zonas de reserva campesina están prosperando como proyecto de paz, se insistió. Como proyecto de gestión territorial colectiva y de conservación ecológica a gran escala, con gente respondiendo por ello: un experimento que vale la pena.

http://www.larepublica.co/reservas-campesinas_173916


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