Por : Jorge Fuerbringer Bermeo
Transcurría el año 1983 cuando el Presidente colombiano Belisario Betancur me designó Comisario Especial del Amazonas, -un cargo con las mismas funciones y características de gobernador antes de la Constitución de 1991-.
Tenía que gobernar 109.665 Kilómetros cuadrados de jurisdicción en su mayor parte selvática, habitada por etnias ancestrales, remansos afluentes de oscuras aguas de ese caudaloso rio que en Colombia se llama Amazonas, en Brasil, Solimoes y en el Perú, Marañón. Leticia, su capital, con una población de unos 30 mil habitantes en ese entonces, ciudad porteña ubicada en el trapecio Amazónico es el punto donde confluyen -como las mariposas amarillas en las playas de las quebradas y ríos- tres países, tres culturas y tres monedas diferentes: Colombia, Brasil y Perú.
Un buen día el mismo Presidente Belisario Betancur se comunicó conmigo para manifestarme que en el avión presidencial viajarían unos amigos suyos ansiosos por conocer la selva. Me pedía atenderlos de la mejor manera posible y guardar silencio al respecto porque preferían pasar desapercibidos.
Después de una hora recibí una llamada de un edecán presidencial para confirmar que efectivamente viajarían Leopoldo Calvo Sotelo, Presidente del gobierno español hasta 1982, el artista Alejandro Obregón, quien pintó los cóndores que aún existen en unos murales del palacio de Nariño, la cantante lírica colombiana Carmiña Gallo y el novelista Gabriel García Márquez. Me pedía organizar su seguridad con los altos mandos del CUS (Comando Unificado del Sur), pero además, ubicarlos en un hotel digno de su estas personalidades pero sobre todo, seguro. Todo sería a nuestro cargo incluyendo los alimentos y una excursión por la selva –la que fue cambiada por un recorrido fluvial hasta el paradisiaco municipio de Puerto Nariño y los encantados lagos de color ocre de Tarapoto, hábitat de delfines rosados que reciben a los visitantes jugueteando alrededor de los botes y chalupas .
Ya ubicados los visitantes en el Hotel Anaconda de Leticia, al día siguiente emprendimos el viaje de tres horas sobre el rio Amazonas con rumbo al lugar donde los altos mandos militares y de la Armada Nacional habían organizado una cena típica, con exposición de artesanías indígenas y danzas presentadas por integrantes de la etnia Ticuna.
Al abordar los visitantes el yate de la comisaría, el rostro del operador expresaba gran ansiedad, a pesar de su enorme experiencia y de los dos potentes motores de 140HP cada uno. Como pude tomé asiento junto a Gabriel García Márquez quien en el año anterior había recibido en Estocolmo el premio Nobel de Literatura.
Las tres horas de navegación pasaron en un santiamén. Intercambiamos opiniones sobre parte de su vida en la legendaria Aracataca, su obra y también sobre la selva y mis funciones como Comisario Especial.
Cuando tuve mayor confianza, le pregunté sobre su padre –quien aún vivía- y había sido telegrafista de su pueblo natal. Se dio el siguiente diálogo:
– ¡Está furioso conmigo!
– ¿Por qué? ¡Debería estar feliz por tener un hijo premio Nobel de literatura!
– ¡No! ¡De ninguna manera! ¡Está furioso porque yo no escribo las historias tal como él me las ha contado!
La respuesta me confundió. Un torbellino de ideas llegó a mi mente sobre el cual hablaré en otra ocasión..
Más adelante Gabo se percató que sobre nosotros, a muy baja altura, sobrevolaba la avioneta anfibia de la Comisaría y nos seguían algunas veloces lanchas repletas de militares con salvavidas, me preguntó sorprendido, casi con ingenuidad:
– ¿Por que tanto despliegue? Esto no es muy oneroso para Uds.?
Le explique que por seguridad de él, del ex presidente del gobierno español -un hombre de avanzada edad- y demás visitantes, deberíamos prevenir todo, y que el avión anfibio podía acuatizar junto a nosotros en caso de que el yate se descompusiera o sufriera un accidente, previsible en esas torrentosas aguas. El acompañamiento de los militares tenía una gran lógica, por la seguridad personal de todos ellos.
Nuestra charla continuó durante todo el recorrido, analizando la mágica realidad de nuestro continente y del mundo, dejando en mí una impronta sobre ese enigmático personaje que me permitió compartir aspectos de su vida como si desde mucho tiempo nos hubiésemos conocido.
Hoy cuando en México y Colombia se rinde un homenaje a su memoria, también quiero compartir a mis amigos de las redes sociales este fragmento de mi efímero encuentro personal –que no con su obra- con el escritor más leído en el mundo contemporáneo.
Descase en paz GABO
Jorge Fuerbringer BermeoMéxico 22 de Abril del 2014